Hogar

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||Es una pequeña parte, excesivamente corta, del tiempo que pasaron juntos en Edom||

Alexander Lightwood había perdido la cuenta de los amaneceres que le sorprendieron enredado entre sus brazos y perdido entre besos somnolientos, con el cuerpo adolorido por una apasionada noche interminable. Era como si ahí el tiempo avanzara sin realmente adelantarse, como si fuesen perpetuos amantes perdidos tras una pintura inmutable, con un desolado desierto ante ellos y caricias gratificantes que seguir compartiendo.

Estaba pegajoso, sentía el semen de su amante deslizándosele entre las piernas, el propio manchándole el vientre, y las sábanas aferrándosele a los muslos desnudos que también estaban entrelazados a otros igualmente pálidos.

Jonathan dormitaba.

Las largas pestañas rubias le acariciaban los altos pómulos, sus labios estaban rojos e hinchados por los continuos besos otorgados entre palabras amorosas o gemidos que escapaban de ellos para volverse un eco distante. Sus largos miembros se estiraban bajo todo aquello.

Distinguía las cicatrices que le adornaban la espalda, había besado y acariciado cada una de ellas, cada centímetro de deliciosa piel, había dejado algunas pocas marcas más de las que se sentía orgulloso.

Desde su aparición en Idris una noche tormentosa, y tras su "secuestro", por decirlo de alguna manera, Alexander había gastado cada segundo de su tiempo juntos recorriendo ese desnudo cuerpo ante él, besando cada cicatriz, cada curva, memorizando el aroma que desprendía, a sudor, cuero y jabón, los sonidos que emitía cuando estaba excitado o cuando llegaba al éxtasis, y esas miradas tan devastadoras. Sus ojos continuaban siendo enigmáticos, negros, pero ahí donde antes había habido indiferente oscuridad ahora estaba un cariño abrazador, como el veneno líquido. Alec se consumía en ellos.

Sabía bien que Izzy no lo perdonaría, ni su padre, probablemente tampoco los otros, pero no quería pensar en nadie que no estuviese en Edom, nadie que no estuviese en la misma cama, durmiendo plácidamente tras una noche ardiente.

Aun sentía las mejillas ardiendo gracias a los recuerdos, y es que Jonathan era perfectamente experimentado, podía hacerle gemir con un par de caricias, correrse con sólo unas cuantas succiones bien posicionadas sobre su miembro. Tal vez debería estar celoso, pero lo cierto es que no, se sentía seguro, confiado, sabía que no había otros amantes para Jonathan.

Una noche en París, cuando ambos habían salido furtivamente buscando chocolate caliente y aventuras, un par de chicas les habían abordado, eran sensuales, con faldas cortas y atributos abundantes: Jonathan ni siquiera las miró, le tomó la mano y ahí, con la luna como testigo, le besó de forma tan apasionada que creyó haberse muerto entre sus brazos.

No podían estar juntos mucho tiempo, los otros sospecharían, pero cada pequeño minuto robado resultaba un gran tesoro.

— ¿En qué piensas?

Sonrió ante la voz amodorrada que le hizo volver el rostro y enterrar sus finos dedos entre los revueltos mechones platinos que se esparcían como la plata sobre la almohada. Jonathan estaba ahí, ojos negros, labios rojos e hinchados, viéndose tan hermoso como el firmamento.

—En ti...en que estamos desnudos y llenos de...bueno, sabes de qué...

Jonathan sonrió, parecía un niño cuando lo hacía.

—Lo sé, aun puedo llenarte más ¿Sabes? Estoy perfectamente descansado.

Alec bufó, besándole e incorporándose sobre un codo para mirarle directamente.

—No creo, estamos al límite.

—Para eso se hicieron las runas de resistencia, angelito.

Rio sin poder evitarlo, volviendo a besarle, sintiendo sus manos recorrerle desde los muslos desnudos hasta la fina espalda. Habían hecho el amor, Alexander aun recordaba esa primera vez que lo llevó a su cama, que le recostó suavemente entre caricias y palabras de amor, no había violencia ni brusquedad, estaba haciéndose como un ser amado, como si fuese alguien valioso.

Y noche tras noche lo repitieron, le gustaba más cuando Jonathan se proponía besarle entero, cuando depositaba besos silenciosos por sus muslos pálidos hasta dejar cientos de pequeñas marquitas, o cuando lo ponía boca abajo para poder recorrerle la espalda con la lengua.

Se derretía a cada segundo.

—Creí que eran para combatir demonios...—Susurró apenas sin apartarse de su boca—No para esto.

—Raziel quería que sus muchachos se divirtieran, dio runas de resistencia esperando darles placer.

—Mentiroso.
Deslizó las manos por la esbelta espalda y Jonathan rápidamente se posicionó sobre él, sonriente, aun aletargado pero más dispuesto que antes a despertar.

—Deberás volver pronto a casa, Alexander...no es justo que me dejes pensando en ti.

Si, pronto debería retornar si no quería levantar sospechas entre los otros Nefilim y traer sobre su amado muchas preguntas indeseables y tal vez hasta la guerra misma, una semana era demasiado, dos resultaría excesivo, además que algunas fiestas se adelantaban, cosas que necesitaban su presencia en familia.

—Volveré...siempre volveré contigo...

—Lo sé, yo siempre estaré esperándote o iré por ti.

Jonathan sonrió y Alexander Lightwood supo que todo estaría bien, incluso si el mundo caía, si su familia le rechazaba o incluso los otros nefilim, mientras ellos dos se amasen, mientras Jonathan estuviese ahí, tendría un hogar al cual volver.

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Ardiente confusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora