Capítulo XXXXI

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Adina salió del trance en el que se encontraba, observó a Adler como si hubiera dicho una barbaridad y se separó de él lo más que pudo hasta encontrarse en la otra punta de la habitación. Él por su parte se quedó pasmado por la reacción que la joven tuvo, esperaba algo más optimista pero su cara de espanto le dio a entender que había dicho algo que no debía o que quizás, estaba yendo muy rápido con todo ese asunto.

-Debo irme. - anunció, intentado caminar hasta la salida de la habitación, cosa que Adler no permitió.

-Yo te llevo. - murmuró con la voz seca, quitando su mano del marco de la puerta que impedía la salida de Adina.

La joven no dijo nada y salió rápidamente de la habitación como si allí hubiera ocurrido una escena del crimen que no deseaba ver. Su estómago estaba revuelto y si no lograba calmarse, probablemente iba a vomitar o desmayarse en pleno recibidor, el cual se encontraba vacío, con cuadros colgados en la pared, muebles un tanto polvorientos y el aura de un lugar embrujado. No sabía muy bien porque Adler tardaba tanto, pero aprovecho esos instantes para caminar sin rumbo admirando cada detalle de aquel lugar, cuando llegó, ni siquiera se había percatado de todo lo que ahí se encontraba, el lugar era inmenso comparado al pequeño apartamento en el que vivía con Frederick, Ingrid y su hijo, probablemente era cinco veces el tamaño de su modesto apartamento y esté, a diferencia del suyo, no tenía escrita la palabra humilde, al contrario, todas las piezas doradas parecían ser de oro mientras que las piezas plateadas, tenían el aspecto de ser auténtica plata. Y sabía que lo más probable es que así fueran, eso eran los lujos que los nazis podían permitirse, llenaban sus casas de plata y oro mientras que afuera millones de personas sin incluir a su pueblo, morían de hambre por su culpa. Todo eso, le causaba repulsión y a pesar de que había amado nuevamente al mismo hombre, no sentía lo mismo que la primera vez, Adler era otra persona y lo más importante, es que ella no era la misma. Recordar su sufrimiento dentro del ghetto, la falta de comida, la constante humillación, el hecho de que había dado a luz en un colchón sucio y viejo, mientras que todos los nazis disfrutaban de solo lo mejor, creaba en ella algo de odio y repulsión, pero como había demostrado minutos atrás, también era una mujer que amaba y sobre todo, que aún podía sentir.

-Veo que Adler se salió con la suya.

Adina volteó rápidamente para mirar a Joseph, sus ojos parecían ser mucho más oscuros gracias a la poca luz del lugar. Estaba de pie cerca de ella, sosteniendo su saco en su brazo y aunque ella recordaba haberlo visto en el jardín no tenía estragos por culpa del alcohol, seguía tan pulcro y elegante como al inicio de la noche.

-¿Disculpe? - Adina lo miró, deseando salir lo más rápido de ese lugar.

-Olvídelo. - comentó cambiando de tema. - ¿le gustaría un día ir a tomar un café conmigo?

Adina frunció el ceño ¿Que diablos estaba pasando? ¿Acaso tenía un letrero pegado en su frente que decía "busco un nazi"? Sabia que su hermano tenía razón cuando decía que se metería en problemas por estar dentro de la boca del lobo, pero hasta hace unas cuantas horas había durado un mes evitando cualquier compromiso con un nazi, pero ahora todo parecía cambiar de rumbo, se había acostado con Adler y ahora, su hermano Joseph le pedía una cita ¿acaso ahora así eran ellos? ¿les gustaba rotar y compartir chicas? Pero Adina no estaba dispuesta a aceptarlo.

-Tomaré tu silencio como un sí. - declaró, lleno de confianza en sí mismo. - nos vemos pasado mañana, cariño. - y dicho ésto, plantó un rápido beso en la comisura de sus labios y se marchó.

Adina se quedó perpleja ante la acción, Joseph tenía que está borracho y aunque no se percató de ningún hedor a whisky, no le encontraba más sentido a todo lo que estaba ocurriendo. Adler salió y saludo a su hermano, que se iba retirando del lugar, el rubio no tenía ni la más remota idea de lo que había ocurrido entre Joseph y ella porque su mente andaba muy ocupada ideando un plan para mantener a Helen a su lado.

-¿Nos vamos? - Adina asintió y salieron del hostentoso apartamento.

Como siempre, el camino estuvo lleno de silencio y no por iniciativa de Adler, quien deseaba hablar, pero no era capaz de encontrar las palabras correctas. Mientras tanto, Adina divagaba en sus pensamientos, angustiada y asustada por el lugar que ahora ocupaba dentro de los hermanos Firgretmann, Adler se detuvo en el mismo lugar de siempre, el cual pensaba era el edificio donde Helen vivía y antes de bajarse, la miró.

-Lamento si dije algo que te causará incomodidad. - murmuró apenado. - es que tenía muchisimo tiempo sin sentir ese cosquilleo en mi pecho por alguna chica. - dijo. - y se que no conozco nada de ti, tu tampoco de mi pero quisiera que eso cambiará.

Adina asintió, sintiendo que todo lo que Adler decía, era sincero. Él aprovechó la oportunidad y tomó su mano, la cual se encontraba bastante fría, acarició sus nudillos con delicadeza y sonrió para luego mirarla.

-Mañana tengo el día libre. - comentó sin dejar su sonrisa de lado. - ¿Que te parece si vamos por un café? - preguntó intentando no entusiasmarse mucho por el asunto.

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Where stories live. Discover now