II

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Esa mañana, antes de desmayarme, me había despertando soñolienta, cada día estaba más cansada. Caminé hacia la cocina, me comí dos galletas  y me puse mis zapatillas de estar por casa. Estaban algo rotas. El frío se colaba por las suelas, por la piel, hasta los huesos. No solo cada día hacia más frío, sino que también empezó a escasear la comida hace un tiempo, no tenemos apenas dinero para ella, así que mucho menos para zapatos. Con mucho esfuerzo me duché, el agua fría como el hielo hacía que cualquiera se replantease lo de ducharse de vez una vez al día.

Después de ducharme me enrollé en mi toalla y fui a mi cuarto, donde me vestí. Me puse la ropa desgastada de la fábrica y un abrigo antiguo, dos pares de calcetines con agujeros y mis botas. Eran una talla más grande que la mía pero no me importa, cuanto más grandes fuesen más calcetines podría  ponerme. 

Cuando salí fuera el primer escalofrío llegó antes de que me diese tiempo de respirar. Hacía mucho frío. Caminé hacia la fábrica donde trabajaba de lunes a miércoles y los domingos. En invierno el trabajo escaseaba, por eso no me importaba no ir al colegio los miércoles, los lunes y martes había clases por la tarde, a las cuáles me era obligatorio asistir. En la fábrica no me pagaban gran cosa, pero era mejor que nada.

Desde que mi padre y mi hermano mayor se fueron a la guerra, como la mayoría de hombres de la ciudad, en mi casa comenzó a faltar de todo. No éramos una gran familia: mi madre, el mocoso de mi hermano pequeño y yo (ahora que los dos hombres no estaban). Mi madre trabaja en la biblioteca. No trae mucho dinero a casa, pero algo es algo y lo que ella trae a casa es el doble que lo que conseguimos mi hermano y yo. La verdad, nunca le pregunté a mi hermano en qué trabaja, probablemente limpiando chimeneas, ya que es muy delgaducho (a causa de la falta de comida) y resulta más barato que ningún hombre o máquina.

Llegué a la fábrica y como siempre, seria, fui a mi puesto de trabajo. Por el camino escuché las típicas conversaciones; que no es justo que nos paguen esta miseria por una jornada entera de trabajo o que si nos ponemos en huelga (cosa que al final nunca hacíamos por miedo al despido). Cuando llegué a mi puesto se me escapó un gran suspiro, la imagen me deprimía, siempre lo hacía. Aún así, hoy había un ambiente peor que de costumbre. Eché una mirada hacia el lado izquierdo y vi a Margot, ella parecía feliz, pero la conocía demasiado para no saber que algo le pasaba.

La seguí mirando, no iba a parar hasta que ella me devolviese la mirada. No tardó en hacerlo. En cuanto me miró le hice un gesto para que supiese que quería hablar con ella, respondió vocalizando la palabra "comida". Me di la vuelta y continué mi trabajo. 

A la hora del descanso, recogí mi manzana y me dirigí hacia la puerta, donde deducía que estaría Margot esperándome. No me equivoqué, vestía con la misma ropa vieja que yo me esperaba calentándose sus manos con el aliento, cuando me vio sonrió y  se acercó.

–Hola – dije sonriendo.

–Hola – respondió seriamente, vi que no me traía buenas noticias, ¿puede que fuese la misma causa la que la atormenta que la que deprime al resto?

–¿Qué ocurre? ¿Qué les pasa a todos? ¿Por qué están deprimidos?

–¿No lo sabes? 

–¿Parece que lo sé? Got, ¿qué ocurre?– dije, comencé a notar como el color rojo de enfado subía por mis mejillas. 

–En tres días reclutarán a más gente para la guerra. 

–¡A más! ¡Si la última vez se llevaron a casi todos los hombres de la ciudad!

–Escucha Nayeli,– me agarró de ambos brazos y se acercó a mi– no hay muchos hombres, puede que quieran llevarse hasta ancianos, y, todos esperamos que no lo hagan, pero a niños también. Nos tienen con el agua por el cuello, todos tenemos familiares entre esas edades, todos tememos perder a más familiares. 

Me quedé callada, ¿qué podía decir? El padre de Margot tenía cincuenta y cinco años, era muy viejo para la guerra, y aun que el tope subiese diez años él seguiría sin ir; eso me hace pensar que puede que Margot tuviese novio... Hacía cinco años, cuando necesitaron a gente para la guerra fue imposible para su padre entrar en el ejército, él habría deseado presentarse en lugar de alguno de sus tres hijos, pero no le dejaron, no iban a cambiar a un chico fuerte y en forma por un anciano endeble. Yo perdí a mi padre y a mi hermano mayor, pero ella a tres hermanos mayores.

En realidad no fue un golpe más duro para ella que para mi. Fue un golpe duro para todos, la ciudad se quedó prácticamente desierta. Se podría decir que el país entero. 

–¡Eder!– grité, no me lo podía creer, ¿por qué no he pensado en ello antes? No quería perder a el único hermano que me quedaba. Margot asintió. Lo último que recuerdo es que el frío volvió con gran fuerza. 

Cuando dejo atrás los recuerdos del día y vuelvo al mundo real miro a mi jefe, el mismo al que hacía apenas unos minutos temía ver,  suspiro y noto como una lágrima cae por mis mejillas. –Muchas gracias–. Él asiente y me da una de las flores casi marchitas que tiene en la mesa. Me levanto y con la flor en la mano me voy. Cuando voy a salir por la puerta me giro y le sonrío. No puedo evitar estarle extremadamente agradecida.  Voy bajando las escaleras y no puedo estar más feliz. 

Bajo tan ensimismada que no me doy cuenta de lo que me rodea. En un abrir y cerrar de ojos estoy tirada en el suelo junto a un chico. Este comienza a reír. ¿Qué tiene de gracia el habernos chocado?

The flight[La huída]©Where stories live. Discover now