Capítulo X

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Después de aquellos terribles sucesos, la familia Firgretmann había dejado de ser testigo de la presencia de Adina y mientras el patriarca se empapaba cada vez más en los ideales pro-nazis, ya le comenzaba a parecer mal el hecho de que una niña judía le diera tutorias a Joseph, así que la misma no frecuentará su hogar como antes, resultaba ser un hecho que le agradaba de sobre manera. Y es que el ambiente que Alemania vivía se había convertido en un completo caos, sólo unos días después, Adina se encontraba dentro de una lúgubre  oficina para el censo y fiscalización obligatoria a la que debían someterse todos los judíos. Se trataba de una nueva ley que exigía cambiar los nombres y agregarle el nombre Sara — en el caso de las mujeres.— , mientras que su hermano Frederick debía de llevar el nombre de Israel — al igual que todos los hombres.— , sus pasaportes también habían sido cambiados y ahora poseían una gran "J" indicando categóricamente de que eran judíos.

Adina y Frederick parecían fantasmas, quizás se veían de la misma forma años atrás cuando su padre falleció, su piel pálida y rostros alargados confirmaban que el dolor por la muerte de su madre seguía intacto, así que tomados de la mano abandonaron el lugar, Adina no había sido capaz de asistir nuevamente al colegio y aunque Frederick en medio de la tristeza que embargaba a su corazón, intentaba de forma fallida animar a su hermana para retomar las clases, aunque a ella el sentimiento de culpa se la estaba comiendo.

Se sentía responsable por la muerte de su progenitora, ya que no era la primera vez que su madre cometía un atentado de suicidio, pero en todos los intentos había estado ella presente para evitar que lo hiciera y ese día, se había ido, no había estado presente. El recuerdo amargo cuando llegó al edificio seguía presente, y la culpa se convirtió en su sombra. Frederick no tenía idea de que su hermana se encontraba ausente en el edificio, para él había sido una desición tomada por su madre y que en un descuido de la jovencita, la matriarca había logrado su cometido. Pensamiento que empeoraba lo que Adina sentía por dentro, ya que no había podido salvar a su madre y también se había convertido en una mentirosa.

—¿Quieres comer algo? — ambos habían pasado por un pequeño restaurante de camino al apartamento, se detuvieron en la entrada y Frederick observó a su hermana en busca de una respuesta.

—No deberíamos. — murmuró en tono lúgubre. — Hace días que no consigues empleo y no podemos quedarnos sin el dinero que tenias ahorrado.

El mayor suspiró, se sentía culpable por no poder brindarle a Adina una mejor calidad de vida, todo lo que habían sufrido generó una marca inborrable para ambos y aunque ella tenía razón, el muchacho deseaba tener un lindo gesto con ella porque sabía que se lo merecía.

—Anda, vamos. — Frederick tiró del brazo de su hermana y ambos entraron al establecimiento.

Se acercaron a la caja y dispuestos a ordenar algo mientras que un hombre de edad avanzada y algo desconfiado observaba a la pareja de hermanos,  ambos tenían en su antebrazo la insignia amarilla que hace días se habría convertido en un accesorio obligatorio para los judíos. Cuando llegaron al mostrador y antes de que alguno de los dos pudiera decir algo, el hombre mayor se levantó y les propinó una mirada llena de desprecio.

—Los judíos no son bienvenidos en éste establecimiento. — dijo.

Adina lo miró con una furia camuflajeada, estaba tan molesta por todo lo que estaba ocurriendo, se sentía discriminada y por alguna extraña razón, pensaba que lo que estaba haciendo el gobierno con la minoría judía, no estaba bien.

"si no se largan en cinco segundos llamaré a la policía para reportar un robo a mano armada propinada por judíos. — murmuró enfurcedio.

Frederick y Adina salieron del lugar casi corriendo, si algo malo te podía pasar por aquellos días, era molestar a los alemanes arios y que éstos llamaran a la policía, porque más de una vez Frederick había presenciado que a los cuerpos de seguridad no le agradaban los judíos para nada.

Huyendo como si llevarán la peste negra en sus organismos siguieron caminando por varios establecimientos más, gracias al deseo de Frederick y para su mala fortuna, ninguno de los lugares aceptaban a personas como su hermana y él; judíos.

—Vamos a casa Fred. — susurró Adina algo cansada por la caminata.

—En serio quería darte algo. — respondió con la voz quebrada. — estoy cansado de todo ésto.

La presión social comenzaba a crear estragos en la mente de Frederick, se sentía tan cansado de luchar e ir contra la corriente que estaba seguro que por ese día ya no podía más. Todas las nuevas prohibiciones que el gobierno había impuesto lo dejaron desempleado nuevamente y con todos los gastos que supuso la muerte de su madre, sólo tenía dinero para un día más de comida. Y aunque su hermana le habría sugerido guardarlo, él deseaba darle algo especial, algo que nunca podía haberle dado. Tenía muchas preocupaciones, como por ejemplo la colegiatura de su hermana y todos los otros gastos que solo a él le  correspondía pagar. Su cabeza iba a estallar, pero la compañía de su hermana era más que suficiente como para darse cuenta de que estaba haciendo lo correcto.

—Haré algo muy sabroso para ambos. — murmuró la muchacha, tratando de brindarle los ánimos que le hacían falta a su hermano mayor.

Entraron al edificio y luego de subir unas escaleras llegaron al apartamento que aún conservaba la apariencia de ser un lugar lúgubre que estaba repleto de silencio, ni siquiera cuando los dos se encontraban ahí, se hacía sentir el ruido. Toda la algarabía y el concierto de risas desapareció tras la muerte de su padre y ahora con la reciente muerte de su madre, el lugar se sentía más solitario que nunca.

Adina hizo su mejor esfuerzo en preparar algo que le hiciera recordar a su hermano los buenos momentos, cuando no debía preocuparse por pagar los servicios básicos, cumplir con la alimentación dentro del hogar y cancelar su colegiatura. Intento regresar el tiempo atrás para evocar tiempos más felices, donde no se sintiera como un fenómeno en las calles por llevar en su antebrazo una insignia que la catalogaba como alguien diferente, en toda su vida se había sentido diferente, las burlas dentro de su escuela la hicieron cambiar y cuando por fin lograba liberarse de esas pesadas cadenas, era sumergida nuevamente a una clase de racismo, el  cual estaba estrechamente relacionada con sus creencias.

—Éste estofado me recuerda a mamá. — murmuró Frederick.

Ambos se encontraban sentados en la mesa comiendo a gusto el estofado que la muchacha cocinó, cuando tocaron la puerta de su apartamento, la jovencita se levantó mientras su hermano seguía comiendo y al abrir la puerta se encontró con Adler de pie frente a ella.

—Fui difícil encontrar tu apartamento. — admitió con una sonrisa. — tuve que preguntarle a los vecinos. — murmuró alegre.

Adina se paralizó por completo ¿Que hacía él aquí? El pánico recorrió todo su cuerpo cuando escuchó la voz de Frederick.

—¿Quién es Adina? — preguntó su hermano.

Editado - 15 ene 2022

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Where stories live. Discover now