Capítulo Doce

2.5K 402 72
                                    

  Examinó el primer retrato con curiosidad. En él se veía a un hombre rubio de rasgos finos y expresión erudita y amable. Abajo, en el pie del marco, en una placa de oro podía leerse Anthony Cullen (1728-1838).

  Intercambió una mirada con Edward que procedió a desvelar el relato.

  —¿Recuerda la historia que le conté del músico Cullen? —Jacob asintió—. Pues era él, mi bisabuelo. Fundador de esta mansión y uno de tantos en un largo linaje. Nació en Londres hijo de un vampiro que trabajaba el carbón y de una mujer que cosía en un taller de poca monta.

  —¿Ella no era vampiro?

  —No cuando la conoció. Los vampiros sólo necesitan dos cosas para reproducirse: ese veneno que corre por nuestro cuerpo y una vampira.

  —¿No puede ser humana?

  —No soportaría el alumbramiento. Anthony llegó a este pueblo con la fama que había granjeado gracias a la música, ese era su don.

  —¿Don? —a su pesar Jacob estaba implicado en el relato.

  —Digamos que cada vampiro tiene una capacidad diferente y la de Anthony era la de enseñar música. Su don le ayudó a lograr una pequeña fortuna que usó para la construcción de la mansión.

  —¿Cuál es el suyo? —Edward sonrió mirando aquellos ojos negros que brillaban de expectación.

  —Lo sabrá cuando llegue el turno de mi historia. El caso es que Anthony se enamoró de una chica que trabajaba como empleada doméstica en un pueblo cercano, pero su jefe se opuso a que tuviera una relación con un músico del que se decía tenía mil musas y peores intenciones. Al año de llevarlo en secreto él la trajo aquí, que hacía semanas habían terminado de edificarla. Ella accedió, pero el jefe se encargó de que pareciera todo lo contrario.

  Hizo una pausa para mirar el perfil de Jacob que no apartó los ojos del cuadro en ningún momento, al ver que se detenía asintió para que continuara.

  —Hubo unos meses de calma, pero como siempre la calma sólo es señal de una horrible tormenta. Alguien dijo que había visto a la chica lanzarse desde el tejado y caer con elegancia, los rumores se dispararon y ocurrió lo peor. Los vecinos se presentaron una madrugada de 1838 hasta la puerta, la echaron abajo y los sacaron a ambos al jardín. Los quemaron a unos kilómetros de aquí bosque adentro. Ellos no lo sabían, pero a un vampiro solo se le mata con fuego.

  —El mal de uno perjudica a tantos —sentenció Jacob con desprecio.

  —La servidumbre abandonó la casa esa misma noche excepto la doncella personal de la mujer de Anthony que también era la encargada de ayudarla con la crianza de su hijo. Los bebés vampiros son como los humanos, poseen hasta cierto color en las mejillas, pero conforme crecen adoptan ciertas formas que les delatan ya que no son capaces de controlarse del todo. Un vampiro adopta la madurez completa a los veinticinco años donde su aspecto físico ya no se ve modificado. La doncella le suministraba sangre animal de la carnicería hasta que el niño creció los suficiente como para escaparse y matar a algunos vecinos.

  —¿Estamos hablando del Cullen de los muñecos?

  —Sí, mi abuelo.

  Dio un paso a un lado donde estaba el retrato del susodicho. El aspecto no era tan amable como el anterior. Sus ojos eran tan agresivos que parecían traspasar el tiempo y amenazar a quien le observara. Su pelo negro caía en sus hombros dándole un peor semblante. La fecha rezaba (1838-1883). No se sorprendió de que hubiera vivido tan poco.

  —Al principio las muertes no se asociaron a nada puesto que nadie conocía su existencia. Vivió en las sombras de la mansión hasta que se hizo adulto y hasta la doncella que le crió se fue. Entonces empezó a crear los primeros muñecos de cera y se dio a conocer al mundo con ese negocio. Todos le conocían como el Cullen de los muñecos. Creyeron que se trataba de un sobrino o un familiar más lejano.

LA LEYENDA DEL VAMPIRO DE CERAWhere stories live. Discover now