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Me despierto en el hospital. Margot está a mi lado dormida, me tranquilizo un poco, busco desesperadamente a mi hermano y a mi madre, pero no hay nadie más en la pequeña sala. El fuerte dolor de cabeza me debilita lo suficiente para quedarme inmóvil esperando a que Margot despierte y me cuente todo lo sucedido. Muy lista no tenía que ser para saber que me había desmayado. No era una gran sorpresa, con el cansancio, los bruscos cambios climáticos y la falta de alimentación era muy normal que los ciudadanos nos desmayásemos. 

Margot comienza a despertarse. Yo intento levantarme de la incómoda camilla, pero el dolor de cabeza puede conmigo y me quedo tumbada. Cuando Margot me ve despierta me dirige una leve sonrisa. Me pone una mano en la frente y se va. Estaría ayudando a su madre, pienso. Su madre es de las mejores  enfermeras de la cuidad. Claro que con el descenso de población en los últimos años ser la/él mejor en algo no era un gran logro. Aún así Margot y su madre necesitan dinero, hoy en día tener un hijo fuerte trae más dinero a casa que poder salvar una vida.

Margot entra en la habitación con una botella de jarabe. 

–No esperes que me tome eso.

–Nayeli, no es broma, tu anemia está empeorando, ¿cuánto hace que no comes?

–Este medio día, – respondo burlona– contigo. No se si te acuerdas.

–Oh dios... ¡una manzana no es una comida! 

–Luego en mi casa seguro que mi madre preparará "comida".– Mi tono burlón no acaba.

–Toma, –me dice – llévatelo.  Dos cucharadas al día.

Me pone en una mano la botellita de jarabe y me tomo la cucharada que me había ofrecido. Los medicamentos son muy caros. –No puedo Margot, ¿cómo te pagaré?

–No hace falta, aquí hay mucho, no se darán cuenta, y ten cuidado.– Agita la mano y se va.

Me quedo tumbada en la camilla y guardo el botecito de jarabe en mi mochila. A los ciudadanos de clase media solo nos está permitido asistir al hospital una vez al mes; a los de clase baja, ninguna.  Se mataban a trabajar 14 horas diarias, morían de hambre y nadie les ayudaba. Yo siempre había pensado en que algún día podría ayudarlos, pero no soy una superheroína, y si mi familia y yo no podíamos alimentarnos, ¿cómo se supone qué iba a ayudar a los demás?¿Muriendo yo? Así no ayudaba a nadie.

Cuando se me pasa el dolor de cabeza (a lo que no tuve que esperar demasiado, el jarabe es muy eficaz) me levanto y me dirijo hacia la salida, Margot habrá vuelto a su puesto de trabajo, no la he visto en todo el camino. Cuando llego a la salida respiro profundo y ando hacia la fábrica donde tendría que pedir disculpas a mi jefe.

Esto es mala idea, mi jefe va a estar enfadadísimo. Podría ir directamente a mi casa, pero arriesgaría que me despidiera. No me queda opción. Además, nunca he hablado con él. Camino hacia la fábrica sin mucho ánimo. Cuando llego dejo mi mochila en una taquilla, recojo la llave de esta y me voy al despacho. Toco débilmente la puerta y me hace entrar tosiendo. 

Una vez dentro se queda mirándome; estoy nerviosa, noto como el corazón está apunto de salirse de mi pecho cuando me sonríe. 

–Siéntate por favor–. Obediente me siento en la silla que me había señalado y le sonrío lo más dulce que me es posible. 

–Gracias–. digo en lo que no consigo que no  sea más que un leve susurro.

–No te preocupes chica, no te voy a despedir–. En ese momento me entra una alegría enorme, pero espero callada, ¿acaso hay truco? –Mira Nayeli, ¿ese es tú nombre no?– asiento– no nos va bien, a nadie. Mi hijo volvió de otra ciudad hace unos días, temo que se lo lleven a la guerra. A mi hermana le han quitado tres de sus cuatro magníficos hijos. Hoy en día nadie está bien, y si no nos ayudamos entre nosotros, ¿quién lo hará?

The flight[La huída]©Where stories live. Discover now