IV

315 33 10
                                    

No puedo creer lo que veo. No puedo contener un enorme grito y quedarme completamente parada, inmóvil, como si estuviese petrificada. No puedo moverme, levanto un poco la mirada y me arrepiento. No puedo creer lo que veo, todo está mal. 

–¡Nayeli!– Grita Kaled con desesperación entrando por la puerta sin importarle que le de permiso o no. Sigo sin moverme, ¿cómo voy a hacer algo después de lo que estoy viendo? Noto que me abraza y me suelta dirigiéndose a el soldado que sostiene a mi hermano. No puedo evitar mirar otra vez a mi madre, tumbada en el suelo llena de sangre ¿qué habría pasado? Es más, ¿estaría viva? En ese momento me doy cuenta de que mi madre era algo secundario, tengo que ayudar a mi hermano. 

–¿Qué haces? Es solo un crío, ¡suéltale!– Grita Kaled.

–Un crío que ha robado– dice el soldado frívolo.

No me lo puedo creer, ¿robar? Nos estábamos muriendo de hambre, seguro que habría sido por eso, pero... El robo se castigaba con pena de muerte, hacía ya veinte años que volvieron a impartir la pena de muerte en el país, y ahora la usaban para todo. Entonces me doy cuenta. Le iban a ahorcar en el ayuntamiento de la ciudad, como siempre hacían; ponían a sus familiares en primera fila para que observasen bien los últimos respiros de su ser querido. Pero ¿qué podía hacer? No era valiente... ¿Cómo...?

Mis pensamientos se cortan cuando veo a Kaled pegando al soldado. Le da con tal fuerza que este cae al suelo perdiendo el conocimiento. Kaled coge a mi hermano en brazos y me sujeta la mano. De pronto me doy cuenta de lo que va ha hacer.

–Kaled no puedo,– digo en un susurro – mi madre...

En ese momento palidezco más él me mira, me coge más fuerte de la mano y tira. No me queda más que seguirle y no pongo resistencia a esto.

Llegamos al extremo de la ciudad, Kaled está que no puede con mi hermano en brazos, con la operación ya le cuesta andar, así que soportar una carga doble no le facilitaría la caminata. En ningún momento derramo una sola lágrima, creo que estoy tan triste y confundida que simplemente no me es posible llorar.

–¿A dónde vamos?– Le digo, me parece obvio, no podemos volver a vivir en la ciudad. No había ninguna ley que no nos permitiese abandonar la ciudad, pero nadie (al menos que yo conociese) había abandonado jamás aquel lugar que tanto sufrimiento nos causaba. Y ahora veo el por qué, tenemos miedo a lo que desconocemos; es decir, tengo miedo a lo que Kaled está apunto de decir.

–Al bosque,– justo lo que estaba pensado, en ese momento me pone el brazo por los hombros, y me susurra – No te preocupes yo cuidaré de vosotros.

Asentí y esta vez soy yo quien le tiro de la mano hacia el bosque. Se que quedarnos allí quietos es una mala opción, y Kaled, por lo visto, también lo intuye.  Nos movemos rápido. Mi hermano ya comienza a andar por si solo, lo que hace que Kaled pueda andar más rápido. En poco tiempo nos  adentramos en el bosque. 

No se que siento, ¿terror? ¿miedo? ¿alegria? El bosque es tan oscuro como majestuoso; siempre lo había imaginado así, pero creía que mi imaginación me engañaba. Los lugares oscuros no me importan. Nos adentramos un poco más hasta llegar a un pequeño lago. Al parecer Kaled se conocía el bosque bastante bien. Al fin éramos libres, quedarnos en la ciudad no habría sido una opción, y tengo la sensación de que en este momento éramos más libres de lo que lo habíamos sido jamás.

–Yeli, nos quedamos aquí hasta mañana, estamos a un día de viaje, creo.– Apoyo la cabeza de mi hermano sobre mis piernas y le beso la frente.

–¿Estará bien?– Kaled me sonríe y hace que apoye mi cabeza en su pecho. Ninguno tenemos ganas de decir una sola palabra. Lo último que recuerdo antes de cerrar los ojos es un leve tintineo.

The flight[La huída]©Where stories live. Discover now