12. ANARQUÍA

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Gonzalo observa a Darío subirse al coche, en cuanto se sienta deja caer el respaldo y sube los pies al tablero. Gonzalo enciende el motor y lo mira de reojo, con los ojos cerrados el parecido entre Darío y Sarah es menor. Es en los ojos y en su forma de mirar en lo que ambos hermanos más se parecen: ella tiene la nariz un poco ancha y labios gruesos como el padre, en cambio, él tiene los labios pequeños aunque bien definidos como la madre, también la perfecta nariz recta y simétrica, sin embargo, cuando los tienes de frente y te miran de forma directa, pareciera que la misma persona te estuviese mirando: ojos grandes y de pestañas abundantes y curvadas, cejas poco pobladas y bien definidas, y un color amielado que con los rayos del sol tomo un color casi amarilloso.

El semáforo se pone en rojo y Gonzalo aprovecha para encender un nuevo cigarrillo, baja el vidrio de la ventana por completo para poder expulsar el humo en libertad. El silencio en el auto lo incómoda y estira su mano derecha para encender la radio, un hombre comienza a hablar de política y Gonzalo mira de reojo los botones para cambiar de estación, pasa por más de cinco hasta que la voz de Daniel Reynolds cantando Radioactive irrumpe dentro del carro. Todavía con los ojos cerrados y los pies sobre el tablero, Darío canta a todo pulmón. Gonzalo lo escucha y sonríe, el siguiente semáforo en rojo le permite mirarlo con atención, su sonrisa se amplía, le da gusto verlo relajado y desinhibido, sube el volumen para animarlo y canta junto con él.

Welcome to the new age, to the new age
Welcome to the new age, to the new age
Whoa, oh, oh, oh, oh, whoa, oh, oh, oh, I'm radioactive, radioactive
Whoa, oh, oh, oh, oh, whoa, oh, oh, oh, I'm radioactive, radioactive

En cuanto la canción termina, Gonzalo ve a Darío enderezarse junto con el respaldo del asiento, bajar los pies del tablero y estirar los brazos, al parecer la canción que ahora se emite no le gusta, así que baja el volumen de la radio y lo mira conducir por un par de minutos sin emitir palabra alguna, hasta que se decide y Gonzalo escucha su voz preguntándole una vez más:

—¿Adónde vamos? Tengo que estar en casa a las nueve.

—¿Por qué tienes que estar en casa las nueve?

—Cena familiar, los abuelos nos visitan.

—¿Y qué pasa si no llegas?

—Si no voy la próxima vez que me verías sería en mi funeral.

—Exageras, tus padres son bastante dóciles.

—No has visto a mamá perdiendo el control.

—La he visto y aún enojada me parece bastante dócil.

—No están muy contentos desde la borrachera que Sarah y tú me pusieron

Gonzalo se carcajea al recordar esa noche y a su cuñado borracho, tiene la conciencia suficiente para admitir que se pasaron un poco. A veces cree que debería dejar de hacerle caso y seguir a Sarah en todo lo que se le ocurre, aunque no puede negar que aquel día tuvo algo de razón: fue la primera vez en varios días que Darío se olvidó de esa fatídica noche, que su rostro y semblantes lucieron relajados, la primera vez que quizá dejó de pensar en ello al menos por un instante, eso hace que haya valido la pena aunque los medios para llegar ese fin hayan sido tan simplones y poco efectivos a largo plazo. Hay momentos en los que solo se necesita un respiro para poder seguir y Darío lo pedía a gritos. Darío tiene una sonrisa genuina en el rostro desde aquella noche de la borrachera. Gonzalo no logra entender por qué pero no quiere que esa sonrisa se borre del rostro del muchacho, por eso hoy está ahí con él.

El golpe que Darío le da en el brazo con su puño ante su risa burlona y luego el sonido de su voz hacen que Gonzalo abandoné sus pensamientos.

—¿Esto tiene que ver con nuestro asunto? ¿Sarah sabe que estoy aquí contigo?

Tú, yo, anarquíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora