Capítulo XXXIII

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Una sonrisa llena de nerviosismo lograba delatar lo que le sucedía a Adina por dentro, su cerebro trabaja como una máquina furiosa que había perdido sus frenos, la parte relajada de su personalidad que se asomaba desde la oscuridad sólo cuando bebía, le indicaba que todo estaría bien, que nada malo pasaría si Adler la llevaba a casa, pero por otro lado, la parte que recordaba perfectamente lo que había ocurrido en el ghetto pedía a gritos salir corriendo sin mediar palabra, esa parte de ella que tanto miedo le tenía a los nazis rogaba casi de rodillas para proteger la vida y libertad que ahora tenía y que tanto le había costado tener, y no sólo a ella, su hermano también aparecía en sus pensamientos, como una sombra que apoyaba incondicionalmente esos pensamientos racionales que lograba tener a pesar de encontrarse un poco ebria. Adina aún conservaba sus cinco sentidos, pero un cosquilleo en el centro de su pecho y un leve tambaleó en su caminar atentaba con confirmar uno de sus miedos.

La música seguía sonando y las personas seguían bebiendo, riendo y bailando, la única que se había detenido era ella, el tiempo seguía corriendo y Adler, esperaba la afirmación de su compañera para despedirse rápidamente de su amigo, quien se encontraba bien atendido por una pelirroja echa de fuego.

—¿Mi determinación te dejó sin habla? — el tono burlesco de Adler la hizo caer nuevamente en la ruda realidad.

—Ya quisieras. — palabras que salieron directamente de su garganta seca, a leguas se podía notar la agresividad con la que fueron escupidas.

—Voy por mi abrigo entonces. — informó el joven con una sonrisa pegada en sus labios, que quizás años atrás abría derretido por completo a Adina, sonrisa que actualmente solo generaba un poco de cosquillas en su interior, lo que significaba nada comparado con los huracanes que el mismo chico dueño de esos hoyuelos alguna vez había causado.

Adina tomó sus cosas y en el camino dentro del auto de Adler pensaba en la idea de mantener su identidad oculta, no quería a Adler en su vida, por más difícil que eso fuera y por más que sus instintos más bajos desearan tener una vez más sus labios sobre su cuello, sabía muy bien que no podía caer en el mismo error por segunda vez, Adler Firgretmann había sido el error más grande de su vida, enamorarse se convirtió en su perdición y si algo había decidió, era que jamás se iba a enamorar de nuevo, el amor ya no podía formar parte de su vida, ese lujo era algo que ya no podía permitirse, no desde el nacimiento de su hijo. Condenada a ser una madre soltera, aceptó sin quejarse su destino, pues había ganado el mayor de los trofeos y la mayor de las victorias que alguien podía obtener, de trababa de su niño, ese pequeño angelito que la esperaba con una sonrisa pintada en sus labios carente de algunos dientes que apenas comienzan a salir, ese niño, se había convertido en el amor más grande que estaba segura que nada ni nadie podría lograr superar, ni siquiera lo que alguna vez sintió por él único hombre que había llegado a amar, se asemejaba un tercio de lo que ella amaba a su hijo y se había convencido que era el único amor que podía permitirse.

Pero, aunque ya había tomado su decisión, su corazón seguía traicionando de la manera más ruin que existía a su cerebro metódico, lógico y calculador. El corazón no entendía de razones y tampoco quiera hacerlo, jugaba para su propio equipo, donde cada latido que proporcionaba brindaba la calidez y humanidad que a su cerebro le hacía tanta falta. En ese equipo del corazón, la huella de Adler seguía intacta, un poco borrosa, pero estaba ahí, en su corazón, había espacio para un mundo donde ella y Adler estuvieran dentro de la misma oración, él todavía tenía un pequeño rincón dentro de su inmenso y noble corazón, a pesar de todo, el alma no distinguía entre partidos políticos,  religiones o color de piel, cosa que la mente se encargaba tanto de separar, a su corazón no le importaba en lo más mínimo la bandera nazi que descansaba en el ante brazo de su amado, pero su mente, ni podía dejar de observar la calavera y la cruz de plata que tenía su tétrico uniforme, los recuerdos del ghetto invadían su conciencia, en un intento desesperado por detener todos los pensamientos bonitos que lograba tener, sobre lo que alguna vez fue suyo.

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Where stories live. Discover now