XII

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No le hablo más, ¿cómo voy a seguir esa conversación absurda? Me levanto y me doy una vuelta por el gran árbol, la niebla casi se ha disuelto. Abel no está, es la escusa perfecta. Me acerco a Kaled y veo que me mira con sus ojos verdes muy abiertos. 

–Voy con Abel, ahora vengo–. Mi voz es fría y seria, él se limita a asentir, me voy. No me despido, no digo más. Yo no soy como él, y no me puede pedir que sea algo. que le guste o no, no soy. Sigo andando, adentrándome en el bósque, poco a poco hasta que oígo un ruido extraño cerca del río, sigo escuchando, estoy muy cerca y temo encontrarme con más soldados o policías. Me doy cuenta de que me he adentrado en el bósque yo sola, una ráfaga de aire frío congela cada músculo de mi cuerpo y me quedo quieta. No soy valiente, ni caballerosa, ni honesta, hago trampas en los juegos de mesa... Y no puedo matar a alguien aun que mi vida dependa de ello.

Me doy la vuelta lentamente cuando oígo la respiración de alguien a mi lado. Otra vez mi hermano me asusta, mi corazón late a cien por hora y el frío crea un vaho denso mientras respiro. Otra vez tengo ganas de tirarme a sus brazos, pero mi enfado dice que ignore mis impulsos.

–¿Re... Recuerdas lo que mamá solía decir?– Digo mientras tartamudeo, no es solo por las ráfagas constantes de aire frío; también es por el miedo a esta conversación, el miedo a mis recuerdos, el miedo al pasado, el miedo a admitir que ha muerto.

–Solía decir muchas cosas–. Lo dice bromeando, pero se que esto le hace casi tanto daño como a mi. 

–Cuando decía con su voz apagada que los problemas nos los buscamos nosotros, si los evitas, estos pasarán de largo, que siempre es mejor no dañar a las personas.

–Y tú, ¿te acuerdas de qué otra cosa solía decir? ¿Con qué otras palabras acompañaba esto?– Por más que hago memoria a mis borrosos recuerdos no logro encontrar a lo que se refiere–. Decía que es nuestra vida, nuestras elecciones y consecuencias; que luchar por lo que queremos y caer en el intento es casi tan honorable como vivir luchando por tus ideales.

–Nunca dijo eso.

–Siempre lo decía, con otras palabras.

–¿Cuáles?

–Los pájaros vuelan sin miedo a ser disparados, no por llegar a un lugar, sino por sentir el viento sobre ellos, por sentirse libres; los que caen en el intento no son más que inocentes víctimas y los que logran su objetivo, bellos luchadores en un mundo injusto.

–Eso era parte de un cuento.

–¿No te diste cuenta? Ese cuento jamás fue escrito con esa parte, nadie más que nosotros cinco la conocen. No es que no fuese publicada porque no tenían ganas, sino porque no lo conocían. No pueden publicar algo que no saben que existe. Eso estaba en la cabeza de madre, como otras muchas cosas que nos ha enseñado, nunca de una forma directa, es ilegal, pero de una forma en la que solo ella y nosotros conociésemos. Esperaba que lo entendieses, ambos lo esperábamos–. Me encojo de hombros al recordar a mi madre, primero recuerdo sus redondos y azules ojos, poco a poco descubro rasgos de los que nunca me percaté, sus hoyuelos y unas arrugas en los labios de tanto sonreír. 

Pero conforme me concentro más recuerdo lo más importante: su fuerza. Luchadora y sincera, siempre fue mi ídolo. De pequeña suspendía, nunca se enfadó conmigo, con su dulce y tranquila voz me preguntaba que había pasado. Yo se lo contaba. Le contaba como en gimnasia nos obligaban a empujar a los demás y yo me negaba. Como en historia nos explicaban la belleza de ahorcar a alguien y yo no seguía escuchando. Como en conocimiento del medio nos explicaban que el gobierno actual no era más que el mejor que había existido jamás y yo no escuchaba. Recuerdo como luchaba, como era ese pájaro que vuela por sentirse libre.

The flight[La huída]©Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu