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Vicious

El funeral fue exactamente el acto de mierda que esperaba.

Josephine asistió al entierro de su esposo luciendo un bronceado hawaiano, un vestido negro de Versace y lágrimas falsas. Dean acudió y permaneció junto a su padre, mostrando sus respetos al difunto, pero ni siquiera miró en mi dirección. Y Trent y Jaime pasaron la ceremonia intentando consolarme mientras nos miraban alternativamente a Dean y a mí.

El estado de la nariz de Dean y mis ojos morados no dejaban lugar a dudas. Sabían exactamente lo que había sucedido. Sentí que me consideraban responsable de todo, pero que no querían abordar el tema porque veían que estaba de luto.

Más o menos.

En realidad, no sentía nada. La existencia de mi padre solo había sido una carga para mi conciencia. Cada día de su vida había sido un recuerdo de que mi madre no lo estaba.

Cuando bajaron el ataúd de mi padre a la tumba, enterré muchas cosas con él. Una de ellas fue la frustración que me hacía sentir. Pero no el odio. El odio permaneció y, con él, mi tormenta interior. Una agitación que se suponía que nadie debía conocer.

Era una tragedia, pero era mi tragedia. No quería que nadie más lo supiera.

Cuando regresé al hotel, envié otro mensaje a Emily diciéndole que me llamara. Ahora mismo.

Mañana tendría el testamento. Había llegado el momento de que hiciera la maleta y subiera su bonito culo a un avión. También planeaba decirle que tenía que quedarse en California al menos un par de semanas y ayudarme en Los Ángeles. Incluso estaba dispuesto a pagarle un par de cientos de miles de dólares más para endulzar el trato. Joder, llegados a este punto estaba dispuesto a darle cualquier cosa que me pidiera.

Pero Emily no contestó.

¿Se había acobardado y no estaba dispuesta a mentir por mí? Me sentí traicionado. La amargura y el dolor se apoderaron de mi pecho, de mi lengua, de todas las partes de mi cuerpo que le había permitido tocar.

Arrojé el teléfono contra la pared. El violento impacto hizo que una telaraña de fracturas se dibujara en la pantalla. Lo lógico habría sido pedir a mi asistente personal que me consiguiera otro, solo que, en ese momento, no tenía una maldita asistente personal. La necesitaba y no estaba allí. La necesitaba, pero sabía que prefería morir a admitirlo en voz alta.


***


Anduve el trayecto por el corredor de la muerte que separaba el hueco donde había aparcado el coche de alquiler de la mansión de Cole. Me pareció que el tiempo se deformaba, que discurría muy lento o quizá demasiado rápido, no conseguía decidirme. Esto, aquí, ahora, era lo que llevaba años esperando. Esto, aquí, ahora, era el final y también el principio de algo.

El testamento. El veredicto.

El maldito gran final.

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