Capítulo 30

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Tom Sinclair estaba delante de aquel individuo, no era su departamento dentro de la policía específicamente, pero desde que Austin había abandonado el cuerpo, él se había replanteado un poco su futuro.

Estaba cansado de ese doble juego, de ese pago cuantioso por esquivar la ley a conveniencia de sus jefes.

Y sin embargo, lo que hizo por Austin no le pesaba, había encontrado el arma lejos de Roger, le había quitado el seguro y la había puesto muy cerca de su mano, con sus huellas y con la posibilidad de darle una salida de escape a su compañero para seguir con un expediente intachable.

Pero Austin ya no era el mismo, y en cierto modo, se alegraba por él, el agente Abercrombie era demasiado idealista, y ese trabajo te hacía rozar las partes más oscura de ti mismo.

Lo único que le dolió fue que se fue, recordaba su despedida, el apretón de mano que se dieron, el abrazo fuerte que necesitó del más joven y que le demandó a continuación. Su sonrisa, su pelo rojo, y sus ojos llenos de vida otra vez.

No sabría decir si se había enamorado de Austin, de hecho trataba de no pensar en ello, porque era evidente que su amor no era correspondido, y prefería guardar un buen recuerdo del tiempo que pasaron juntos. Algo bonito y brillante.

Como una estrella fugaz.

Demasiado sentimental para su gusto, joder.

El tipo detrás de la mesa era su último trabajo para Nikolai, y el ruso lo aceptó, porque este era puramente de carácter personal.

Paul Patterson, empresario, de los gordos, heredero universal de un patrimonio demasiado grande para una única persona, y el ex del amante del ruso.

El ex tocapelotas del amante de un jefe de la mafia rusa, mal, Paul, muy mal, pensó.

Pero desde su atracción por Austin había descubierto que su inclinación, se había inclinado levemente.

Petterson era atractivo, de ese tipo de hombre gay suave y bonito, y un competo cabrón.

Y él estaba allí para joderle un poco más de lo que lo había hecho Nikolai.

—Esos no son los papeles que la policía quiere, señor Petterson, y usted lo sabe perfectamente.

Evasión de impuestos, deudas con hacienda, tenía un completo arsenal que blandir contra el rubio y sus empresas, y curiosamente, todas eran ciertas.

—Pero estos son los que yo le voy a dar, agente Sinclair—sonrió, entrelazando sus manos debajo de su barbilla.

—Creo que no lo ha entendido.—Se inclinó sobre la mesa Sinclair—O entrega esos papeles, o su culo acabará en la cárcel, y créame, su bonito culo no le iba a durar mucho allí adentro.

Lo que no esperó fue que el cabrón de Petterson sonriera complacido.

—Me alegro que encuentre mi culo de su agrado, agente Sinclair, pero estos son los papeles que mi empresa va a presentar. Si no tiene nada más que hacer aquí, hemos terminado.

Sinclair sabía que difícilmente ese hombre iba a acabar en la cárcel, pero normalmente las sutiles amenazas funcionaban.

Petterson se levantó, e indicó la puerta con una mano dirigiéndose a ella, pequeño, airado, y con un buen culo, se volvió a fijar Sinclair de nuevo mientras caminaba a su espalda. Salvo que cuando llegaron a la puerta, y Petterson iba a abrirla, Tom la cerró con su mano por encima de su cabeza, y pegándose completamente a él por la espalda.


—No se ha enterado, señor Petterson, he venido aquí para joderle, y créame, acabaré haciéndolo, voy a sacar sus trapos sucios, todos ellos.—Tom había tenido que inclinarse para poder decírselo al oído, por eso cuando el más bajó comenzó a frotarle el trasero contra su entrepierna, Tom cayó prácticamente contra su cuello.

Sugardaddy: Edimburgo (II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora