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Vicious

Esa semana el universo estaba conmigo.

Dean dejó de ser un capullo hijo de puta y decidió ayudarme. No solo celebró una fiesta con docenas de personas que me vieron, por si acaso Jo tenía la peregrina idea de denunciarme por lo que había pasado en la mansión, sino que además acompañó a los LeBlanc a escoger muebles y a comprar comida. Observé con cierta aprensión cómo se relacionaba con Charlene, porque el cabrón era encantador y a ella le gustaba. Era obvio, por la manera como lo miraba, que deseaba que su hija se hubiera quedado con él. Pues tendría que acostumbrarse a mí.

Josephine no estaba en la mansión cuando se extendió el incendio. Le pedí a un tipo que conocía que pasara por allí con su Harley y un pasamontañas y tirara una bomba incendiaria cerca del garaje. Lo hizo.

Me costó doscientos mil dólares.

Pero la mansión Styles había desaparecido. Borrada de la faz de la Tierra. Las cicatrices en el suelo fangoso y calcinado eran el único rastro de que había existido de verdad.

A la mañana siguiente, mi madrastra me envió un mensaje de texto formal informándome de que se mudaba a Maui. Le respondí que más le valía dejar su herencia donde pudiera verla porque no se iría a ninguna parte, ni siquiera al infierno, con mi dinero.

No contestó, pero el mensaje era claro. Yo había ganado. Ella había perdido. En la vida y en la muerte. En todo cuanto importaba.

No fue fácil volver a Nueva York a tiempo para la exposición en la galería. Tuve que sobornar a alguien que volaba en turista para que me vendiera su billete. Le pagué el doble del precio, pero llegué a la exposición. Y cuando entré en la galería todavía no estaba seguro de lo que iba a decirle, pero ella se encargó de solucionar mis dudas.

Me había pintado.

No solo me había pintado (y probablemente dado una nariz mejor que la que tenía), sino que sonreí como un depravado por lo que hacía en el cuadro. Sostenía un porro y reía hacia una cámara inexistente —aunque mis ojos seguían siendo los míos, un poco tristes y oscuros y jodidamente escalofriantes—, vestido con una sencilla camiseta negra en la que ponía «Black» en letras blancas. El fondo era de un riguroso y estúpido rosa.

Yo era su Black. Y ella era mi Pink.

Compré el cuadro de inmediato y me llevé a su jefe aparte. «Gay, gracias a Dios». Estaba allí con su novio, Roi. Más o menos entonces vi a Emily junto a mi imagen, hablando sobre ella con una mujer, y temí que hubiera llegado demasiado tarde para comprarla.

No fue así.

Emily no lo sabía todavía, pero pintaría otro cuadro, en esta ocasión de ella con una camiseta rosa contra un fondo negro, y lo colgaría junto al mío.

Al día siguiente, llegué a la galería puntualmente a mediodía. Ella estaba en el vestíbulo. Llevaba un vestido de marinera blanco y azul con zapatos de tacón naranjas y me esperaba con una sonrisa. Parecía todo tan sencillo. Ella, en este día de primavera, dándome de buen grado lo que yo tanto quería. No había parecido tan fácil cuando íbamos al instituto. Pero ahora comprendía que Trent tenía razón la noche que descubrí que estaba saliendo con Dean. Arrastré a todo el mundo a una mierda muy oscura porque no pude admitir este simple hecho.

secret.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant