IX

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Camino hacia el claro. Ahora me toca lo más duro, tengo que ser fría, tengo que ser fría, me digo una y otra vez. Nunca me he preocupado mucho por los demás, pero tampoco me gusta hacerles sufrir. Sigo sumida en mis pensamientos mientras camino lentamente. Paso al lado de aquel hombre muerto. Un poco más tarde llego a donde quiero. Me acerco a mi víctima, ahora no es más que un hombre indefenso, casi desangrando; cuando llego está encogido sobre sí mismo, sinceramente me recuerda a mi gato antes de que muriese.

Me acerco a él, me agacho y le tapo el derrame de la cabeza con un trozo de venda que había cogído. Me quedo unos minutos esperando, en silencio. Cuando el hombre comienza a recuperar el conocimiento le hablo.

–¿De dónde vienes?

–¿Qué te importa?– responde mirando hacía otro lugar. Esto iba a ser más difícil de lo que había pensado. Respiro hondo y vuelvo a hablar.

–Te he hecho una pregunta, si me voy y te dejo aquí desangrándote, sufrirás.

–¿Y qué vas a hacer?– me mira, – si no recuerdo mal, fuiste tú quien me creo esta maravillosa herida.

–¡Cállate!– le grito, ese tono irónico con el que me habla. –Y ahora mismo, soy yo quien te puede matar, ¿por qué estábais en el bósque?

–Niña, no creas que soy "limpio",–ríe, –si quieres saber algo, me pagas; si exiges mi ayuda, necesitarías que cada cabello rojo de tu pelo fuese de oro.

–¡No te das cuenta de que lo que está en juego es tu vida! ¡Tengo medicinas, te las doy si me respondes!– vuelvo a gritar, me comienzo a desesperar. No soy muy paciente.

–Me diste en la cabeza por suerte,– comienza a reírse de nuevo,– no eres capaz de matar a una mosca, tan inocente como una chica de diez años–. Me comienzo a poner nerviosa, no se que hacer, tiene razón, pero necesito las respuestas a mis preguntas. Cojo una piedra y se la tiro a la entrepierna. Le agarro del cuello de su capa y lo acerco a mi.

–Puede que tengas razón, pero no tengo tiempo para juguecitos, o respondes a mis preguntas o te dejo aquí y llamo a alguien para que acabe este trabajo,– miento con la esperanza de que se lo crea.

–Puede que hasta des miedo, dime que quieres saber, ¿sabes? Soy una sucia rata, lo admito, ahora mismo solo me importa salir con vida, así que te ayudaré.

–¿De dónde vienes? 

–De North Abbey,– sonrío y no logro contener como una leve sonrisa surge en mi cara.

–¿Hace cuanto y por qué entraste el el bósque?

–Hace cinco días, estábamos buscando a un chico algo probemático, pero creo que lo conoces mejor que yo,– su tono irónico vuelve. Me irrito y decido preguntarle otra cosa.

–¿Sabes que ha pasado con Marry Weaver, la bibliotecária? 

–Si.

–¿Está viva?

–Vivita y coleando, encerrada en la cárcel, esperando a que su hijo vuelva par que la vea sufrir.

–¿Por qué quieren hacer sufrir a mi... a su hijo?

–Es el líder de los rebeldes. ¿A por quién creías que íbamos?

–¿Y los demás del pueblo?– digo, apenas tengo fuerzas para responder a su pregunta.

–¡Oh! Todos bien, menos claro, sus amigos y demás familiares, supongo que también estarán sufriendo.

No necesito más, le tiro la medicina y casi le doy en la cabeza; como había prometido. Me doy la vuelta y salgo corriendo. De camino tropiezo con el cuerpo del hombre muerto. Estoy tirada en es suelo y se me ocurre una idea. Cojo su capa y me la pongo, le cuelgo la medalla que le había cogido hace un tiempo y la coloco de la forma más visible posible en la capa. Cojo uno de los cuchillos, tiendo mi pelo y me lo corto. Mi pelo rojo y rizado cae por todas partes. Ahora apenas me llega a las orejas. Me tapo la cara con la capucha de la cara y me voy. No puedo tardar.

Ando hasta salir del bósque marcando en los troncos de los árboles unas flechas para después saber el camino de vuelta. Corro lo más rápido que puedo, sin mi hermano enfermo y Kaled recién operado no tardo más de dos horas en salir del bósque; la verdad habían sido una carga algo grande.

Me cubro bien la cara, antes de andar hacía la ciudad, me la mancho un poco de barro y dejo atrás el bósque. Poco a poco voy pensando en lo que estoy haciendo. No me lo puedo creer, cada vez tengo más miedo. Miro hacía el bósque que he dejado atrás y vuelvo la cabeza hacía delante. ¿Qué estoy haciendo?

Cuando llego a la ciudad no se a donde ir primero. Mi casa es lo primero que se me ocurre, pero me parece muy tonto, pués por muy disfrazada que fuese habrían muchos policías, puede que incluso soldados. Decido ir a la fábrica, Kaled está herido y me acuerdo de mi fántastica medicina, la que abandoné allí al huír al bósque. Con la placa colgada al pecho y la capucha cubriéndome la cara nadie me reconoce. Al menos eso creo, eso espero

Llego a mi taquilla, no tenía la llave, pero forzar esa cerradura era muy fácil; en menos de un minuto ya tengo mi mochila. Me doy la vuelta cuando algo tira de mi brazo y me arrastra hasta el sótano. 

Podría gritar, pero la fábrica estaba desierta. No me había dado cuenta hasta ese momento. En menos de unos minutos estoy sentada en un incómodo sofá con mi capucha bajada. En otro cuarto se escucha un voz que me es familiar.

–Te dije que era ella,– dice la voz.

The flight[La huída]©Where stories live. Discover now