Capítulo 26

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Tom estaba deseando que Austin probara los mejores tacos de todo Edimburgo. El olor le llegaba desde la bolsa de papel que casi se le cayó al suelo cuando tuvo que jugar malabares para abrir la puerta.


—Los mejores, no te arrepentirás—dijo a una sala vacía.


Dejó la bolsa sobre la mesa, y miró a su alrededor.

—¿Austin?—llamó dentro del baño, pero la puerta estaba semiabierta y allí no había rastro del pelirrojo.

La habitación igualmente vacía le dio una mala corazonada, miró su teléfono móvil, y nada, ningún mensaje.

Pero su ordenador portátil seguía abierto sobre la mesa, haciéndole pensar que solo se había ausentado momentáneamente.

Pero desde que Austin había vuelto, Tom no podía evitar saber que estaba en peligro, un peligro más que real.

Y el mal presentimiento no se iba, Austin le había dejado claro que eran compañeros que no darían pasos sin avisar al otro, y literalmente se había esfumado sin decir nada.

Hasta cuando lo dejó en su cama, el más joven le había dejado una escueta nota. "No me busques".

Tom lo llamó, y le sorprendió que el teléfono de Austin no diera señal, como si el número no hubiera existido nunca.

Tomó sus cosas de nuevo y salió corriendo, solo se le ocurría un motivo por el que Austin se largaría de ese modo.

Y no le gustó lo más mínimo.

Cuando llegó a la comisaría, comprobó que todos estaban esperando ese momento, no hubo preguntas, solo un despliegue de medios para buscar al agente Abercrombie.

El localizador de su teléfono se había evaporado, haciendo saltar todas las alarmas.

Tom hacía llamadas, buscaba en el radio que podría haber recorrido a pie, aunque no descartaban que hubiera subido a un coche.

Pero los resultados no llegaban, nada, no tenían nada, y Tom después de las dos primeras horas comenzó a temerse lo peor.

La imagen del último chico le torturaba detrás de los ojos, porque ese chico pelirrojo, con los pantalones bajados y una botella rota en el ano, tenía el rostro de Austin.

El curtido policía, al que no le temblaba el pulso para andar sobre la línea, el que entraba y salía de la legalidad, estaba aterrorizado, completamente aterrorizado.

—Vamos a encontrarle, Sinclair—le dijo uno de sus compañeros, pero en sus ojos se reconocía, reconocía cuando ellos mismos le decían a los familiares de un desaparecido que lo encontrarían, cuando sabían las pocas posibilidades que existían.


La comisaría le estaba destrozando los nervios, la falta de resultados, volvió a llamarle aún sabiendo que era imposible, que Austin no le contestaría.

Salió de allí, y condujo hasta el centro, dudaba que fuera una gran idea, pero era lo último que se le había ocurrido. Y en el fondo, aunque le reventara después, tenía una mínima esperanza de encontrarlo allí.

La puerta se abrió y el guardaespaldas de Lascia ocupaba toda la superficie.

—¿Está Austin aquí?—preguntó sin más.

El italiano no movió ni un ápice de su rostro. Pero detrás de él apareció la persona a la que realmente había ido a ver.

—No, aquí no está.—Y la preocupación en la voz de Pietro Lascia era evidente. No le gustaba ese cabrón manipulador, no le gustaba lo más mínimo, pero sabía que el daño que le podría llegar a causar a Austin era de otro tipo, uno que seguía preocupándole, pero que no era lo importante en ese momento.

Sugardaddy: Edimburgo (II)Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon