Capítulo VIII

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Las tutorias impartidas por Adina estaban a punto de terminar, faltaban sólo unas cuantas semanas para culminar el año escolar y según había oído en la junta de profesores, su alumno se había convertido en uno de los mejores de la clase, evidentemente ella se llevaba todo el crédito pero cuando le preguntaban sobre el método aplicado, utilizaba el recurso de la modestia para responder que había sidotrabajo en equipo, ya que sin su paciencia y la colaboración de Joseph, las calificaciones que ahora obtenía el menor de los Firgretmann sólo serían una vaga ilusión.

La muchacha entró al baño de chicas a revisarse en el espejo, aunque sus ropas no eran las mejores, se veían limpias y cuidadas, unas cuantas jovencitas la observaron de reojo y comenzaron a murmurar entre sí, la incomodidad se apoderó de Adina, la cual escuchaba de fondo voces mientras lavaba sus manos.

—Escuche que existe un tratamiento experimental para adelgazar el rostro. — murmuró una de ellas mirándose en el espejo ignorando la presencia de Adina en el lugar.

—Puede que a algunas les funcione. — comentó la otra, miró despectivamente a Adina y sonrió. — Pero otras no tienen arreglo ni volviendo a nacer.

Ambas comenzaron a reírse a carcajadas y Adina entendió rápidamente de que se estaban burlando de ella, en un sentido muy figurado la habían llamado fea, y quizás en otra circunstancia, con otra Adina, hubiera optado por salir corriendo del baño con lágrimas en sus ojos, pero está vez, tomó con gracia el insulto y sonrió. Levantó el rostro mirando a las otras chicas de un año superior y se acercó a ellas.

—Si me dejan opinar a mi, yo me inclinaría más por un procedimiento como el que le hicieron a María Antonieta.

Las dos jovencitas no fueron capaces de comprender a que se refería Adina, así que llegó a donde se encontraba la primera de ella, acercó su mano y con la yema de su dedo invadió el espacio personal de la chica pasando con mucha delicadeza su dedo índice por la mitad de la garganta de la susodicha.

"te quedaría bien. — murmuró.

Salió del baño dejando a las jovencitas atónitas y cuando por fin se encontró lejos, empezó a reírse.

—Espero que hayas hecho algo divertido para que estés riendo así. — Joseph apoyo su espalda en la pared donde Adina estaba apoyada.

Ambos jóvenes comenzaron a hablar y para el tiempo que llevaban siendo compañeros de estudios, una pequeña amistad se había forjado y aunque no hablaban de los problemas que tenían en sus hogares, todos los días estaban dispuestos a escuchar hasta las historias más absurdas que el otro tenía para contar.

—¿Nos vemos después de clases? — preguntó el menor de los Firgretmann sacando un cigarrillo de su bolsillo.

—Si. — respondió la muchacha. —  y guarda eso antes de que te pillen.

Velozmente, la mano de Adina se posó sobre el cigarrillo que Joseph había sacado, ese pequeño pasatiempo se convertía poco a poco en un vicio al cual no estaba acostumbrada, ya que a su hermano Frederick jamás había sido pillado con un cigarrillo en sus labios, ni una cerveza en su mano. Su hermano era la clase de hombre ideal, con el que cualquer chica desearía compartir la vida y sin embargo, se encontraba tan solo sin que Adina supiera el porqué.
Quizás si tenía una que otra enamorada, pero ella no había conocido a ninguna chica antes.

La campana de la preparatoria sonó y Adina camino rápidamente sin mirar a los lados hasta su hogar, como era costumbre, llegaba a tomar un baño, cambiarse de ropa para preparar el almuerzo e irse a casa de los Firgretmann. Su gato el Señor Bigotes se encontraba ronroneando mientras se paseaba por las piernas de la jovecita, la cual se encontraba de pie haciendo el almuerzo, su cabello todavía estaba húmedo y algunas gotas caían al suelo, colocando en alerta al minino quien no era especialmente un fanático de la humedad.

—Es sólo agua Bigotes. — murmuró la chica bajando la mirada para observar a su mascota. El gato la miró unos instantes y ronroneo para luego tumbarse en el suelo, a su lado.

La muchacha desvío su mirada hacia donde se encontraba su madre, la cual había salido de su habitación, para Adina, el comportamiento de su madre resultaba muy sospechoso pues la señora no tenía la costumbre de ir a su habitación a esa hora de la tarde. Si había notado algo de inquietud y nerviosismo en su andar, pero Adina prefirió no preguntar nada.

Comió en silencio al lado de su gato, el cual también se encontraba comiendo, su madre se había sentado en la misma silla de siempre, mirando al horizonte pero con algo distinto en sus ojos, sin poder contener más la curiosidad, Adina se acercó a su progenitora luego de lavar los trastes y se arrodilló frente a ella, al principio la mujer estaba tan ida que no notó la llegada de su hija, la jovencita tocó suavemente su rodilla para que la mujer se diera cuenta de su presencia.

—Mamá se que no quieres hablar, pero si te sientes mal puedes decirlo. — murmuró. — Frederick y yo te queremos muchísimo. — añadió.

La madre de ambos jóvenes tenía sus ojos cristalizados, se podría decir que estaba a punto de llorar pero fue Adina la que comenzó a sollozar primero, toda la situación le causaba mucho dolor aunque intentaba continuar con su vida, había sido demasiado difícil para ella convertirse en adolescente sin la ayuda de su madre, afrontar situaciones que hubieran sido más llevaderas con el apoyo y compresión materna.

—Todo estará bien mi pequeña niña.

La chica alzó el rostro empapado de lágrimas, su madre había hablado después de tanto tiempo, la abrazo fuertemente, para que sintiera una pizca de lo mucho que Adina le quería, la mujer acurrucó a su hija en su pecho y acarició su cabello.

—No llores más mi niña. — le dijo. — se te hace tarde, vete.

Adina se levantó del suelo y  secando sus lágrimas se despidió de su progenitora. La cual se levantó de la silla y fue a su habitación nuevamente, la jovecita jamás pensaría que esa sería la última vez que vería a su madre con vida.

Editado - 11 oct 2021

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Where stories live. Discover now