Capítulo 19

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Markus y Paul habían quedado para tomar una copa, eran amigos desde hacía años, sus padres lo eran y compartían algún que otro negocio.

Markus sonreía a su cóctel, era excesivamente dulce, pero hacía tiempo que necesitaba demasiado una copa para acabar la noche.

—¿No te parece un método un poco infantil, Paul?—le preguntó a su amigo.

Paul era un pequeño cabrón con cara de ángel, siempre lo había sido.

—No era así como tenía que ser nuestro reencuentro—se excusó sin lástima—. Me dejó, el viejo se va a morir en breve, el cáncer se lo está comiendo vivo, solo teníamos que esperar unos meses

Markus notaba el odio de Paul por su padre y no era algo nuevo.

Markus apuró el cóctel rojizo y pidió otro a la camarera que solícitamente les atendía.

Él sabía de que las cosas no salieran como él pensaba, y también sabía que el amor no funcionaba así, él ya lo había intentado.

Pensar en Samuel aún era doloroso, y más cuando le tenía que ver con ese niñato.

Dejó de escuchar a Paul sobre las conferencias que había conseguido anularle a su ex. Se sentía asfixiado con que en aquel pequeño charlo nadaran todos.

El ex de Paul era también el ex del niñato de Samuel. Los "y si" en su mente le llevaban siempre a lo mismo. ¿Y si Ethan no hubiera dejado a Jules? ¿y si él no hubiera presionado tanto a Samuel?

Pero era absurdo, Samuel no le quería a él, querría creer que eso era todo. Punto y final, pero los malditos puntos suspensivos no se iban. No era capaz de olvidarlo.

Usar a su chofer era una manera tan patética de seguir conectado a él que jamás se lo reconocería a nadie.

Sin darse cuenta ya se había terminado el cóctel de nuevo, y pidió uno más, hasta que perdió la cuenta. Siempre perdía la cuenta.

Paul le llamó a un taxi y le dio su dirección, a pesar de su estado etílico, veía una cara de pena hasta con los ojos entornados.

Si pudiera hablar correctamente le diría que era igual de patético que él saboteando a su guapo profesor. Pero solo se subió al taxi.

Miraba las calles, solo borrones de luz.

—Steve, llévame a casa de Steve—le dijo al conductor.

—¿Disculpe, señor?—le preguntó el chófer.

—Quiero ir con Steve.—Eso lo tenía claro.

Después de varios intentos consiguió darle el nombre de la calle, y se bajó como buenamente pudo en aquel barrio horrible.

Al menos, estaba tan alejado de alguien que pudiera conocerle que era seguro para él.

Llamó al timbre, no le abrió y comenzó a impacientarse.

—Steve.—Aporreó los cristales de la ventana que daba al diminuto salón. Ni siquiera disponía de toda la casa completa.—Steve.

Una luz se encendió al final, Steve, pensó y sonrió al verla.

La puerta se abrió, y allí estaba Steve, serio, siempre estaba tan serio. Pero en sus ojos nunca había condena, como en la mirada de todos los demás.

Le dio la mano, y Markus la tomó dando un paso tambaleante que le llevó directo a sus brazos.

Olía a Steve, porque tenía un olor que le gustaba mucho, a limpio y a cuero.

Sugardaddy: Edimburgo (II)Where stories live. Discover now