Palabras

2.4K 170 31
                                    

"Me dijiste que había roto tu corazón, pero te equivocas. ¡Y no sabes cuánto! Los corazones no se rompen. Se rompe un cristal, se rompen los huesos y las tazas de porcelana, pero nunca un corazón; el corazón se debilita, late con ritmo apático, aletargado y se vacía, como se vacían las ganas de verle, como se vacían las ganas de ser." —Malaci (María Mil Manías)


Era como una noche de danza en el infierno, la ciudad brillaba a la distancia, con sus luces insomnes y el movimiento constante, grises calles que parecían cobrar vida a su paso.

Alec jamás se sintió más vivo, más ebrio sin siquiera haber bebido.

Entrelazando sus dedos a los de Jonathan se movía como un demonio, acechando en cada esquina, entre risitas incontrolables y besos apasionadas que le quemaban hasta el esqueleto.

Su cuerpo se derretía buscando más, no podía pensar en nada, ni siquiera quería volver.

¿Para qué?

La Clave, su padre, todos eran deber, aburrimiento, todos eran monotonía y juicios emitidos en silencio por miradas penetrantes, heladas, siempre señalando sus errores sin nunca ver los progresos que hacía.

Pero con Jonathan todo cambiaba, un mundo girando en dirección contraria, esos abismos no le juzgaban, no le insultaban, no eran fríos ni despectivos, estaban llenos de brillante lujuria que amenazaba desbordarse en cualquier momento si no se andaba con cuidado.

¿Cómo había sobrevivido sin él tanto tiempo?

Tantas noches en abrumadora soledad. Parecía más indispensable que el aire, más importante que cualquier otra cosa.

— ¿Alec?

Giró el rostro, aquel otro a escasos centímetros parecía querer pedirle algo y sin embargo debatirse negando lo obvio.

— ¿Jonathan?

Sonrió radiante como un demonio que está soñando, disfrutando con cada letra acariciada por sus labios ya rojos ante tantos besos. Adoraba escuchar su nombre en aquella boca, pero no lo confesaría, aunque Alec estaba empezando a adivinarlo.

— ¿Quieres emborracharte?

Alec se aferró a él, sus dedos enterrados entre los ondulados mechones platinados que reflejaban el brillo distante de la luna sobre ambos mientras danzaban ante una silenciosa melodía.

—Yo ya estoy ebrio.

Y volvió a sonreír, de esa forma seductora que sólo él sabía, hundiendo los labios en la unión entre su cuello y el hombro, dejando marcas notorias, lo sabía, marcaba terreno pero no tenía fuerza para detenerlo.

— ¿Alexander?

La voz de Jace le paralizó. Y supo que Jonathan también estaba debatiéndose entre sacar los cuchillos o dejarlo pasar, sin embargo, su parabatai había decidido por ellos.

Su carrera fue breve, pronto todo era una confusión de brazos y movimientos bruscos, Jonathan le soltó, él intentó aferrarlo, Jace blandía un cuchillo con la rapidez de una serpiente tratando de perforar la carne tibia que minutos antes le abrazaba y calentaba.

Alec no sabía a cuál debía detener, si paraba a Jace posiblemente Jonathan aprovecharía para atacarlo, estaba en su naturaleza. Ir a por Jonathan le daría demasiada ventaja a Jace y no quería que le dañase...

Se puso entre ambos tan pronto como le fue posible, los dos se detuvieron a mitad de un golpe, gruñendo y maldiciendo por lo bajo. Jace le miraba con odio, Jonathan se encontraba a sus espaldas, no podía verle pero adivinaba que tampoco estaba nada contento. Él tenía el pulso desbocado, sentía el corazón saltándole contra la garganta y el estómago comprimido hasta resultar doloroso.

Ardiente confusiónWhere stories live. Discover now