Jugando con fuego 2

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El primer impulso que tuvo fue atacarlo, sacar un cuchillo serafín y clavarlo profundamente en aquella elegante garganta hasta sentir la sangre manar, escarlata brillante casi negro ante la mortecina luz que apenas entraba por la ventana, manchando sábanas así como piel blanca. Sin embargo no llegó a formular completamente el pensamiento cuando su cuerpo se encontró atrapado bajo el ajeno y ambas manos inmovilizadas en un férreo agarre.
Ojos azules contra unos oscuros como el averno.
— ¡Suéltame, monstruo!
Una mano inesperada, demasiado fría contra su garganta, cortándole la respiración así como las palabras. Jonathan no esperó más, hábilmente comenzó a atarle ambas manos con lo que encontró cerca y le colocó después una mordaza contra los labios impidiendo así más gritos e insultos. Alec se sintió indefenso, completamente a merced de una criatura despiadada que se suponía no debería estar en la ciudad, mucho menos en aquel hotel, a escasos centímetros de su rostro y con una erección golpeándole contra el vientre.
—Oye, yo no fui quien entró en tu cuarto para darte un buen masaje…
Su rostro se fue coloreando, la vergüenza ganando terreno contra la ira creciente por encontrarse sometido.
Jonathan sonrió, como un tiburón lo haría poco antes de devorar a su pequeña presa. Se veía tan elegante, tan majestuoso incluso con los cabellos alborotados contra el rostro cuyos altos pómulos se alzaban afilados, en la tersa piel. No le soltó hasta saber que estaba firmemente atado, y entonces tomó ventaja, empezando a subirle la camiseta gris que llevaba, bajando despacio por los botones del pantalón, apartando las armas y todo lo que impidiese alcanzar su cometido.
Alec se removió ante aquellas frescas manos metiéndose entre sus interiores para despertar los instintos acallados por la sorpresa, sin embargo no podía ir lejos, el peso ajeno estaba sobre sus muslos y le era mejor mantenerse contra las sábanas, aquella criatura era peligro además de lujuria.
—Tranquilo, pienso hacerlo indoloro.
Su sonrisa daba miedo, Alec estaba completamente entumecido bajo su cuerpo intentando procesar aquellas palabras y digerir la mueca tan gentil y a la vez tan devastadora.
—Debo decir que estaba un poco renuente a recibir las caricias, un Nefilim tan virgen como tú…pero Magnus es buen maestro por lo que veo, ha sabido enseñarte como mover esas manos y espero también te haya enseñado a abrir bien las piernas. No pienso irme así como me has puesto, sería incómodo ¿No crees?
El miedo inició en forma de temblores y se desencadenó con un nuevo pero inútil forcejeo, intentando apartarse, liberar sus manos así como quitar la mordaza que impedía a los gritos escapársele. Sin resultado, Jonathan estaba divirtiéndose de lo lindo mientras le bajaba el pantalón hasta los muslos seguido por sus bóxer negros, demorando un poco en ellos para apreciar el terror devorando el azul de su mirada.
Le gustaba provocar, empujarlo hasta la orilla del abismo y luego traerlo nuevamente a la realidad.
Primero sintió aquellos tersos y deseables labios, húmedos, desdeñosos, demandantes así como expertos, recorriendo el contorno de su vientre y haciéndole retorcerse entre las sábanas blancas con un jadeo ahogado contra la tela en su boca, seguido por los dedos elegantes, finos pero muy agiles enterrándose en la delicada piel hasta marcar en ella su forma. Sentía que iba a arder en llamas ante cada caricia desenfrenada y salvaje repartida sin tregua ni duda, como si quisiera tomarlo por completo, ahí, en ese mismo momento, estuviese preparado o no.
Se encontró gimiendo sin poder evitarlo, más aun cuando esa boca tibia alcanzó la glande de su miembro apenas despierto e inició una tentadora danza donde su lengua y la erección se entrelazaban buscando el mutuo estimulo.
Alec estaba desconcertado, no era su primer oral, Magnus le había regalado unos cuantos durante sus primeros días como novios, ahora el misterio yacía en el hijo de Valentine, pues parecía tener una experiencia bastante desarrollada y sabía exactamente donde pasar la lengua para hacerle estallar en fuegos artificiales.
¿Cómo había aprendido él a estimular tan bien?
—Vaya…alguien está interesado.
Los pensamientos interrumpidos, aquella mirada azul cristalizada por las lágrimas y la vergüenza tiñéndole las mejillas al ver la erección ya bastante notoria entre sus muslos blancos. El miembro hinchado demandaba tanta atención como el del rubio, aun elevado contra el vientre plano.
—Bien, te ayudaré con eso si te portas bien.
Y acto seguido le giró, gateando mientras él le daba la espalda intentando incorporarse sobre sus codos, se frotaba descaradamente entre sus glúteos con toda la intención de hacerle temblar aterrorizado ante la perspectiva de ser tomado sin previa preparación, así, completamente expuesto como se encontraba.
Volvió a forcejear negando efusivamente con la cabeza para disuadirlo, lágrimas ya goteaban contra las sábanas revueltas mientras luchaba por detenerlas.
