Capítulo Once

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  Por un momento se quedó paralizado mirando el hueco por el que veía el pasillo. Entonces se percató de que el hilo musical todavía se escuchaba en el ambiente pero estaba perdiendo intensidad. Se apresuró a buscar el sonido antes de que se evaporase completamente.

  Se aproximó al armario justo a tiempo de oír el último aliento de la melodía. Palpó el fondo del armario sin encontrar nada más que su ropa. Abrió el cajón que se hallaba por debajo de la base del mueble en vano. Se incorporó dando un puñetazo a la madera del fondo con frustración, esta se despegó ligeramente de la pared.

  Golpeó con los nudillos percibiendo un sonido hueco. Tiró con fuerza desprendiendo un trozo de la madera. En la pared había un cuaderno pegado a ella con cinta aislante. Recordó las palabras de Bella, una de las trabajadoras le estaba investigando. Lo tomó con las manos aún temblorosas. Al apartarse vio la esquina de la caja musical sobresaliendo de la parte superior del armario. Un escalofrío le recorrió la espalda al pensar que esa cosa había estado en su habitación.

  Se sentó en la cama y abrió el cuaderno por la primera página. Un centenar de garabatos se abrían ante él. En las siguientes se contaba una de las leyendas sobre el señor Cullen. Esas que le despertaban tanta curiosidad. Jacob elevó una ceja, parecía una broma. Todos le conocían como el vampiro de cera, se contaba la leyenda del vampiro de cera.

  Se decía que era una criatura inmortal que creaba muñecos de cera para sentir que él no era el único muerto en aquella casa. Su jefe era un hombre recto y al principio algo siniestro, pero no parecía un inmortal. Algunos aseguraban haberle visto hacer magia negra con dichos muñecos. Jacob dejó escapar una risa, no le conocían realmente.

  En la mitad yacía un papel doblado, uno que parecía viejo y delicado. Era un certificado de nacimiento. Lo leyó con atención.

  Edward Anthony Masen Cullen hijo de Carlisle Masen Cullen  y Esme Anne Masen Cullen nacido en Londres el día 20 del mes de junio del año 1901.

  Lo leyó de nuevo pensando que sus ojos le habían jugado una mala pasada o tal vez el número estaba mal escrito, borrado por el tiempo o incluso se trataba de un antepasado.

  —¿1901? ¿La leyenda del vampiro de cera?

  Pasó las hojas creyendo que se iba a volver loco. El señor Cullen había dado a entender que creía las leyendas de su tribu ¿realmente esas historias del señor Cullen eran verdaderas?

  Lanzó el cuaderno a la cama, en el vuelo dos trozos de papel salieron de él. Los cogió con desinterés hasta que sus dedos notaron que se trataba de un par de fotografías.

  El color de la fotografía era en blanco y negro con manchas amarillentas como si hubiera sido tomada con esas cámaras antiguas plegables de los años veinte. La imagen mostraba a su jefe ataviado en un traje de época junto a un hombre sonriente, giró la foto y vio que había una anotación con una caligrafía pulcra.

  Londres, 1926.

  La otra ganaba en calidad, pero la visión le ponía los pelos de punta. El mismo hombre igual de sonriente, pasaba el brazo por los hombros de su jefe y otro chico. Delante de ellos, arrodillada, se encontraba una chica de aspecto alegre. Edward y su familia.

  Londres, 1941.

  —Imposible —murmuró—. Habían pasado quince años, tendría que haber cambiado algo. ¿Podría seguir igual después de setenta y cuatro años? Es una broma, tiene que serlo.

LA LEYENDA DEL VAMPIRO DE CERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora