XI. EL FIN DE UN IMPERIO, EL NACIMIENTO DE UNA LEYENDA.

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CAPITULO 1. EL FIN DE UN IMPERIO, EL NACIMIENTO DE UNA LEYENDA.



1453



¿Cuánto tiempo había pasado?, cientos de años quizás, vidas iban y venían frente a la vista del coloso de ébano, quien, desde el techo de su ahora casa en Constantinopla miraba el caos y la destrucción de la ciudad por parte de los otomanos, este imperio que alguna vez se levantó de la nada y había subyugado a los más poderosos reinos ahora mordía el polvo, Drusso pensaba que el fin de la ciudad era sin duda, un castigo por parte de los dioses al verse abandonados a favor del ahora dios cristiano, pero como fuera, Drusso no consideraba a ninguno de ellos como su dios. Cansado del griterío de víctimas y victimarios tomo una antorcha e incendió su casa antes de dejarla para siempre, se puso una ligera túnica y cubrió su cabeza con una capucha dirigiéndose a la salida de la ciudad, llevaba atada a su cintura su viejo y oxidado Gladius que se negaba a abandonar o reemplazar; sus pasos ligeros lo conducieron rápidamente a su destino, ahora la antigua ciudad se desplomaba a su espalda, sabía lo que tenía que hacer, tenía que volver a Ostia Antica, pero...


- ¡Oye tú!


Un par de soldados otomanos lo llamaron, Drusso se quedó de pie sin siquiera inmutarse.


- ¿A dónde crees que vas?


No contestó, no siquiera respiró.


- ¿A caso eres sordo y mudo?


- Yo creo que está asustado.


- Como sea, el sultán necesita carne para sus bestias y a este tipo si que le sobra ¡Camina!


Trataron de empujarlo pero se toparon con una pared de hierro.


- Avanza maldito.


- Se acabó, lo azotare como un asno.


El soldado otomano levantó su brazo blandiendo el tosco látigo, pero el formidable gigante sujetó la muñeca y presionó tan fuerte hasta lograr romperla, el soldado se arrodilló de dolor, el segundo trató de sacar su espada de su vaina pero no podía hacerlo, el arma parecía atorada, el colosal hombre se abalanzó sobre la garganta de su agresor y le arrancó la piel, bebió la sangre y se revitalizó.


- ¿Que eres tú?


- Lo último que verás en tu vida.


El soldado trató de huir pero fue detenido por el fuerte brazo del gigante, sus ojos se desorbitaron de horror. Cuándo terminó con ellos, volvió a cubrirse el rostro y salió tranquilamente de allí.


Habían pase ya 400 años, la dulce vista de Ostia Antica seguía inalterada, el foro de los gladiadores, dónde una vez defendió la vida de su amo, seguía de la misma forma cuál si no hubiera pasado el tiempo, el suspiró al ver las olas de la playa romper contra la costa, esa playa que tantos secretos había escondido.


El sol comenzaba a despertar de su sueño, se dirigió a la casa, la antigua casa de Crissio, desde su partida a Constantinopla no la había visitado y la maleza de la naturaleza se había adueñado de toda la estructura, el portón se abrió con un fuerte rechinido y las bisagras oxidadas respondieron a la fuerza de Drusso; al entrar lo primero que lo recibió fue el dulce aroma del rosal, el rosal que a pesar de todos esos años, no había muerto, por qué era el rosal de ella, el rosal de Alaya, el se inclinó ante sus mágico encantó, beso los pétalos con sumo respeto y una vez más no pudo evitar llorar, 400 años de dolor en su afligido corazón, arrancó la maleza de la lápida más antigua, Aurelius Patronius Magnus, el niño adoptado por Alaya, y después limpió la segunda lápida, está solo tenía tres nombres, Alita, Malael y ...Alaya, la familia del gigante, la familia que le dio felicidad, una felicidad que jamás volvió a encontrar, una felicidad que solo él les pudo dar, pero que la tragedia se llevó cuál hoja entre el viento, seco sus lágrimas, besó una vez más el rosal y se levantó maldiciendo el nombre de Sejano.

EL BESO DEL INMORTALWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu