Capítulo 1

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El ruidoso y molesto aparado muggle llamado alarma me despertó de mi plácido sueño, indicando el inicio de un nuevo día. Lo apagué y me cubrí con las sabanas.

– ¡Ya párate! –gritó mi padre.

– ¡Ya voy!

Te odio persona que haya inventado el despertador.

Realicé mi rutina diaria y terminé usando un pantalón negro, playera y tenis blancos con una sudadera verde de cierre. Mientras me ponía algo de rímel y brillo labial, Kreacher entró.

–Hay algo que se llama tocar antes de entrar, ¿sabías? –lo molesté– Me podría estar cambiando aún.

–Pero no lo estás haciendo.

– ¿Harás hot-cakes para el desayuno?

– ¿Dejarás de molestar si los hago? –puso los ojos en blanco cuando asentí– Entonces los haré.

Llegué a las escaleras interminables y suspiré. La casa constaba de cuatro pisos, el primero era donde estaban las habitaciones principales, el segundo y el tercero tenían las habitaciones para invitados y mi cuarto se encontraba al lado de la biblioteca, en el último piso.

Nada como subir y bajar cuatro pisos diariamente. Qué suerte la mía.

–Así deberían de ser las mañanas –Sirius bajó el periódico que tenía en la mano y tomó su taza–. Sin los gritos entre Kreacher y tú.

–Desayunaremos hot-cakes.

Sirius rió y, mientras Kreacher hacía el desayuno, me dio consejos para que se me quitaran los nervios y me contaba sus aventuras junto a sus amigos en sus años de escuela.

–Mocosa, toma. Es de la semana pasada.

– ¿Qué es? –tomé el sobre y era mi carta de Hogwarts– ¡Kreacher! 

–Parece que a alguien no le caes muy bien aún –Sirius se burló pero quitó su sonrisa cuando le entregué la lista de materiales y descubrió que hoy tendríamos que salir a conseguir todo–. Desayuna rápido.

Kreacher fingió demencia y se desapareció cuando Sirius iba a regañarlo.

– ¿Siempre ha sido así?

–Peor. Pero, si sirve de algo, creo que le caes mucho mejor que yo, eso es un hecho.

Y no esperaba menos. Kreacher fue mi único amigo durante mucho tiempo, además de Draco.

Llegamos al callejón Diagon y agradecí que no hubiera tanta gente, lo cual nos facilitó la tarea de realizar las compras. Fuimos a comer y estuvimos viendo qué había de nuevo, hasta que oscureció y regresamos.

– ¡Enano!

– ¿Qué quieres? –lo encontré en la sala.

–Ya llegamos y...

–Si no me dices, no me doy cuenta.

–Déjame terminar –le entregué una bolsa–. Ten, te traje esto.

–Uh, galletas –formó lo más parecido a una sonrisa–, pero, ¿para qué el azúcar? Aquí hay.

–No es para la casa, es para ti. A ver si así dejas de ser tan amargado.

Kreacher volvió a poner su cara de amargado de siempre mientras Sirius y yo no podíamos aguantar la risa.

–Por cierto –papá ya se iba a su cuarto–, mañana viene Tonks, Remus y probablemente James.

– ¿James? Creo que no lo conozco.

–No en persona pero tal vez conoces a su hijo, Harry.

–No conozco ningún Harry.

Cuando el destino nos alcanceOù les histoires vivent. Découvrez maintenant