Come with me now

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“Nos enamoramos simultáneamente, de una manera frenética, impúdica, agonizante”

(Vladimir Nabokov – Lolita)

El cuerpo debería dolerle horrores tras la tarde agitada y su apasionada madrugada, no sólo el sexo desenfrenado, los besos demandantes casi desesperados compartidos con otro Nefilim, con su enemigo, sino más bien por la lucha encarnecida librada contra aquellos que osaban desafiarlo, desde luego, cualquiera que no estaba de su lado debía ser machacado hasta la destrucción absoluta, una dulce y excitante destrucción.

Él no era como Valentine Morgenstern, su adorado progenitor, no tenía piedad de nadie ni sentimentalismos tontos hacía zorras que le habían abandonado, tenía un sueño, un mundo en llamas e iba a traerlo a la realidad, lo impondría a los otros, si querían abrazarlo bienvenidos, sino, bueno, siempre había mucho espacio para quemarlos vivos.
Ellos le habían desplazado como una espada rota, la Clave no lo aceptaría porque era un criminal, hijo de un monstruo con brutales idealismos, su hermana y hermano lo odiaban, su madre…esa mujer ni siquiera merecía llamarse así, entonces, si no le aceptaban ahí entre los suyos, el crearía su propio imperio, gobernaría, y los aplastaría, sólo necesitaba paciencia.

Haría caer las hermosas armas del ángel como había caído el Lucero del alba, envueltos en su orgullo, vanidosos, crédulos, demasiado confiados, tan perfectos, tan estúpidos. Adoraba eso, que se creyesen tanto cuando no eran más que juguetes en sus manos, pequeñas piezas en un tablero previamente establecido donde él tenía estrategia mientras ellos se aferraban a viejos idealismos.

¿Por qué él no podía volver con ellos, su supuesto pueblo? ¿La sangre en sus venas estaba contaminada? ¿Y sus cerebros pequeñitos, cuadrados, grises no eran en realidad peligrosos?

La sangre en sus venas sería el nuevo vino para aquellos hermanos que le aceptaran como su nueva familia. Y no habría lugar para tonterías. 

—Debes pensar algo muy divertido para estar sonriendo así.

La Reina Seelie le estaba contemplando, demasiado fijo para su gusto pero tampoco exteriorizo la molestia causada, era mejor halagarla, tenerla contenta que teniéndola jodiendole los planes.

—Imaginaba un hermoso mundo en llamas, mi hermosa dama.

Le daban nauseas cada vez que tenía que llamarla así, como un vil perro faldero intentando ganarse el favor de su ama, pero necesitaba refugio, soldados y anonimato, ella podía dárselo, claro, con sus respectivas condiciones pagadas por adelantado. Todos se prostituían por algo, era el bien de una causa mayor.

Bajo las finas sábanas estaban desnudos uno al lado del otro, entrelazando pieles frescas y sensaciones que en ningún momento se compararon o siquiera llegaron a ser una sombra de las pasadas con cierto Nefilim, el lecho con él era bastante más interesante. ¿Dónde estaría Alexander?

—Umm…mi hermoso príncipe.

Ella se acurrucó, Jonathan tuvo que hacer gala de todo su autocontrol y malicia para mantenerse quieto y no rehuir al repudiado contacto. Valentine seguramente le azotaría hasta el cansancio por esas tonterías, un Morgenstern rebajado a prostituirse con un Hada, gracias al ángel estaba bien muerto, o al menos esperaba que lo suficiente para no ver o enterarse de aquello.

Mientras la aburrida Reina se acomodaba para continuar durmiendo se preguntó que estaría haciendo en ese momento cierto Nefilim cuyos ojos azules habían logrado inmortalizarlo de algún modo en su memoria, eso y los quedos gemidos arrancados a media noche.

Aún tenía el sabor de sus labios impregnado en cada centímetro, cada que cerraba los ojos, cuando lo imaginaba desnudo…

Un hada entró, Jonathan ni aprendía sus nombres, todas le resultaban igualmente insoportables, aburridas criaturas cuya única diversión consistía en sus verdades a medias, el tiempo las había vuelto cadáveres vivientes, cuyos movimientos mecánicos semejaban finas muñecas, vacías pero hermosas.

Ardiente confusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora