41. TÚ

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Siempre supe que en algún momento me tendría que enfrentar a los recuerdos de aquella noche, porque te lo prometí, porque aunque la imagen de ti inconsciente en el suelo me paraliza y me quita el aire, recordar, por más que duela, es necesario; sobre todo hoy que llego a la culminación de la lucha por hacerte justicia y por honrar tu vida y nuestra historia.

A pesar del dolor y el miedo que me invaden por la posibilidad de que nunca pueda cumplir del todo mi promesa, hoy me siento más pleno que nunca. Soy consciente de que lo he dado todo; mis pasos han sido tus pasos, mi voz ha sido tu voz y mi ira se ha convertido en tu redención. Lo que aquí suceda las próximas horas ya no depende de mí; me costó sangre, sudar y lágrimas poder aceptarlo, pero lo he conseguido.

Me he encargado de que el mundo entero conozca tu historia, de que sepan quién fuiste y cuáles fueron tus motivaciones. No he hecho más que exigir lo que es justo, porque la forma en la que te arrebataron de nuestras vidas fue cruel e inmoral; no te merecías ni nos merecíamos esto, y los responsables deben pagar por su acto despiadado.

Estamos en la sala número cuatro del juzgado de control porque hoy es el juicio oral de tus agresores. Son las once de la mañana de un viernes frío de principios de diciembre y el lugar se encuentra abarrotado de personas. La sala no es muy grande, cabrán entre cuarenta y cincuenta personas, pero no queda ni una sola silla libre: el techo, el piso y las paredes son blancas y hay mucha iluminación, las sillas abiertas al público son negras y están divididas en dos partes, por su distribución intuyo que las de la izquierda son para quienes acompañamos a la parte demandante y las de la derecha para quienes están con los acusados. Sin embargo, tus agresores no han atraído mucho público que los apoye, solo veo a dos mujeres en la fila del frente que supongo deben ser sus madres, del resto de personas que ocupan un lugar a la derecha, la mayoría están de nuestro lado, lo sé porque los conozco o identifico de las marchas y por las playera de «justicia para Joel» que portan, solo que no alcanzaron un lugar de nuestro lado; el resto son periodistas que han seguido el caso y cubren la nota.

Tu madre está al frente, es quien te representa, la acompaña tu abogado y tu abuela. Frente a nosotros hay un tipo de valla de madera que nos separa de ellos, y en la parte de arriba se encuentra una especie de estrado en la que se sentará la persona que tiene el poder de hacerte justicia en sus manos. Llega la hora de que la audiencia de inicio. Estoy sentado en la primera fila de lado derecho, en medio de mis padres, Sarah está al lado de papá y Sofía la acompaña, hoy ella dará su testimonio. Con discreción volteo hacia atrás y me encuentro con la mirada de Gonzalo, está a un par de filas de distancia; es la primera vez que volvemos a vernos desde aquella tarde en la azotea de la facultad, él me dedica una sonrisa discreta y asiente, esa simple acción revitaliza mi entereza.

«Gracias, Darío. También te quiero mucho». Esa fue la contestación de Gonzalo al mensaje que le envié luego de que Sarah y yo visitamos a su madre en el reclusorio. No supe qué responder, el «mucho» que él agregó en su contestación a mi «te quiero», me hizo temblar y ser débil, derrumbó todos mis esfuerzos en cuestión de segundos. ¿Por qué los sentimientos eran tan confusos y complicados? ¿Por qué no podía verlo solamente como un buen amigo? Mi hermana habló con él aquella mañana y pasaron juntos todo el día. Cuando Sarah regresó yo no quise preguntarle nada, no porque no me interesara, sino porque seguía en la lucha con mis sentimientos. Sin embargo, Sarah con su intuición se acercó sola a mí y me contó parte de lo que había sucedido: dijo que Gonzalo no estaba del todo bien, que las cosas se le habían juntado y de cierta forma colapsó, pero que no iba rendirse, que le prometió que buscaría ayuda profesional, ella iba acompañarlo el tiempo que le quedase en México. Me dijo también que no podía decirme más porque no iba a traicionar la confianza de Gonzalo, que si así lo quería, él algún día me lo contaría personalmente. Yo solo asentí.

Tú, yo, anarquíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora