Espada Mortal

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—Tras capturarlo volvimos inmediatamente al Instituto, necesitábamos dar aviso a la Clave, incluso llamamos a Magnus para crear el portal y sacarlo de la ciudad, sin embargo ellos parecieron enterarse mucho antes. Estábamos en la sala cuando atacaron, completamente rodeados, eran oscurecidos y también hadas, una docena, no teníamos suficientes armas, antes de darnos cuenta nos encontrábamos en completa desventaja intentando seguir resistiendo. Magnus finalmente abrió el portal que no podíamos atravesar sin traerlos con nosotros...por eso le desaté, él...luchó por nosotros.

Jace se detuvo, sostenía la Espada Mortal entre sus manos magulladas donde las negras runas de curación brillaban contra su bronceada piel, intentando aliviar los violáceos moratones así como las rojas heridas. La sala se encontraba en completo silencio, algunos alientos contenidos mientras le escuchaban. El hijo adoptivo de Valentine hablando en defensa del hijo legítimo, cuya mirada oscura estaba completa e irrevocablemente puesta en Alec, al lado de su parabatai.

— ¿Jonathan te pidió que le liberases?

Jace negó, los rizos rubios cayéndole sobre el rostro, una enmarañada cascada sucia que mantenía un brillo sobrenatural.

—No, él no quería luchar, me lo dijo, era más factible para ambos que siguiese fingiéndose malvado porque así podría controlar todo desde dentro...pero estábamos en desventaja, tenían a Alec rodeado y yo...no pensé, sólo quería salvarnos. Jonathan tomó un cuchillo...fue como si Valentine nos hubiera creado para ser uno solo...pronto quedaban únicamente dos enemigos a los cuales él acabó. Podrían dar aviso a la Reina, los oscurecidos los trajimos con nosotros...obedecerán a Jonathan...lo sé, pero no podemos dejarles escapar porque se supone que él debe fingir seguir siendo malvado.

Dos piezas de un todo, Alec apenas llegaba a comprenderlo, Jace muchas veces había dicho lo complementado que se sentía con Jonathan, criados para ser aliados, para defenderse mutuamente incluso si jamás habían peleado juntos hasta ese momento. Aun recordaba la agilidad con la cual se deslizaban cual sombras entre sus enemigos, moviéndose al unísono como la mismísima muerte. Ellos dos eran hermosos cuando mataban, y eso le daba escalofríos. Un sol, una luna, día y noche habiendo nacido para complementar las carencias del otro.

— ¿Sabes la razón por la cual ha decidido aliarse con nosotros?

Jace titubeó, las palabras estaban atragantándole y contempló a Alec con sufrimiento. La espada estaba haciéndole daño en su intento por arrancarle la verdad.

—Él...está...creo que se ha enamorado...

Robert enarcó una ceja, escéptico, todos en la sala parecieron dispuestos a reír de repente. Unos cuantos parecían sumamente indignados, probablemente suponiendo que Jonathan amaba a su hermana, quien observaba todo con un profundo ceño y los brazos apretados en torno al pecho. Tenía unos cuantos rasguños, pero tras la batalla parecía simplemente distante, absorta, probablemente debatiéndose entre asesinar al vil demonio o dejarle vivir con algún propósito un poco más macabro.

—Los monstruos no aman, tenlo claro.

Si, podían hacerlo si se les enseñaba, si les tenías la suficiente piedad para abrirles el corazón esperando alcanzar el suyo demasiado tiempo inactivo para resultar, de algún modo tonto, perfecto.

Jonathan no se inmutó tampoco, parecía estar aburrido y Alec se preguntó si pensaba en su posible ejecución, si pensaría abandonarlo ahora, cuando le estaba amando tanto.

—Bien, traigan al...prisionero...es hora de que sostenga la espada.

Lo jalaron con demasiada brusquedad, empujándolo y casi haciéndolo tropezar, aunque Jonathan era demasiado buen Nefilim como para entorpecer sus propios pasos y pronto se vio incorporado con una mirada altanera que sólo hizo enfadar más a los Nefilim que le sostenían. Se movía elegante cual felino al acecho, indiferente a cualquier palabra o mirada desdeñosa llegó al estrado, tomando la espada de manos de Jace que parecía mucho más preocupado ahora.

