VII

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No puedo resistirme, en menos de tres segundos estoy encima de Abel. No puedo contener las lágrimas y un pequeño grito. Ambos caémos al suelo y rodamos como albóndigas.

Cuando aterrizo me fijo en su rostro, era tan bello como siempre había sido, pero en una mejilla tiene una cicatriz. Hago memoria, en mis borrosos recuerdos no figura aquella cicatriz. Todo comienza a ser algo incómodo,  mi felicidad perdura, pero no se que decir. Llevo años sin verle, puede que eso ayude a comenzar una conversación, pero no se por donde empezar, un millón de preguntas asaltan mi mente en menos de tres segundos.

En mi casa ya le dábamos por muerto. ¿Cómo habría sobrevivido a la muerte que le contó esa carta a mi madre?

–Abel... Recuerdo que te fuiste a la guerra, y supuestamente moriste en ella–. Quizá no he sido muy agradable, pero de verdad quiero saber como puede estar en frente mía. 

–Tu lo has dicho, supuestamente,– ríe y yo sigo desconcertada, la verdad no se que decir. Al rato me doy cuenta de que no se va a explicar. Decido darle fin a esa pregunta, por ahora. 

–Abel, hemos acampado por ahí,–dije señalando a un extenso grupo de árboles,– Eder está esperando. 

Llenamos de agua la botella que Abel traía consigo en su pequeña mochila y comenzamos a andar entre árboles y matorrales hasta llegar a nuestro campamento. Cuando llegamos veo a los chicos tirados en el suelo, Eder está dormido y Kaled, con la espalda apoyada en un árbol, parece bastante nervioso. Cuando me ve parece tranquilizarse un poco. Se levanta y se acerca a nosotros. Cuando Kaled se fija en mi hermano le saluda como  a un conocido, es más, como a un amigo, me besa la mejilla.

–Yeli, ¿has traído agua? Tu hermano necesita hidratarse.

Me dirijo hacía donde se encuentra mi hermano, no fijo en si alguno de los dos me sigue e imagino que si; no me doy cuenta de lo falso que es esto hasta que me siento junto a mi hermano y dejo la botella junto a él. Tanto Kaled como Abel se habían quedado parados. No me habían seguido en ningún momento, su posición solo había cambiado de una forma: ahora estában sentados. 

Están tan lejos que apenas llego a verles y mucho menos a oírles. Eder se despierta y se acurruca en mi hombro. No le digo nada. Espero impacientemente a que mi hermano y Kaled vuelvan. Mi instinto me dice que saben algo que no quieren, o no pueden, compartir.

The flight[La huída]©Where stories live. Discover now