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Vicious

Había dos cosas sobre mí que nunca le había contado a nadie.

Número uno: sufría de insomnio. Desde los trece años.

Cuando tenía veintidós años, fui a ver a un psicólogo para intentar solucionarlo. Me dijo que la causa de que no pudiera dormir ni aunque me fuera la vida en ello era un trauma del pasado, y me sugirió que lo visitara dos veces por semana. Duré un mes.

Desde entonces, la falta de sueño se había convertido en una parte de mi vida cotidiana. Aguantaba sin dormir varias noches seguidas y luego me quedaba inconsciente durante un día o dos para compensar. Incluso había aprendido a controlar el ciclo de frustración. Cuando salía de la oficina tarde por la noche, en lugar de dar vueltas en la cama como un yonqui con el mono, me iba directo a un gimnasio que abría veinticuatro horas a hacer pesas. Luego, volvía al apartamento vacío y leía la última novela de acción —el best seller de mierda del que todo el mundo hablara en ese momento— o alguna autobiografía de cualquier figura pública que no me cayera rematadamente mal.

En ocasiones invitaba a alguna mujer. A veces follábamos. Vaya, a veces incluso hablábamos. No estaba en contra de hablar con las mujeres con las que compartía cama, pero nunca hacía un esfuerzo para llevármelas a la cama.

Tenía reglas y no las rompía jamás.

Cenas no. Citas tampoco. No las visitaba en su casa. Y absolutamente nada de conversaciones en la cama.

Las cosas se hacían a mi manera o de ninguna.

Si me necesitaban, ya sabían dónde encontrarme. Por la mañana, me vestía y me iba a trabajar, recién afeitado y descansado. Sabía que tarde o temprano llegaría el momento en que caería sin sentido, pero había mejorado en mi capacidad de detectar cuándo se acercaba esa fase. Eso no hacía mi vida más fácil, pero al menos las noches sin dormir eran soportables.

Número dos: contrariamente a la creencia popular, era capaz de enamorarme.

¿Mierda sentimental y banal? Sí. Pero, en lo más hondo, sabía la verdad. No era un monstruo ni un psicópata ni un sociópata demente como mi madrastra. Yo amaba. Amaba todo el puto tiempo. Amaba a mis amigos y a los Raiders. Amaba la práctica del derecho y cerrar lucrativos


tratos con un apretón de manos. Amaba viajar, hacer ejercicio y follar.

Joder, amaba follar.

Miré a Criada. No era fácil ignorarla, pues estaba dormida a mi lado. Tan cerca. Su rostro despertaba en mí el caos que en otros tiempos había intentado mitigar con cosas como el

«Desafío». Sus labios me llamaban a tomarlos de más de una manera. También su cuerpo. Pero no podía. No podía a menos que fuera como yo quería.

secret.Where stories live. Discover now