Sueños

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"Eras libre como un gato callejero, ibas por la vida pisando fuerte, pero tenías en el alma una herida incurable. Yo, que era más despreocupada, veía aquella herida como un atractivo. Sin tener ni idea de cuánto dolor te producía"
(Nana)
 

Alec no recordaba haberse dormido ni haber despertado, todo se movía despacio como en un sueño, tenía la mente embotada, cubierta de una bruma impenetrable y un dolor sordo que le mantenía entumecido.

Era como volver a romper con Magnus, pero más intenso, porque no tenía fuerzas para soportar el golpe y sus últimos pedazos parecían cenizas muy finas.

Jace apareció pasado el mediodía, traía una charola con comida y unas profundas ojeras, seguramente causadas por las continuas meditaciones o maldiciones por su situación. Intentó ser amable al principio, inútilmente, Alec sólo quería dormir.

—Lleve a Clary a casa, cuando los encontré realmente no estaba buscándote...no creí... ¿Sabes el daño que nos causó a ambos? ¿El dolor y la incertidumbre? Él asesinó a Max...

Alec hizo un gesto para que guardase silencio, así como se encontraba lo último que quería era ser reprendido o que le repitiesen lo que ya sabía.

El dolor iba creciendo, lo devoraba despacio como un tiburón en su océano de miseria.

—Lo sé, es decir...comprendo todo. Eres tú quien no lo entiende Jace, al principio creí que era parte de su plan malvado o que simplemente quería divertirse conmigo, pero esta noche...me hizo sentir vivo, como nunca antes. Él, nuestro enemigo me hizo más feliz de lo que he estado en mucho tiempo.

Jace se le quedó mirando durante un largo rato, sus ojos dorados ensombrecidos y el cabello completamente alborotado. Alec tenía una idea de su propia apariencia, no se había visto en el espejo pero tampoco era difícil de adivinar: ojos azules opacos, cabello erizado, y tristeza por donde quiera que posaran su mirada.

¿Qué había mal con él para que todos le dejasen?

—Anoche atacaron un Instituto en Argentina, luego otro en Inglaterra aunque fueron repelidos...según nos informan.

Alec se quedó muy quieto, la garganta secándosele sin animarse a preguntar.

—Curiosamente, sucedió mientras estábamos con Jonathan...aun no quiere decir que no lo haya hecho él.

No, seguramente había dado instrucciones, quería crearse una cuartada mientras estaba con él para verse inocente. Cualquier cosa, entonces ¿Por qué se negaba tan fervientemente a encontrarlo culpable?

—No puedes amarlo, es un monstruo y va a causar mucho daño si le dejamos. Te estaba utilizando, Alec, él no puede amar a nadie, nunca ha amado a nadie.

Eran las más crueles palabras que Jace podría haber utilizado, y le arrancaron un suave sollozo, no queriendo creerlas, no queriendo ni siquiera escucharlas mientras se hundía profundamente entre recuerdos que parecían dagas afiladas perforándole la piel.

—Ya lo sé, pero quería creer ¿Si? Ahora déjame solo, quiero estar solo Jace.

Habían estado juntos desde niños, crecieron, entrenaron, incluso creyó estar enamorado de él, y todo porque no estaban tan divididos como en ese momento.

¿Era su plan? ¿Dividirlos con un enamoramiento fugaz?

Pues le estaba funcionando.

Jace suspiró pesadamente mientras se frotaba el rostro con ambas manos, parecía más viejo, demasiado para esos momentos. Desde lo del secuestro, los planes malvados y el fuego celestial, actuaba más distante y muy cauto con ellos alrededor, como si temiese lastimarlos de alguna forma. Había tomado asiento al otro lado, en la orilla contraria de la cama, pero se acercó lo suficiente para que Alec pudiese escucharlo mejor, en tono confidente.

Ardiente confusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora