6. ANARQUÍA

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Gonzalo está en el asiento del copiloto en el mini copper de Sarah, no ha parado de fumar en toda la noche, los últimos días se ha vuelto más codependiente al tabaco y se odia por ello, no le gusta depender de nada, pero tampoco puede dejar de encender un cigarrillo tras otro. Oye como Sarah se remueve en el asiento de al lado, lleva cerca de cuarenta minutos dormida; él no ha pegado el ojo, parece ser que el insomnio ha llegado a su vida para quedarse, no recuerda cuándo fue la última vez que durmió a placer.

El cielo está tiñéndose de un gris claro, en menos de una hora amanecerá por completo; Sarah vuelve a removerse en el asiento y se endereza con el cabello revuelto, Gonzalo la mira y se encuentra con un bostezo y luego con una sonrisa optimista. Ella estira sus brazos y Gonzalo admira su silueta.

—¿Dormiste? —le pregunta Sarah.

—Sí —Miente Gonzalo.

Sarah estira su brazo y revuelve el cabello de Gonzalo, él le sonríe, sentir su tacto lo reconforta, ella aprecia el gesto y de un salto se pone a horcajadas sobre él y lo besa; Sarah todavía sabe a vodka, Gonzalo se pone nervioso porque desconoce a qué sabe su propio aliento, sin embargo, cuando Sarah lo besa con mayor intensidad, se tranquiliza y la toma de la cintura; ella separa sus labios y lo mira más de cerca, vuelve a jugar con su cabello, le arrebata lo que le queda del cigarro y lo arroja por la ventana.

—Deja de fumar —le dice.

Gonzalo asiente.

—¿Cómo sigue tu abuela? —vuelve a decir ella.

Él suspira, no quiere hablar de eso, no ahora, quizás nunca quiera hacerlo, pero sabe que Sarah no descansará hasta obtener una respuesta.

—Mejor —le responde—, vive de la insulina, pero supongo que eso está bien.

—Quiero verla, hace mucho que no me llevas a verla.

—Después, tus padres van a matarnos.

—Mis padres se rindieron conmigo hace tiempo, además tengo veintidós años, ya no soy una niña.

—Te matarán porque dejamos a tu hermano casi a las cuatro de la mañana, borracho.

—En eso tienes razón, tal vez por eso si me maten, pero le hizo bastante bien, tú mismo lo viste, así que aceptaré con honor el castigo.

Hacía casi dos horas que habían dejado a Darío en la que era la casa de ambos; a Darío le costaba caminar y Gonzalo tuvo que ayudarlo a subir hasta su recamara, los padres de los hermanos estaban muy molestos, a pesar de que Sarah estuvo masajeando con ellos todo el tiempo para informarles que estaban bien. Luego de dejar a Darío en su habitación, Gonzalo había vuelto al carro de Sarah, desde ahí pudo oír como ella discutía con sus padres, otras veces, a Gonzalo solían molestarle las actitudes sobreprotectoras que los Benavente tenían sobre sus hijos, pero esta vez, logró entenderlos. Luego de lo que sucedió era normal que tuviesen los nervios de punta. Sarah salió de la casa minutos después, azotó la puerta y se subió al carro, una vez dentro, suspiró, se tomó unos minutos para después manejar de vuelta al mirador, a Sarah le encantaba estar en ese lugar.

Gonzalo vería a Darío ese día a las diez de la mañana, pero luego de la borrachera que el chico se puso, Gonzalo no estaba seguro de si acudiría a la cita, aun así quería estar preparado para ello.

—Creo, que es hora de irnos, Sarah, necesito una ducha y descansar.

—No quiero volver a mi casa, no ahora, por favor.

—Vamos a la mía, entonces.

—Creo que debí cambiarme de ropa.

Descalza y aún con el vestido azul turquesa que se puso para el evento de graduación de su hermano, Sarah conduce hacia el sur; Gonzalo vive casi en los límites de la ciudad, así que llegar les llevará más de media hora. La voz de Adele sale por la bocinas ya que Sarah ha prendido el estéreo del carro, Gonzalo cierra los ojos porque el cansancio empieza a sucumbir en él.

Tú, yo, anarquíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora