19. TÚ

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Se lo hemos dicho, Joel.

Ahora, mi hermana lo sabe.

En un principio, nos miró a los tres como si quisiéramos jugarle una broma, Sofía también estaba ahí, pero luego, cuando permanecimos serios y la miramos con firmeza, la mirada de Sarah pasó del encanto a la preocupación. Estábamos en el mirador, sentados en el césped, justo en el área en la que se puede observar a detalle como el cielo se mezcla entre los cerros; el color de las nubes era púrpura y Sarah estaba fascinada, yo también lo estaba, porque me alegra ver que mi hermana afronta con determinación lo sucedido el día pasado que hice que Gonzalo entrara a la casa y el acto de extrema sinceridad que ella tuvo conmigo.

Pero, cuando le dijimos lo que habíamos hecho las últimas semanas y supo que íbamos en serio, Sarah dejó de perderse en el púrpura encima de nosotros, se puso de pie e hizo que Gonzalo la siguiera, se alejaron unos cuantos metros; sentados mientras bebíamos nuestras cervezas, Sofía y yo los vimos discutir, supimos que discutían por la forma en la que Sarah movía las manos y, de vez en cuando, se las llevaba al rostro. Gonzalo, como siempre, permanecía inalterable, con esa serenidad pasmosa que a veces le envidio, él solo prestaba atención a lo que Sarah tenía que decirle y cada cierto tiempo la tomaba de los hombros y le sonreía para intentar tranquilizarla. Sofía y yo nos terminamos tres cervezas en lo que mi hermana y Gonzalo volvieron.

Cuando volvieron a nuestro lado, mi hermana buscó en la mochila de Gonzalo la cajetilla de cigarros y tomó uno, Gonzalo le acercó el fuego al rostro y la ayudó a encenderlo; la vi perderse de nuevo en el purpura, de pie y alejada un par de metros de nosotros, con la mano en la cintura y su cabello castaño que jugueteaba sobre sus hombros a causa del fresco que también movía con discreción las copas de los árboles. Sabía que Sarah estaba absorta en reflexiones que le ayudarían a encontrar las palabras precisas. Sabía también que no sería condescendiente conmigo, que me escupiría la verdad de lo que pensaba a la cara y sin tapujos. Sabía que cierto grado de decepción le corría por las venas porque juramos no mentirnos y yo lo hice, le mentí y la hice a un lado y eso hacía que la decepción se mezclara con el dolor. Expulsaba el humo del cigarrillo con templanza, alargaba su tiempo en soledad hasta el extremo para que la euforia del momento no la dominara. La conozco muy bien, Joel, y con algo así de grande, Sarah tenía que tomarse un instante, ella también me conoce muy bien a mí y sé que era consciente de que su postura condicionaría la mía. Por eso sopesaba tanto lo que iba a decirme.

La noche anterior, mi hermana me había contado el último de sus secretos, y por eso yo decidí contarle el último de los míos. Cuando Sarah lo hizo, yo la abracé y dejé que desahogara todo lo que sentía. En el fondo, Joel, sabía que esa no sería su primera reacción, el condescendiente era yo, Sarah, en cambio, solía tomarse muy en serio su papel de hermana mayor, los abrazos quizá vendrían después de la reprendida, por eso cuando vi que terminó de fumar y que no podía alargar lo que tenía que decirme ni un solo segundo más, el estómago se me contrajo.

Sarah caminó hacia mí, su mirada seguía perdida en el morado, casi negro, que anunciaba que la noche estaba por llegar. Se paró junto a mí y me tendió la mano, la tomé y le sonreí para calar el terreno, para mi sorpresa, ella me sonrío de vuelta.

—Darío y yo vamos a caminar un rato —avisó mi hermana.

Sofía le sonrió y Gonzalo asintió con un movimiento mínimo.

—¡No tarden que hay mucho de qué hablar! —gritó Gonzalo cuando ya habíamos avanzado unos cuantos metros.

Mi hermana y yo caminamos en silencio por cinco o diez minutos, la verdad es que no sé cuánto tiempo pasó, perdí la noción. Cuando nos habíamos alejado lo suficiente, me miró con esa mirada a la que no puedo ganarle, esa mirada que me obliga a desviar la mía. Tú conoces muy bien esa mirada, Joel, fue la misma que nos dedicó a ambos cuando encontró la caja de condones en la guantera de mi carro y quiso darnos una lección.

Tú, yo, anarquíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora