10. TÚ

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Cuando yo tenía doce y tú once, fuimos a las casa de mis abuelos en Puerto Vallarta, eran vacaciones de Semana Santa y mis abuelos, que viven en Ciudad de México desde que yo tengo seis años, nos invitaron a pasar esas dos semanas en la playa, ellos a nosotros, nosotros a Marina y a ti. Los abuelos querían a toda la familia reunida, Marina y tú eran ya parte de la nuestra. La casa de nuestras vacaciones se ubica en la zona norte de Puerto Vallarta, en un lugar que se llama Mismaloya, una playa perdida entre los cerros y la jungla de Vallarta. Es una de las playas más bonitas del puerto, si cierro los ojos puedo ver la arena dorada y el agua azul y trasparente, sentir la arena metiéndose entre mis dedos y el agua fría impactándose contra mi cuerpo y el sol que quema mi piel y los pelicanos que sobrevolaban el mar y a las lanchas meciéndose a la orilla y a ti que me tomabas las manos para que las olas no me arrastraran, pero que, al final, terminaron revolcándonos a los dos.

Los recuerdos de aquellas vacaciones son muy nítidos y sé que tú los recuerdas tanto como yo, que los añoras tanto como yo, por eso querías pasar tu cumpleaños dieciocho en esa playa, en esa casa, tú y yo solos; quizá nos hubiésemos dormido en la playa, sentados desde el atardecer para ver el sol, te encanta ver el los atardeceres, lo sé. Y ahí mismo, despertar para ver como el sol volvía a salir. Sé que esos eran tus planes aunque no me lo dijiste. Sé que también hubieses querido que te cocinara aunque se me dé fatal, porque según tú, ya era justo y necesario que lo hiciera para ti. Sé que después hubieses querido ir a bucear a los arcos, rentar una lancha para nosotros solos y observar y envidiar la tranquilidad de los peces tantas horas como nuestros cuerpos y nuestros pulmones lo permitiesen. Lo sé Joel, todo eso lo sé.

Regresar a aquellas vacaciones es regresar a una parte importante de nuestra historia, pero también, para mí, es dividirme entre memorias que me hacen sonreír y los que, a la vez, fueron los peores días de mi vida; porque por aquellos años, lo que tú y yo tenemos comenzó a solidificarse, y mientras lo nuestro crecía, Sarah pasaba los momentos más difíciles de su corta vida, yo no me daba cuenta, tú no te dabas cuenta, mamá y papá no se daban cuenta, nadie se daba cuenta. Y mientras yo crecía en todo sentido, Sarah se desmoronaba; cuando fui consciente de ello, sabes, Joel, que me derrumbé por completo.

Aquella vez, salimos de Guadalajara el mismo viernes que las clases terminaron; tres horas y media después la sensación térmica nos hacía sudar a chorros y el sonido del mar que chocaba contra las rocas se incrustaba en nuestros tímpanos. Tú sonreías sin tratar de disimular en absoluto tu entusiasmo. Marina y tus abuelos te habían llevado a conocer el mar cuando tenías seis años, pasaron dos semanas enteras en Mazatlán, pero en el trascurso de esos cinco años que pasaron desde entonces, nunca más pudiste regresar hasta ese día. Estuviste a punto de no ir, Marina se negaba rotundamente a aceptar la invitación, tú, mamá y yo logramos convencerla un día antes de partir.

Los recuerdos de esos días todavía hacen que mi corazón se acelere, que me sonroje y que vuelva a sentir ese miedo ocasionado por las dudas. Tú y yo comenzábamos a dejar de ser niños, comenzábamos a conocernos, comenzábamos a descubrirnos. Después de esos días vendría nuestra más dura pelea, más que la que tuvimos el día que te conocí en mi fiesta de cumpleaños; nos distanciamos cerca de dos meses, a nuestros padres les asustó y no lograban comprender qué sucedía; tú y yo éramos dos pendejos asustados y el miedo nos hizo actuar, pero volvimos, volvimos el uno al otro porque nos sentíamos solos, porque en los casi cuatro años que teníamos de conocernos, aprendimos a sobrellevarnos y entendernos, porque nadie nos entendía mejor que nosotros mismos cuando estábamos juntos, porque nuestra amistad fue más fuerte que el miedo que nos causó el descubrirnos. No puedo negar que luego de lo que pasó ese último día en la playa, las cosas entre tú y yo no volvieron a ser iguales aunque después supimos adaptarnos, pero ya llegaremos ahí.

Tú, yo, anarquíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora