Jugando con fuego 3

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Pese al dolor, Alec se removió entre las sábanas tan pronto sentirlo duro entre los muslos, muy dentro del cuerpo, atragantándose con gemidos que no debería soltar, palabras llenas de placer escapando de sus labios apretados para no gritar y movimientos frenéticos ahora que ambos se encontraban completamente unidos.

Poco importan ya los pensamientos o el pasado cuando la necesidad les empuja, primero despacio, lentos embates contra la caliente y palpitante entrada. Ambos torsos frotándose uno contra otro, no sabe cómo han terminado desnudos pero la idea le fascina, y Jonathan sonriendo con triunfo resulta hipnótico. Ligeramente jadeante, apenas ruborizado, el cabello revuelto como el halo de un ángel vengador, un ángel caído, ese brillo tan único en su mirada oscura que hace a Alec temblar y gemir a partes iguales, parecen carbones buscando encenderse, y sabe cuál es la chispa que puede disparar el fuego y consumirlos.

Ahora que Alexander tiene las manos libres las usa para pasearlas por el blanco cuerpo, delgado y elegante como el de un musculoso felino pero sin llegar a ser excesivo, es una figura esbelta hecha en perfección, completamente letal. No como Valentine, más robusto y menos elegante, Alec se fija en que tiene el cuerpo de Jocelyn, sin las curvas, pero si los finos trazos que se mueven elegantes bajo la piel, músculos envueltos por un maravilloso velo.

¿Cuántos no habían muerto en esas manos que le procuraban un placer avasallante? ¿Cuántos labios no había besado ya esa boca tan desdeñosa pero sensual besándole el cuello para hacerle gritar?

Sometido a sus caprichos, a cada caricia y a sus propios estremecimientos cuando la glande toca aquel punto especial en su interior, enviándole temblores, devastadores jadeos que le dejan contemplando el techo e intentando llenar de oxigeno sus pulmones entre fuegos artificiales en el bajo vientre.

Piensa en Magnus, es imposible no hacerlo, pero ya no tiene la misma importancia ni siente el mismo dolor lacerante, ya hay cierto rencor ante el recuerdo, ante la frialdad con la cual fue tratado, pese a todas sus disculpas, suplicas repentinas a altas horas de la madrugada entre balbuceos incoherentes; también se encuentra muy hondo una tristeza irreparable, por tener que entregarse a un asesino en lugar de encontrarse con su amante.

¿Y qué puede importarle ya tener en el lecho a un desconocido o monstruo? ¿Qué puede perder?

Es tan sólo una noche alejada de los remordimientos y su amor ya no correspondido, además danzando con la muerte es preferible tomar todo pequeño pedazo del placer ofrecido antes de partir hacía las sombras. Podría matarlo, Sebastian podría decidir deshacerse de él cuando termine, y entonces nada quedaría en el mundo, ni siquiera un cuerpo para llorarle, habría desperdiciado un momento, un instante, habría vivido sus últimos minutos como había vivido la vida entera: mintiéndose a sí mismo, a los demás, fingiendo ser alguien que no era, temiendo, siempre temiendo tomar las riendas, tomar decisiones estúpidas e impulsivas basadas sólo en su propio y egoísta deseo.

No iba a morir asustado, ni tímido, tampoco ignorando el placer tan servilmente puesto ante él.

Rodeó los hombros amplios de Sebastian, acariciando su contorno, la piel suave expuesta, tan blanca como sería el papel, tersa ante las yemas ansiosas que le recorrían.

Y, contra toda lógica o sus miedos inútilmente infundados, le besó en la boca, de lleno con una devastadora necesidad que aclamaba ser alimentada, doloroso el contacto entre sus labios pero no por ello vio al chico retirarse, contrariamente a lo que hubiera imaginado Sebastian gimió en sus labios y se entregó al dolor como si fuese una segunda naturaleza, un devastador estimulo  obligándolo a continuar. Enterrando las uñas en la piel sensible de sus caderas donde  más tarde aparecería una notoria marca que no importaría, sería un trofeo como las cicatrices, un recuerdo vergonzoso para revivir en las noches frías.

Ardiente confusiónOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz