Capítulo 11

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Paul estaba acariciando su mano, Jules la sentía completamente muerta, o eso quería pensar.

No debería haber accedido, Paul no era cualquiera, era mucho peor.

—He pensado mucho en ti.—Su tono suave era como escuchar una melodía del pasado. Una casi de terror, pero que a la vez le traía de vuelta los mejores recuerdos de su vida.

Jules retiró la mano escondiéndola debajo de la mesa. Habían pasado los años, su joven compañero de habitación ya no lo era tanto, pero seguía conservando un atractivo innegable.

—Sé que te debo una explicación.

Al menos comenzaban a hablar el mismo idioma.

—Me hiciste mucho daño.—Aunque en su mente era una frase recurrente, Jules casi nunca la había dicho en voz alta. Él era más de comerse los problemas y que se le hicieran bola debajo del sillón.

La mano de Paul se veía solitaria intentando hacer de nuevo contacto, pero Jules se resistió.

—Fue todo culpa mía, me creí mucho más independiente de lo que realmente era.

—¿Y eso significa?

Necesitaba más, una explicación completa, un croquis, incluso una película explicativa.

—¿Recuerdas a mi padre?—Jules bufó, por supuesto que recordaba al retrogrado que decía ser su padre.

Paul era abiertamente gay cuando se conocieron, Jules tenía novia. Todo había sido una montaña rusa de autoconocimiento, de aceptación, de enamoramiento y pasión.

Paul era el que lo tenía 100% claro, Jules el que aún, en ese entonces, solo estaba viendo la punta del iceberg.

—Consiguió un excelente motivo para chantajearme.

Paul era delgado y bajo, de pelo castaño casi rubio, era el tipo de Jules, el que buscaba en todas sus parejas. Era la versión primigenia de su sucesión de amantes, y aquello era patético, lo sabía.

Sus ojos claros, de un verde pantanoso, le miraban suplicantes.

—Paul, cualquiera que fuera el motivo ¿no pudiste decírmelo claramente? ¿Tuviste que desaparecer de la noche a la mañana dejándome jodido?

Paul bajó la mirada y apartó su mano de la mesa, podía jurar que conocía casi todas sus expresiones. Casi como algo que hubiera aprendido de memoria y ahora solo tuviera que reconocerlo.

—Lo siento.

—A veces un lo siento no es suficiente.

Jules comenzaba a estar orgulloso de sí mismo, así sí, Jules, así sí.

Paul tomó su copa, parecía verdaderamente abatido. Todas las muestras de seguridad que había dado en su despacho, en sus llamadas, su mirada seductora. Ahora eso estaba en el poso de la copa hundiéndose.

Y a Jules le crujió el corazón, porque Paul era su punto débil, su talón de Aquiles. Nunca había soportado verlo mal, e hizo algo que se había prometido no hacer. Confraternizar con el enemigo.

Estiró su mano, rozando con las yemas de sus dedos los de Paul. Este alzó la mirada aún triste, pero llena de todo lo que siempre le había gustado a Jules.

Todo pasó tan rápido que no sabía cómo había llegado allí, sus dedos acariciando, Paul pagando la cena que no habían probado. Un taxi, sus manos aún unidas, su sonrisa, el corazón de Jules martilleando en sus sienes. Una parada, una única parada. Y el ascensor como testigo del beso desesperado que se estaban dando.

Sugardaddy: Edimburgo (II)Where stories live. Discover now