XVI

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Noto como mi mundo comienza a desvanecerse, como todo se cae poco a poco encima mía, los colores de alegría se oscurecen hasta crear el mundo que mis ojos ven. No logro distinguir entre la realidad y mi sufrimiento, solamente noto como ambos se fusionan. Nada puede ir peor. Primero Abel, ahora Kaled va por el mismo camino. Doy un giro y salgo corriendo. Tengo que hablarle, despedirme, disculparme, y si eso, matarle.  Corro sin rumbo con la esperanza de encontrarle. 

Unas frías gotas de lluvia comienzan a caer. 

Siempre me ha gustado la lluvia, puede ser fría, pero es bella. Los ancianos de las ciudades dicen que la lluvia son las lágrimas de un ser sobrehumano que llora al ver el sufrimiento al que nos exponemos. Por alguna razón nunca creí en ello. Simplemente no creo en nada. En el instituto nos enseñaban la teoría de Darwin y el origen biológico de las especies. Tampoco creo en ellos. Simplemente no quiero creer en nada. 

Las gotas de lluvia siguen cayendo, cada vez más fuerte. Camuflan los llantos de las personas que han perdido a sus seres queridos. Me llevo una mano a la mejilla y la noto seca, mis lágrimas ya no salen. Sigo corriendo, no se a dónde voy, tengo la impresión de estar dando círculos. 

–¡Qué demonios haces! ¡Nayeli! Está empapada–. Miro hacia atrás y reconozco el apuesto rostro de Eder, aun que ahora luce algo desfigurado, su ojo izquierdo está hinchado y negro, no morado, negro. Me coge de un brazo y me empuja hacia la cabaña en la que se encuentran él y Margot. Una vez dentro esta me da otra ropa, me la pongo sin rechistar. No formulo una sola palabra. 

–¿Qué hacías corriendo como una desesperada en medio de la lluvia?– La dulce voz de Margot se entrecorta, ha estado llorando. La miro y arqueo una ceja. 

–Busco a Kaled,– digo firme,– ¿sabéis dónde puede estar?

–¿Has mirado en las cuadras? ¿Sabes? No es como tú. Él ama los caballos–. La voz de Eder emite una especie de tono humorístico, pero sus ojos no engañan. No está bien. Ninguno lo estamos. 

–¿¡En las cuadras!?– río falsamente. Me levanto y beso a ambos en las mejillas. Antes de que puedan preguntar estoy dejando atrás la pequeña casa. Huyendo entre la lluvia y el frío. 

No tardo en llegar a las cuadras. Sólo me ha hecho falta preguntarlo a tres personas. Veo las cuadras y me doy cuenta de que Drake tenía razón. Mi ciudad es de las mejores. No hay más que un porche con caballos atados a los palos, ni puertas ni nada. La comida de los caballos está puesta en el suelo. Miro hacia el resto de chozas. Nadie parece quejarse. Entre la bruma de la lluvia reconozco dos círculos verdes esmeralda. Brillan como nunca. Me acerco intentando alejarme lo más posible de todos los caballos hasta llegar a esos pequeños círculos. 

–¿Estás mejor?– pregunta, en su voz noto preocupación, ¿acaso no le importa lo egocéntrica que he sido?

–Kaled... No puedes ir, por favor... No vayas.

–Si no voy, ¿quién ayudará a toda esta gente?

–¿Qué importa?– Él ríe.

–Ni tú soportas verles sufrir.

–¿Y quién me ayudará a mi?– grito sin saber que decir, noto como unas lágrimas ardientes caen por mis mejillas. Una mano me coge de un hombro y me pega su cuerpo al mío. No se que decir, pero dejo que mis lágrimas sigan brotando de mis ojos. No me suelta. Me coge de la mano y me lleva a una de las casas cercanas. Cuando llegamos enciende la chimenea. Toso y estornudo un par de veces. Cuando consigue encenderla se sienta a mi lado y me pone una manta por encima. 

–Drake, supongo– ríe y me mira sonriendo. Asiento.

–Kaled no te rías, es serio. No quiero perderte.

–Tu hermano y yo prometimos que iríamos, ahora él no está, voy a ir, estoy decidido. Podré morir en el intento, pero al menos lo intentaré, y si lo consigo, todo será mejor para todos.

–En ese caso voy contigo–. ¿Pero qué estoy diciendo? Me dan miedo los caballos, la oscuridad, las cuerdas y las espadas, el veneno y la muerte en sí. ¡Sólo seré una molestia!

–¡No!

–¿¡Qué!? ¿¡Quién eres tú para decirme lo que tengo que hacer!?

–Nayeli, no quiero que te pase nada. ¿No lo entiendes? Es peligroso–. Esta vez soy yo la quien no logra aguantar la risa.

–¿Acaso no sabes lo cabezona que soy?

–Yeli,– me coge de la barbilla y hace que mantenga mis ojos en frente de los suyos,– no me lo perdonaría si te pasara algo. 

–No lo entiendes, o voy, o te aseguro que me pasará algo.

–Eso es chantaje, además no quiero... Peligrarías.

–Más si me quedo aquí–. Sus ojos me miran, el brillo recae en ellos. Se que no me lo permitirá, pero no le queda otra, tengo un miedo aún mayor: perderle. 

–¿Qué tramas?– sonrío maliciosamente.

–Venganza, y de una forma u otra la obtendré.

–Yeli...– calla, no sabe que decir.

–Míralo así: si me quedo aquí buscaré vengar a Abel y a los demás, a la hija de Drake... A todos, buscaré una forma de hacerlo e iré sola, nadie podrá protegerme y lo más seguro es que muera. En cambio si voy contigo, ni tú ni yo estaremos solos, nos podremos proteger. ¿No crees qué merece la pena?

–Si vienes me harás caso en todo.

–No. Sabes como soy, y no prometeré algo que no cumpliré. Aún así, la segunda opción es mejor que la primera.

–Al menos dí que me harás caso en una cosa. 

–¿En qué?

–Ya lo sabrás.

–Entonces, voy contigo.

–Si...– suspira. No consigo aguantar la alegría. Me lanzo a sus brazos y me quedo dormida en él. 

La noche pasa. Desde la casa se oyen a unos lobos aullar, pero ninguno se atrevería a acercarse a un pueblo humano. El cuerpo de Kaled no es muy cómodo, sus músculos están duros y desprende mucha calor, pero no se me pasa por la cabeza alejarme, si me descuido es capaz de irse sin mi. Algo dentro de mi dice que mañana nos iremos.

Que cuando el sol reluzca un día más todo habrá cambiado.

Que ya nada será igual. 

Algo me dice que este día me cambiará. 

Algo me dice que he nacido para hacer esto.

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⏰ Last updated: Feb 21, 2015 ⏰

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The flight[La huída]©Where stories live. Discover now