Capítulo XXXIV

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La brisa veraniega lograba refrescar las mejillas de Adina, quien paseaba con su hijo de un año, cargaba al niño entre sus brazos pero su vestido seguía intacto y sin una sola arruga, los vestidos de tonalidades negras habían acaparado su humilde armario, ambos iban camino a la iglesia, como correspondía cada domingo. Había traicionado todas sus creencias y raíces, había pisoteado el legado de su familia al cambiarse de religión para el catolicismo conservador, pero cada vez que pensaba en ello, recordaba el ghetto, las humillaciones y los insultos, todo aquello estaba tatuado con tinta invisible en su piel, no quería que su hijo sufriera por  consecuencia de pertener a una religión y sabía que el camino de la salvación para ella y su hijo se encontraba al entrar a la iglesia de color gris plomo, en el centro de la ciudad de Linz.

Alaric era un niño hermoso, amado por las mujeres de la iglesia que cuando terminaba el servicio, se acercaban para saludar a Adina y entregarle caramelos y otros dulces, que el niño siempre recibía muy bien. Al contrario de su madre y su padre, había nacido con un don de atracción que lo hacía llevarse bien con todo el mundo, no se parecía en nada a Adina y cada día, el pequeño rastro de su madre, desaparecía en él.  Frederick indudablemente había adquirido el rol de padre, a sabiendas de que necesitaba una figura paterna la cual pudiera seguir, e imitar, figura que su madre por los momentos no podía brindar, ni llenar, en los planes de Adina, casarse con alguien más no parecía algo posible, pues sabía que no muchos hombres estaban dispuestos a amar y criar al hijo de otro hombre, por eso principalmente, la soledad se convirtió en su mejor aliada,  aunque pretendientes no le  faltaban, siempre había un joven, menor o mayor que ella dispuesto a brindarle palabras coquetas. En las afueras de la iglesia, en la cafetería a la cual asistía casi todos los días en busca de pan para su hogar, cuando tomaba el transporte público, o caminaba y en el lugar donde más de uno batallaria por un poco de su atención; el jardín.

Ironicamente, Adler fijuraba la lista de sus pretendientes, y siempre intentaba estar ahí, listo para atajar a la chica cuando bajaba del escenario, para cortarle la oportunidad a cualquier otro hombre que pudiera robar la atención de su amada, la cual, si estaba de humor le brindaba besos cálidos que luego la llenaban de culpa cuando llegaba a su hogar, después de caminar unas cuantas para mantener su domicilio en secreto, sabía que jugaba con fuego, se balanceaba sobre la cuerda floja y cada paso que daba, la hacía sentir peor consigo misma. Era retorcido y lo sabía, no era lo correcto, pero cada noche seguía cayendo más en aquel abismo que pronto, estaría por consumirla por completo.

El servicio dominical terminó, las personas salían ordenadamente de la iglesia, sin hacer mucho ruido algunos hablaban mientras  caminaban, los niños desajustaban sus corbatas y se sacaban las camisas de sus pantalones en signo de rebeldía, las madres enfurecidas intentaban colocar al niño revoltoso en compostura, pero luego de unos segundos de lucha, cedian, volviendo a la animada conversación que tenía con las vecinas y amigas. Aunque se acercaban de vez en cuando a Adina, para conocer la historia de la única mujer que iba a la iglesia con su hijo y sin un marido a su lado, las conversaciones sobre el clima y sobre Alaric, era lo único que lograba articular cuando alguna de las mujeres chismosas se acercaban para conocer su situación. Pero, ya todos conocían su historia, o al menos lo que había inventado, su marido había muerto unos meses antes del nacimiento de su hijo en un accidente automovilístico y desde entonces estaba sola con su niño, la mentira piadosa lograba convencer a todos, pero no era otra más de la larga cadena de falsedad que había inventado paea seguir con vida en la Austria nazi. Una viuda, generaba respeto, una madre soltera, creaba repudio.

A su lado, se encontraba Elsa Kotler, la única mujer dentro del nido en la iglesia que Adina podía considerar como "sincera" sus grandes y redondos ojos marrones le daban el aspecto de una ardilla enojada, eso y su rostro redondo que no era para nada envidiado por las otras mujeres y aunque su porte no era muy refinado, estaba felizmente casada con el hombre de sus sueños, suerte que nos muchas tenían.

—Haré una pequeña fiesta en mi casa para celebrar los cuarenta años de Hugo, espero que puedas asistir. — un pequeño sobre de color vino tinto se deslizó por las manos de la mujer y en cuestión de segundos Adina guardo la invitación en su pequeño bolso negro.

Su hijo Alaric se encontraba casi dormido en sus brazos, era un niño tan tranquilo que no parecía ser humano, mientras que el de acomodaba en el pecho de su madre para echar una siesta, los otros niños a su alrededor chillaban en busca de atención de sus padres.

—Espero contar con tu asistencia. — indicó la mayor, sonriendo mientras al frente de ellas se encontraba un auto negro, con un guardia nazi que la escoltaria hasta su hogar.

Elsa Kotler no era una mujer ordinaria y eso podía notarse cuando la mirabas fijamente, un collar de perlas siempre la acompañaba al igual que unos aretes a juego, su perfume se podía distinguir entre los demás y se debía a que el de ella era muy costoso, los aportes de su marido en la iglesia, eran los más elevados y aunque no estaba casada con un nazi, era la esposa de un colaborador austriaco del proceso nazista. Hugo Kotler, un economista importante que contaba con bastante poder, dinero y afluencia para pertenecer al círculo de alemanes en Austria.

—Así será Elsa. — indicó Adina, tratando de brindarle a la mujer, la sonrisa más sincera que podía.

—Puedo llevarte hasta tu hogar. — dijo sin abandonar su semblante amable.

—Llevaré a Alaric al parque. — murmuró la joven intentando de no parecer tan maleducada con Elsa.

—Será en otra oportunidad. — respondió. — Dios bendiga al pequeño Alaric, nos, vemos querida.

Un beso mejilla contra mejilla y la mujer de ropa costosa se marchó a toda prisa, Adina suspiró, ahora si estaba en problemas. Aquella fiesta, sabía que era muy probable que personajes nazis asistieran, era lo que menos quería y lo que había tratado de evitar, sin éxito hasta ahora, en el jardín era imposible evitarlos y ahora tenía que asistir a aquella fiesta, rodeada de nazis.

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora