XV

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Le miro fríamente. Sus ojos verdes brillan, pero no brillan como siempre lo hacen, brillan de una forma distinta. Expulsan pena. Esconden llantos.

–No, es más, no quiero saber nada que tenga que ver contigo–. Me separo de él. Sus ojos se quedan mirando a los míos. No responde. Se queda quieto hasta que decide irse. Me deja sola en un sitio que desconozco, pero antes de que se aleje por la puerta logro identificar una pequeña lágrima en sus ojos. En otro momento eso habría sido suficiente para que le perdonase. 

Ahora no. 

Ahora entiendo lo cruel que es la vida, como te la juega cuando confías en ella. Ahora sé que el mundo feliz en el qu nos hacían creer no existe, que la élite domina por y para ella. Que todo es una gran mentira. Siempre lo ha sido. 

Decido salir de la pequeña casita, entre las ruinas de lo que antes fue un pueblo veo a personas heridas. Algunos las cuidan. No veo a la chica morena que me había encontrado antes, algo me dice que llora por Abel. Un escalofrío recorre mi espalda, ¿acaso no debería estar llorando aún por la muerte de mi hermano? Pero no puedo, algo me dice que me levante, que luche por y para lo que creo. Algo me dice que les haga pagar.

No busco venganza, yo no soy así. Busco la forma de que todo vuelva a ser como antaño. El libro de historia de Abel explicaba como todos los humanos eran iguales, como no los concentraban en partes de las ciudades según su nivel económico. Como hubo un tiempo en el que el dinero no movía la sociedad. En como en ese tiempo las personas se ayudaban unas a otras. En como no había guerra, y las flores crecían en todas partes. En como una sola cosa se imponía entre las demás: esperanza. Pero no es ese tiempo, no ahora.

Llego al centro del pueblo y me dejo caer en un escalón. Estoy en el ayuntamiento, está intacto. El por qué es simple: un ayuntamiento es la ley, la política. No les trae cuenta romper el símbolo de la justicia. Una mano fría se apoya en mi hombro, tuerzo la cabeza para mirarle directamente a los ojos. No tardo en reconocer su rostro, esta vez está cubierto de cicatrices.

–Drake,– mascullo,– ¿qué te ha pasado en la cara?

–He tenido suerte... Siento mucho lo de Abel, para mi era un hijo–. Niego con la cabeza, no quiero hablar de ello, la primera vez que "murió" me costó medio año superarlo. Está vez nunca lo haré.– Nayeli, Kaled... Me pidió que no te dijera nada de esto, pero debes de saberlo.

–No quiero saber nada que tenga que ver con él–. Me levanto para irme, pero Drake es más rápido. Me coge del brazo y me hace sentarme de nuevo. 

–¡No seas una maldita cría! Además, ¿qué demonios te ha hecho?– No respondo, en realidad no ha hecho más que engañarme, pero para mi eso es demasiado.– Verás Nay, hay veinticinco pueblos refugiados. Pero el Refugio tiene una única misión. Los pueblos Refugiados se encargan de recibir a aquellos que necesiten huir de sus ciudades. Tú tuviste suerte, tu ciudad es de las mejores. Hay en otras en las que torturan todos los días a una persona, lo sortean, y nadie puede oponerse. El Refugio trata de parar eso, pero recibir a gente y luchar en guerrillas no sirve de mucho. ¿Sabes qué es Ítaca?

–Si, es la ciudad dominante, en ella se controla todo. Es la llama de nuestra sociedad.

–Exacto, el maldito ordenador central. Tienen un expediente de cada uno, se hace automáticamente al nacer. Saben quienes somos, a que ciudad pertenecemos y secretos de nuestras familias. Lo saben todo. Y poco a poco, les sirve de arma. 

–Si, me estás contando todo lo que sé. ¿Tu información que me dice? ¿Qué la sociedad es una mierda? Lo sé. ¿Qué la vida es absurda? ¿Qué el destino está escrito? Si. Lo sé.

–Ten paciencia. Se que lo que te está pasando no es fácil.

–Que sabrás–. En ese momento hace algo que no me esperaba. Me pega con fuerza en la cabeza, me produce un dolor de esta.

–Han matado a una de mis hijas. Sé lo que digo.

–Yo... No quería decir eso...

–Lo sé, por eso no te he dado fuerte. Continúo sin más interrupciones. El caso es que el Refugio ha decidido ha hacer algo, algo que nos haga libres. Algo que consiga que todos seamos iguales. Iguales y libres.

–¿De qué se trata?

–Han mandado a un muchacho a Ítaca. Pretende llegar al ordenador final y cambiar su configuración. No necesita más que un pequeño chip, instalarlo en este. Es un virus que borrará todo. La sociedad como está ahora desaparecerá–. Drake lo dice serio, en sus ojos hay una gota de esperanza. Pero sobre todo, hay pena. La muchacha rubia que se había abalanzado a Kaled hace unas horas, se acerca. Una chispa de ira recorre mi cuerpo.

–¿Qué idiota a aceptado esa misión suicida?– No hay nada en el mundo que esté tan bien custodiado como ese ordenador. Drake me mira, pero no es su voz quien responde mi pregunta.

–Tu ojiverdes.

The flight[La huída]©Where stories live. Discover now