Para su sorpresa, que ya se encontraba bastante sorprendido y tenía para toda la vida, Jonathan bajó repartiendo besos alternados con mordiscos por toda su espalda hasta detenerse en los glúteos, donde sin previo aviso depositó una firme nalgada, marcando bien su mano y haciendo que Alec se removiera dolorido. Pero no se detuvo, sustituyendo aquella firme mano ahora estaba su boca, mordiendo, lamiendo, hasta enterrarse en aquel olvidado rincón en un beso oscuro.
Entonces fueron sus gemidos roncos en lugar de los insultos los que intentaron abrirse paso a través de la mordaza para salir al exterior y hacer eco con las paredes cerrándose sobre ellos. La sensación era caliente, prohibida, deliciosa.
Alec no podía dar crédito a lo que su cuerpo le mostraba y elevaba las caderas sin siquiera pensarlo, exponiendo el botón rosa que era su entrada a aquella lengua cada vez más ansiosa mientras él se removía y jadeaba, con la mente completamente nublada por la lujuria.
El miedo ahora ajeno parecía deslizársele como los gemidos.
Pronto ya no fue sólo aquella lengua traviesa tentándolo a lo inevitable, sino dos dedos largos y elegantes deslizándose en las estrechas paredes, rasgando un poco al enterrarse profundamente, hasta que sus nudillos fueron sentidos contra los glúteos sensibles.
Magnus lo había hecho con mucho mayor cuidado, pero no importaba, resultaba sumamente agradable, seductor, temible y ardiente a partes iguales porque se trataba de algo que no debería desear, alguien a quien no debería dejar tocarle en forma tan íntima.
Un tercer y cuarto dedo lo arrancaron de sus pensamientos haciéndolo empujar las caderas, no sabía si para liberarse o para introducirlos profundamente en él. Era obvio que no podría escapar y Jonathan no se detendría, eso era parte de los Morgenstern según le había contado su madre, lo llevaban en la sangre como la habilidad para liderar, ellos no conocían de límites o cansancio, continuaban moviéndose como el mismo Lucero del alba, buscando un reino, buscando conquista y destrucción, desdeñando abiertamente el perdón y redención.
Sus ojos azules empañados por las lágrimas le buscaron, por un momento no era el hijo de Lilith ni un despiadado asesino. Con los platinados cabellos húmedos pegados a su frente, las mejillas levemente ruborizadas por el calor, los labios entreabiertos con un jadeo y aquella mirada, esos ojos como un abismo que dejaba escapar apenas el esbozo del recuerdo, una emoción tan perdida y distante que podría no estar ahí, ser como una ilusión para atraparle brevemente en su encuentro. O bien podría estar.
Era una mirada torturada, lujuriosa, pecadora y al mismo tiempo infantil, como un niño que no comprende una complicada mecánica, que ha aprendido a hacer las cosas observando a adultos pero nunca comprendiendo realmente cómo funcionaba.
Y en ese breve instante compartido por ambos, a Alec le parece hermoso como una estrella caída, un lucero perdido en el firmamento oscuro donde se las apaña con la soledad y la frialdad de la noche que va cayendo poco a poco sobre él. Ya no es un vil villano, sino sólo un chico con los labios entreabiertos, la respiración excitada y el cabello rubio pegándosele al rostro que concentrado examina el mejor momento para tomarlo, porque incluso con todo, no quiere herirle, desea darle placer, Alec lo sabe, lo ha notado.
Mueve frenético las manos intentando apartar la mordaza que le impide expresarse, Jonathan lo nota y por un momento duda antes de irla apartando suavemente y girarlo en la cama para ambos quedar frente a frente, de nuevo. Ojos azules contra ojos negros.
Hay un instante, unos centímetros entre sus labios y las palabras que pretenden ser dichas sin demasiado éxito, ambos se contemplan sin saber cómo continuar pero es nuevamente Jonathan quien toma la iniciativa. Toma sus muslos y los acomoda a los costados de sus caderas, no hay resistencia, lo cual lo desconcierta pero no le detiene. Su miembro palpitante y húmedo con pre-semen se encuentra ya listo para abrirse paso entre aquellas estrechas paredes, mientras tanto busca la aprobación, el dolor o el desdén en aquella clara mirada, pero lo único que hay es tanto deseo y desconcierto como en sus propios ojos.
Alec le abraza, primero dudoso para volverse firme poco después, deslizando los dedos temblorosos por los enmarañados cabellos hasta empujarlo despacio y constante contra su propia boca y unir así sus labios en un beso voraz, demandante, lleno del hambre que ambos han acumulado demasiado tiempo, esa necesidad creciente en lo bajo del vientre, es como el encuentro entre fuego y pólvora.
Jonathan siempre aprovecha las pequeñas distracciones, empujándose profundamente sin miramientos en aquel caliente interior que le recibe sin duda apretándolo muy profundo, envolviéndolo en un calor abrazador, vigorizante. Haciéndolo estremecer mientras gime su nombre entre dientes.

Ardiente confusiónWhere stories live. Discover now