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Emily

Rosie sacudió la cabeza y siguió todos mis movimientos con la mirada. No necesitaba abrir la boca: sabía perfectamente lo que quería decirme.

—Ni una palabra —la advertí mientras limpiaba la zona alrededor del caballete y le daba la espalda a la vez que ella se sentaba en la mesa y me observaba trajinar en mi rincón de pintar.

Y no apartó la mirada ni tocó la sopa.

No me arrepentía de haber estado a punto de besar a Vicious. Por una vez en la vida, no había ido sobre seguro. No había sido cautelosa. No había pintado mi vida con colores al óleo. Había ido a por las pinturas acrílicas, que se secaban rápido, y las había utilizado para..., para lo que fuera que quería con él.

—Bien —dijo Rosie, contrariada—. Pero quiero que quede constancia de que te lo advertí. Deslizó un sobre por encima de la mesa hacia mí. Lo abrí y miré el dinero que había dentro.

Lo conté, ignorándola. En lugar de sentirme feliz por haber vendido un cuadro, me sentía

profundamente incómoda.

¿Iba a cometer un enorme error si me liaba con Vicious? Probablemente. Pero no podía negarme lo que deseaba, y ya no éramos unos niños.

Esto estaba pasando.

Él me utilizaría, y yo lo iba a usar a él.

Era un error de proporciones épicas, lo sabía.

E, igual que cualquier otro gran error, tendría consecuencias dolorosas. Por desgracia, ese era un precio que estaba dispuesta a pagar.

***


A la mañana siguiente, llegué temprano a la oficina. No estaba segura de por qué, pero quería que todo estuviera perfectamente en orden.


Por primera vez, el café y el desayuno de Vicious lo esperaban sobre la mesa.

Me encerré en mi oficina —a dos puertas de la suya— y le compré a Rosie un billete de avión a San Diego. Quería que pasara la Navidad con nuestros padres. Es cierto que nada me habría gustado más que irme con ella y convertir el viaje en una fantástica semana con la familia, pero un billete de última hora ya era bastante caro, y necesitaba ir con cuidado con el dinero. En cualquier caso, estaba segura de que Vicious no me daría los días libres necesarios.

Enviar a Rosie a la otra punta del país no tenía nada que ver con lo que había pasado la noche anterior. Por supuesto.

Después de enviar a mi hermana un mensaje de texto con el billete sorpresa, me puse a filtrar el correo de Vicious. Respondí a las peticiones de organizadores de eventos benéficos, borré los correos basura y marqué como importantes los mensajes de inversores que tenía que contestar él. Su bandeja de entrada estaba tan centrada en su trabajo que casi resultaba patético. No había nada personal excepto algunas conversaciones personales con Jaime y Trent y una lacónica pregunta sobre la fusión de Dean. No es que estuviera fisgando. Parte de mi trabajo consistía en mantener su bandeja de entrada en orden.

Lo que no formaba parte de mis funciones era leer sus interacciones en Facebook y repasar todo lo que se había dicho con mujeres en los últimos seis meses, pero me tomé la libertad de hacerlo también porque..., bueno, porque yo era así de trabajadora.

secret.Where stories live. Discover now