8. YO

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El regaño a Sarah llegó tal como lo esperábamos, así como el día llega cuando se va la noche y la noche aparece cuando se va el sol; algo que sabes que sucederá en un momento preciso. Sucedió a la hora de la comida.

—Bien, espero una explicación de los hechos —dijo mamá cuando terminamos de comer.

Antes de eso, el silencio había reinado en la mesa.

—Yo también —dijo Sarah—, tremendo discurso que te aventaste papá, estabas inspirado, ¿eh?

—Sarah... —dijo mamá y la miró a los ojos.

Mamá había instaurado sus reglas de convivencia con nosotros desde muy pequeños, raras veces habían regaños fortuitos, mamá siempre se sentaba frente a nosotros y nos pedía que le explicásemos los hechos. Sarah y yo, cuando éramos más chicos, estuvimos de acuerdo en que, a veces, desearíamos un regaño como el que cualquier mamá da. Dar una explicación de los hechos es un trato justo porque te permiten defenderte, pero también, te obliga a sincerarte, a abrirte por completo y eso, en algunas ocasiones, es más duro que un regaño común. Sarah también dijo un día que mamá en lugar de estudiar psicología debió estudiar derecho, «como juez sería implacable», dijo mi hermana aquella vez; estuve de acuerdo con ella. Luego de que le explicaras los hechos y que mamá escuchara y analizara, ella daba su argumentación, explicaba su punto, lo que le había molestado y, después de eso, venía el veredicto final. En su mayoría, todo terminaba con disculpas y un abrazo, pero otras veces, mamá era implacable con su castigo.

Cuando por travieso, una vez yo quebré el vidrio de los vecinos, mamá me obligó a reponerlo con el dinero que estaba ahorrando para comprar un nuevo videojuego y tuve que ayudarles a los vecinos a limpiar su jardín todos los fines de semana durante un mes; cuando en una clase me quitaron el celular por estar viendo el tráiler de una película con Joel, mamá no intercedió por mí, estuvo en mi contra y le pidió al profesor que no me regresara el celular, duré incomunicado dos semanas. Un día, Sarah tuvo un choque por alcance al distraerse un par de segundos por responder una llamada, tuvo que pagar la reparación del otro coche y la del suyo con los ahorros con los que pretendía hacer su primer viaje a Europa, y duró cerca de un mes teniéndose que ir a la universidad en trasporte público a pesar de que su coche estaba listo para usarse, lo cual implicaba levantarse una hora antes de lo que lo hacía, Sarah odiaba madrugar y eso mamá lo sabía muy bien.

Durante la comida, yo estaba preocupado de lo que pudiera pasar porque la madrugada anterior hubo gritos, y son muy pocas las veces en las que mamá suele perder el control. Papá también gritó y eso hacía las cosas más difíciles todavía. Sé que ambos están muy nerviosos por lo que sucedió con Joel y quizás esa fue la principal razón de su enojo.

—Bien —había dicho Sarah mientras le sostenía la mirada a mamá y resoplaba—. Hice algo que estuvo mal, lo acepto y pido disculpas, pero a mi favor, diré que no me arrepiento del todo porque por primera vez en muchos días vi a Darío volver a respirar en tranquilidad, volver a sonreír, volver a carcajearse. Necesitaba verlo así de nuevo.

—Además Sarah no me obligó a nada —dije para interceder por mi hermana—, ya soy un adulto y yo decidí tomar de esa botella, nadie me obligó.

—Pero Sarah es tu hermana mayor, ella te llevó consigo y era responsable de cuidarte —intervino papá.

—Puedo cuidarme solo —dije.

—Está claro que no —dijo mamá

—Sarah solo trataba de ayudarme, ella tiene razón, necesitaba un respiro —argumenté.

—Ambos están muy equivocados si creen que emborrachándose se ayudan en algo —dijo mamá—. Dime Darío, ¿qué cambió? Nada, solo inhibiste tu dolor por unas cuantas horas, pero el sentimiento sigue ahí. Sarah y tú se equivocaron, no queremos que el alcohol se vuelva un estímulo positivo en ti y pienses que podrás afrontar y superar esto emborrachándote.

Tú, yo, anarquíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora