Fuego y sangre

1.9K 140 29
                                    

La suerte de millones de seres por nacer dependerá ahora,

con arreglo a Dios, del valor de este ejército. Nuestro

enemigo cruel e implacable sólo nos deja elegir entre una

valiente resistencia o la más abyecta sumisión.

Por eso, hemos decidido conquistar o morir.

GW1, Orden General al Ejército

Continental, 2 de julio de 1776


Veía pasar los cortos recuerdos de su insignificante vida amorosa, uno tras otro, pequeños fragmentos que se le incrustaban bajo la piel, rasgando la herida ya de por si abierta. Y la sangre manaba como las lágrimas mientras intentaba contenerse, reponerse cuando estaba realmente quebrado.

¿Por qué los Nefilim amaban de forma tan definitiva?

Había creído antes en Magnus Bane, se había entregado a él de muchas formas y sin embargo no se sentía tan roto, tan desprotegido como en ese momento, mientras esperaba la ejecución de Sebastián Morgenstern.

Se llevó la diestra a los labios para no gritar, pero no podía hacer nada contra las lágrimas que una a una amenazaban con ahogarlo. Y Jace pronto estuvo ahí, pero no podía arreglarlo.

—Déjame... ¡Si no me dejaste estar con él por lo menos déjame llorar en paz!

Quería despedirse en silencio, quería mantener todos aquellos fragmentos para él y nadie más, que fuese consumido y destruido sin que el mundo contemplase, sin que los otros Nefilim insensibles se metieran en la pena de su alma, porque ellos no entendían, eran tan fríos como la estatua de Raziel, como sus cuadros, sus pinturas, aquellas palabras vacías que repetían como un cantico ya sin fe.

—Lo ejecutarán al amanecer...

Isabelle también estaba ahí, apenas podía verla, apenas podía ver a nadie más que a Jonathan atado, encadenado, posiblemente caminando erguido y orgulloso hasta lo inevitable. Y su corazón se estrujo mientras trataba de contener un sollozo más.

Jace le zarandeó.

—Vamos entonces, lo salvaremos...tenemos que sacarlo.

Las palabras le fueron como una bofetada, ¿Salvarlo? Estaba bajo tanta seguridad que sería un milagro si podían siquiera entrar, y él pretendía rescatar a alguien tan condenado por los cielos a sufrir, a perderse, él estaba perdido desde su nacimiento.

— ¿Cómo?

Y aun así se arriesgaba, sorbiendo, intentando parecer invencible cuando lo cierto es que se caía por todas partes.

—Colándonos, Magnus puede abrir algún portal...no lo sé.

Y también el brujo había llegado, todos se encontraban intentando animarlo en su pequeña habitación, donde se encontraba confinado intentando apagar con el interminable llanto la pasión, los desenfrenados besos y aquellas horas que habían sido tan breves.

¿Podía enamorarse alguien tanto en poco tiempo?

Segundos que parecían ser toda una vida y aun así resultaban insuficientes.

— ¿Le amas?

Esa voz profunda del brujo le hizo volver a sorber, la pregunta parecía ridícula dado el momento, la situación y todo lo que estaban haciendo por salvar al peor villano de todos.

—Perdón, sé que...perdona es que no puedo explicarlo, cuando tú no me devolvías las llamadas...te seguí y...no...no pude evitarlo...

—Fue mi decisión pero... ¿Por qué precisamente él Alexander? Habiendo tantos...

Ardiente confusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora