III

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–¡Te importaría mirar por donde vas!– Le grito furiosa.

–Tranquila, que yo sepa estás bien, ayúdame a levantarme.

–¿Perdón?– Digo algo indignada.

–Mira cariño, me acaban de operar y no puedo casi andar, ¿podrías ayudarme a levantarme?– Me dice levantando su brazo. Siento como un color rojo de vergüenza sube por mis mejillas, le ayudo a levantarse y no soy capaz de mirarle a la cara. Cuando estoy dispuesta a disculparme e irme se apresura a hablarme. –A todo esto mi nombre es Kaled. 

–Encantada, –digo con la mirada fija al suelo, todavía estaba demasiado avergonzada como para mirarle– yo soy Nayeli.

No me esperaba en ningún momento que acabaría pasando el día entero con este chico. Por lo visto es nuevo en la ciudad, su madre murió y vino a vivir con su padre. No ha ido a la guerra a causa de la operación, y aun así me aseguró que nunca iría, no era asunto suyo, le parecía fatal que los gobernantes usaran a los ciudadanos como simples peones...

–Estoy de acuerdo contigo. –Digo al momento. –Nadie debería obligarnos, en teoría somos libres... Aunque en la práctica no sea cierto.

–Al menos tú nunca tendrás que ir.– Me responde.

–¿Estás de broma? ¿No te has dado cuenta? Oh dios, ¡no me creo que esto se te escape!– Digo sin poder aguantar la risa.

–¿El qué?– Responde él, por más que intente disimularlo noto como se enfada.

– Están bajando la mayoría de edad, los hombres, cada vez más jóvenes o demasiado viejos van a la guerra. ¿Qué te hace pensar que en un año o dos no irán las mujeres también?

Kaled se empieza a reír, literalmente llora. No soporto su reacción, las mujeres podemos ser igual de fuertes que los hombres. Me enfado y él parece notarlo. Porque me mira y entre una sonrisa me dice:

–No me estaba riendo de las mujeres, es solo que me gusta tu forma de pensar, yo creía que probablemente de aquí a dos años ya habría terminado. 

En ese momento me doy cuenta de que su bondad le hace ingenuo. Completamente ingenuo. –Para que van a parar un guerra en la que se lo están pasando genial.

–No creo que piensen así, es verdad que nos utilizan, pero no nos dejarían morir por morir.– Pongo los ojos en blanco y veo que no tengo ganas de responderle, este tema siempre me irrita.

–Tengo que irme a casa.

–Te acompaño.

–No hace falta.

–No es una pregunta.– Me mira sonriente y me da la mano para que le ayude a levantarse del césped.

El camino con Kaled era menos malo de lo que había imaginado. Andábamos tranquilamente y con frecuencia miramos al cielo, las nubes eran hermosas. Cuando llegamos a la puerta trasera de mi casa le sonreí.

–Muchas gracias por acompañarme.– Le digo.

 –No me las des,– responde sonriendo– me ha encantado conocerte.

Se acerca a mi y me da un beso en la mejilla, cuando me doy la vuelta no miro si está poniéndose en marcha hacia la fábrica donde le había conocido o si se había quedado quieto esperando a que entrara a mi casa. No me doy la vuelta y voy directa a mi casa, noto como el color comienza a subirse por mis mejillas. Como esta mañana se me olvidó la mochila en la fábrica entro por la puerta trasera, que siempre está abierta. 

Cuando entro no puedo contener un grito.

The flight[La huída]©Where stories live. Discover now