Capítulo XXXVI

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La fiesta parecía estar muy lejos de terminar, pero Adina se encontraba en esos momentos sumamente abrumada por la atención que recibía de Joseph, al ser contemporáneos en edad, ella pensaba que él en el transcurso de los años había madurado un poco, pero la madurez iba acompañada del dolor de las experiencias, y era algo que jamás Joseph había sentido en sus casi veintiún años.

Había logrado descubrír que Joseph trabajaba para la Gestapo y cuando comenzó a alardear de su apodo entre las filas, Adina sintió como su estómago amenazaba con expulsar los bocadillos que recién había ingerido.

—Me dicen el caza-judíos. — despótico lleno de orgullo, con su pecho levantado, los hombros para atrás y una sonrisa pegada en sus labios hicieron que Adina cayera en cuenta sobre la gravedad del asunto.

Pánico, eso era lo que estaba comenzando a sentir, Joseph seguía parloteando sobre sus "logros" pero los oídos de Adina habían dejado de escuchar, ya no podía oír nada, la algarabía y el ruido de la fiesta se transformó en un silencio sepulcral, todo su cuerpo había comenzado a sudar, pero aquello era lo que menos la preocupaba. Las palabras de su hermano hacían eco en su cerebro, mientras miraba a su alrededor, contamplando con claridad en el lugar que se encontraba.

¡Oh, si todos esos alemanes supieran!

Imágenes de ella, en el ghetto comenzaron a atormentar la paz de su conciencia, que ahora se encontraba muy inquieta, ni siquiera fue capaz de reaccionar cuando ambos hermanos Firgretmann llamaron su atención, se encontraba en una clase de trance causado quizás, por el cansancio y el miedo. Se sentía tan diminuta y frágil, tan nerviosa al punto de volverse completamente paranoica, solo podía observar a los hombres con trajes y luego, estaba ella, su hijo, Ingrid y Frederick dentro de un campo de concentración. Sus piernas dejaron de responder, incapaces de soportar el peso de su cuerpo, su mente se nubló unos instantes y la copa de cristal que tenía en las manos, cayó al suelo con gran fuerza, llamando la atención de todos los presentes. Ya no era dueña de sus movimientos, ni siquiera de su cuerpo, así que no fue de extrañar cuando se desvaneció en el suelo, o bueno, de no ser por Adler, ella estaría en el suelo, con trozos de vidrio clavados en su vestido, pero, eso no sucedió. Los reflejos de Adler eran tan agudos que logró actuar a tiempo, tomándola por la cintura con fuerza.

Varios hombres corrieron al rescate trayendo una silla y agua, ahora todos los hombres que mataban a su pueblo, estaban frente a ella dispuestos a brindar ayuda desinteresada por una mujer que ni siquiera conocían y que quizás, si, supieran la verdad de tras de su, identidad falsa, lo menos bestial que harían con ella, sería clavar una bala en medio de su cejas.

—No reacciona. — Adler tomaba la mano de la joven, que estaba tan fría como la nieve en el invierno. — está consciente, pero parece que no está aquí.

—Vamos a llevarla a una habitación. — ordenó Hugo Kotler, el hagazajado de la noche y el esposo de su compañera de iglesia, Elsa Kotler.

Por escasos segundos Adina volvió a la realidad, pero ya estaba siendo llevada por Adler escaleras arriba y delante de ellos iba Hugo Kotler junto a su mujer quien intentaba mantener la calma, el cumpleañero abrió la puerta de la primera habitación que se encontraba en su camino y le indicó a Adler que posicionará a la chica, en la cama.

—Helen, responde ¿te sientes bien? — Elsa se encontraba inclinada en el borde de la cama, comprobando que el tono de piel de la joven siguiera en los estándares normales.

—S-si. — susurró, sacudiendo un poco su cabeza. —¿Que pasó? — preguntó.

—Querida, ibas a caer desplomada en el suelo de no ser por éste joven. — dijo Hugo, colocando su mano en el hombro de Adler, en signo de aprobación.

—Debo irme. — murmuró Adina, cayendo en cuenta que había hecho todo lo que no debía de hacer.

Se había puesto en ridículo delante de personas muy importantes y no sólo eso, el perfil bajo que intentaba mantener, se esfumó con ese percance, todo había salido mal, no quería ni pensar en qué ahor estaba en boca de todos esos alemanes y sin duda, era algo peligroso. Tenía razón, su hermano siempre tenía la razón y le costaba tanto admitirlo. Era una niña estúpida, que jugaba a ser madre de día y de noche a ser una superheroina.

—No puedes irte así. — indicó nuevamente Hugo. — o por lo menos no puede irte sola.

—Puedo llamar un taxi. — comentó, colocándose de pie y fingiendo estar en perfecto estado.

—Iré con ella. — interrumpió Adler, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón de vestir.  La joven frunció el ceño, pero todas las noches a su lado, en el jardín funcionaron para que él empezará a reconocer alguna pequeñas partes de ella. — deja de fruncir el ceño. — Adina rápidamente cambió su expresión, evidentemente sorprendida. — no aceptare un no por respuesta señorita Blanch.

La pareja Kotler no pudo evitar mirarse entre sí y aunque Elsa tenía algunas preguntas para hacerle a Adina sobre cómo conocía al comandante Firgretmann, evitó hacer cualquier comentario debido al estado de la joven. Ambos se desvidieron y bajaron para encontrarse a sus invitados, dándole así continuación a la fiesta. La música comenzó a sonar y las voces de las personas en el piso de abajo se empezaron a escuchar.

Adina seguía un poco tocada por las extrañas visiones que acababa de tener, pero ahora de encontraba bastante lúcida, lo suficiente como para saber en el peligro que ahora corría. En su interior un temor comenzaba e emerger de lo profundo de su subconsciente y aunque, en teoría, no tenía nada que temer, sintió la mirada sería, penetrante y quizás oscura de Joseph Firgretmann, quien se encontraba al extremo contrario de la habitación, pero había sido lo suficientemente ágil y descarado, como para captar su atención por unos segundos mientras salía y levantar su copa en la dirección de la joven.

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Where stories live. Discover now