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Emily

Fiel a su palabra, Vicious me esperó a la salida del metro todos los días a las ocho de la tarde en punto. La hora a la que yo emergía de la gélida estación y me lo encontraba en la calle. Luego, caminábamos en silencio.

Al principio, intentó hacerme hablar sobre mi día, sobre mi nuevo trabajo, sobre mi nuevo jefe, sobre cualquier cosa que le permitiera saber más acerca de mi nueva vida. Yo no iba a darle ni agua. Al final, nos asentamos en una rutina en la que no decíamos ni una palabra hasta que yo llegaba a mi puerta. Luego, él me miraba mientras yo buscaba la llave y la abría. Cada día, exactamente un segundo antes de que la cerrara a mi espalda, me pedía lo mismo.

—Escúchame. Diez minutos. No te pido más. Y yo le decía que no.

Y eso era todo.

Tras las primeras dos semanas, cambió el guion de «diez minutos» a «cinco minutos». Yo le seguí diciendo que no. Probablemente, debería haber insistido más en que se fuera al diablo y dejara de seguirme, pero lo cierto es que aquel barrio era realmente peligroso y yo agradecía que me acompañara hasta la puerta todas las noches.

Me sorprendieron su determinación y su dedicación a la causa, fuera cual fuera. Solo habíamos pasado un par de días fantásticos en la cama juntos, así que el combustible que alimentaba su lujuria debía de estar a punto de acabarse en cualquier momento, ¿no?

Una parte de mí sospechaba que se trataba de otro de sus juegos. Vicious era muy mal perdedor. Lo había demostrado una y otra vez. Cuando quería algo, lo tomaba y dejaba tras él puentes quemados y campos de batalla en los que no crecía la hierba. No quería ni imaginarme lo que tendría previsto hacer con Jo ahora que había leído el testamento.

No estaba segura de lo que quería de mí. Más aún, no estaba segura de que yo no fuera a dárselo otra vez. Pero que estuviera allí cada día era un masaje para mi baqueteado orgullo. Especialmente después de lo de Georgia. Sin embargo, no era suficiente como para escucharlo otra vez.

Un mes después de que nos mudáramos, Dean se pasó por nuestro nuevo apartamento. Tenía un aspecto magnífico, si te gustaba ese aspecto de macizo al estilo Bradley Cooper. Y yo pensaba que


a mí me gustaba, pero, al parecer, mi tipo eran más los tíos siniestros y completamente capullos al estilo Colin Farrell. Era sábado y yo me preparaba para ir a la tienda de la esquina. Abrí la puerta y me lo encontré allí de pie, con su enorme sonrisa y su cabello de estrella de Hollywood.

—¡Dios santo, Dean! —exclamé, agarrando la puerta con más fuerza y recordando el pósit que me había dejado—. Si has venido a acosarme, no te preocupes, Vicious ya se encarga de ello, y es muy persistente.

—Millie —dijo en tono de reproche mientras abría la puerta de un empujón y entraba en el apartamento como si fuera suyo.

Llevaba un jersey de cuello de cisne, tejanos negros, un abrigo de tweed gris y la típica sonrisa de soy-mejor-que-tú que lucían los Buenorros desde su nacimiento. Dean se detuvo al ver a Rosie sentada en el sofá, leyendo algo en el viejo iPad que le había dado la universidad. Entrecerró los ojos y yo puse los míos en blanco.

secret.Where stories live. Discover now