Al instante Alec supo que aquella cosa le estaba hiriendo, un breve gesto disimulado demasiado pronto le dejó en claro la situación.

—Muy bien, Jonathan Morgenstern, ¿Es cierto que luchaste con Jace para salvarlos?

—Sí.

Jonathan equilibró su peso en una pierna, luego en la otra.

— ¿Por qué?

Se debatió, podía ver la contradicción y la firme determinación a no dejar escapar palabra alguna, sin embargo la Espada Mortal también buscaba arrancarle la verdad a cualquier costo.

—Porque amo a Alexander, y haría cualquier cosa por él, incluso morir si me lo pidiese...

La cara de Robert era un completo poema, el horror, el asco, su deseo de patear a Jonathan hasta dejarlo completamente irreconocible. Alec también se había ruborizado hasta las orejas, odiaba llamar la atención y ahora todos esos ojos estaban sobre él, escrutadores, juzgándolo como si fuese su culpa amarlo precisamente a él. Incluso Magnus, al otro lado, tenía la mandíbula desencajada y los felinos ojos brillantes con total sorpresa.

Valentine Morgenstern se retorcería en su tumba, seguro ya estaba arrastrando sus cenizas para maldecirlos a todos, peor, tal vez querría darle una tunda a Jonathan hasta volverlo heterosexual.

Jocelyn...Clary, Luke se había puesto tan pálido que seguro le daba un ataque cardiaco o algo peor.

Bien, pues ¡Sorpresa, sorpresa! Ni en sus mil años verían alguna tontería así, un amor tan sincero que rondaba en locura.

—Eso es imposible...es...una maldita aberración.

Robert no ayudaba, pero antes que pudiera seguir hiriéndolo con sus palabras fue Jonathan quien gruñó disgustado.

— ¡Alexander es maravilloso! Ustedes malditos perros que sólo siguen órdenes, que se creen tan perfectos cuando no son más que la prole que el Ángel usó para sacar la basura porque era demasiado genial para hacerlo él mismo, ¿De verdad se creen tan superiores? ¡Yo podría aplastarlos como a cucarachas y no lo hice por él! Él vale todo...y voy a salvarlo. Las hadas van a venir para machacar su patética existencia, me importa un bledo, obviamente, pero les advierto sólo porque quiero salvarlo a él, mi Alec, y las personas que ama.

Claro que hubo murmullos indignados, reproches entre todos los presentes así como varias sentencias a muerte. Pero Jocelyn dio un paso al frente, su ceño estaba fruncido y se veía claramente desconcertada.

— ¿Hadas...porqué ellas...?

— ¿Iban a apoyarme? Me acosté con la zorra de su Reina, una mujer horriblemente insoportable...ahí es donde aprendemos sobre la prostitución necesaria.

Jonathan arrugó el ceño cuando varias miradas, incluyendo la muy enojada de Alexander, se posaron sobre él, seguramente no quería soltar todo aquello pero la espada en sus manos jugaba sucio.

—Hicieron un trato, siguen creyendo que estoy de su parte, probablemente...

La audiencia se interrumpió, alguien había entrado corriendo y las puertas se abrieron con un ruido sordo. Dos niños, según pudo contemplar Alec, una cabellera rubia junto a otra más corta color caoba.

—Atacaron el Instituto de los Ángeles...ellos...ellos llegaron...

La voz de la niña era estridente, detrás suyo apareció también una chica rubia más alta seguida por otra azabache un poco más rezagada por el niño que llevaba en brazos.

Los presentes, aturdidos, molestos, así como también sorprendidos, se fueron incorporando uno a uno. Jonathan suspiró, por la mirada que tenía parecía no estarse divirtiendo.

—Su venganza, al no poder salvarme han castigado a los Nefilim...supongo irán atacando Institutos hasta tenerlos a todos aquí reunidos, vendrán a salvarme y después ustedes caerán. No es como si me importe, realmente me regodearía verlos empalados, decapitados o desmembrados, me reiría sobre sus estúpidos cadáveres. Pero Alec no, así que ¿Vamos buscando algunos remedios caseros para detenerlos o nos quedamos aquí como viejos idiotas esperando lo peor?

En ese curioso momento, contra todo pronóstico, contra toda lógica, los Nefilim le dieron la razón a su enemigo.

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Ardiente confusiónNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