V

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Cuando despierto busco desesperadamente a Kaled, no está; al menos no le veo. Miro a mi lado izquierdo y me doy cuenta de que Eder está sentado en la orilla del lago. Con cuidado camino hacia él. Me siento a su lado y le sonrío. Sólo tiene un año menos que yo pero siempre me he sentido mucho mayor que él, a pesar de que físicamente me saca tres cabezas, soy más madura que él, aún así siempre ha sido mi favorito.

–Nay... Todo es mi culpa... Si no hubiese robado ese trozo de pan... Si mamá no hubiese tratado de detener al soldado...– En ese momento me doy cuenta de que había pocas posibilidades de que mi madre estuviese viva y menos aún de que no la hubiesen colgado en la horca. De todas formas no es el momento para deprimirme.

–No es tu culpa, no es de nadie. Es el gobierno, nos tienen con la soga al cuello esperando a que pestañeemos para tirar de la palanca que nos matará.

–Pero madre...

–Ya ha pasado, ¿puedes hacer algo? No. ¿Para qué sirve hundirte?– Noto como se me sube el color rojo a las mejillas y como una lágrima de enfado cae por mi cara. No puedo parar de desear en lo que me gustaría ser: valiente, fuerte y muy lista, pero no lo soy, y por desgracia no soy como las superheroínas de mis libros. Mucho será si consigo salvar a Eder y a Kaled o al menos ayudarles en algo... –¿Dónde está Kaled?

–¿Él chico ese tan atractivo?– Dice mi hermano dándome un codazo y guiñando el ojo izquierdo. –Ahora viene, a ido a por una medicina para las heridas y para él, creo que le pasa algo. 

Asiento y mi hermano sonríe, todavía está muy débil para moverse, no me resultaría extraño que Kaled le hubiese llevado hasta la orilla del lago. Entonces me acuerdo de la operación de Kaled y me siento fatal, había estado cargando a mi hermano todo el día anterior.

Eder se intenta levantar pero no lo consigue. Y no lo vuelve a intentar, le haría mucho daño otro intento en vano. A diferencia de mi, Eder es fuerte y valiente, pero aún así no soporta no conseguir hacer algo. 

–Veo que ya estás despierta enana–. Kaled se acerca a mi con su típico buen humor. No puedo evitar sonreírle. Es un gran amigo. –Te traigo una cosa Eder, por ahora solo aliviará el dolor, pero no logrará que desaparezca del todo. Yeli,– por lo visto había decidido llamarme así– ayúdame, tenemos que hervir las hierbas.

Me pongo a hacer un fuego, algo que se me da bien, y quizá lo único que se me de bien. Una vez hervidas las hierbas mi hermano se las come. Por la cara que pone muy ricas no pueden estar. Por lo visto son un calmante para tensiones musculares, pero Kaled y su buen ojo pensaron que también pueden ayudar a Eder.

–¿Nos vamos ya?– Digo cuando hubo pasado un rato desde que mi hermano se recuperó, medianamente. No me gusta quedarme quieta en un lugar que desconozco. Ambos asienten y comenzamos a caminar. Kaled ayuda a mi hermano y yo les abro camino. Llegamos a un claro. Kaled propone que nos paremos, dice que está cansado, pero yo sobreentiendo que mi hermano está que no puede. Aún no estoy segura de que le hizo ese guardia.

–Kaled, Eder; me a parecido escuchar agua, voy a ver si encuentro de donde procede– digo sonriendo.

–No puedes ir sola...– responde Kaled, al que se le nota la preocupación.

–Debes quedarte, haced cómodo este lugar para pasar la noche en él–. Señalo con la cabeza disimuladamente a mi hermano y Kaled, que de tonto no tiene nada, asiente, –además, ayer estabas muy mal por la operació e hiciste un gran esfuerzo, deberías descansar– digo encogiéndome de hombros.

–No es nada, mi padre me compró una medicina que anestesia la parte de donde el dolor procede, no se la doy a tu hermano por que no se si le ayudará, no se exactamente que tiene, quizá le drogaron. Pero yo me tomé una cucharada de la medicina esta mañana.

Me estoy preocupando más, ¿qué le habría hecho aquél guardia? Le doy un beso en la mejilla a Kaled  –espero que no le des la medicina, es tuya y sin ti ya estaríamos muertos–.  Le hago un gesto con la mano y me voy, aunque me siento fatal por mi hermano Kaled debería quedarse la medicina, ya ha hecho mucho por nosotros.

Comienzo a adentrarme el el bósque sóla. Cojo una piedra y voy pintando flechas en el suelo mojado por dónde paso. En unos diez minutos llego al fino río y comienzo a beber agua. Está todo muy tranquilo, de repente escucho un ruído. Me asusto y me doy la vuelta, ese ruido no había podído proceder de ningún animal. Cuando giro mi cuerpo me topo con un muchacho sujetando una espada a dos milímetros de mi cuello.

The flight[La huída]©Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora