CAPÍTULO II

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¿La solitaria tiene un soulmate?

No tengo ni idea de cómo llego a los dormitorios, mismos que son más apartamentos tipo estudios que los diminutos espacios que esperarías tener que compartir en la universidad. El molesto frío de la tensión dejó ramalazos atrás, punzantes, un recordatorio de mi problema.

Quizás nunca pueda ser como el resto.

Cuando estoy frente a la gran puerta negra de doble hoja que lleva hasta los dormitorios, recuerdo las palabras de mamá: ‹‹¿Ahora los dormitorios son mixtos? Realmente los tiempos han cambiado. Me siento vieja›› No es que importe, pero creo que hubiese preferido no tener que lidiar con las complicaciones de reunir a estudiantes universitarios de esta forma en un solo edificio. Aunque según mamá y la tía Anne, aquí no se ven esos espectáculos de veinteañeros disfrutando de algo de libertad paternal, pero algo me dicen que más bien ellas nunca se metieron en eso, por lo que no saben de lo que hablan.

Una vibración en el muslo derecho me hace dar un respingo en el primer escalón del edificio en donde pasaremos el último año. Vuelvo a respirar cuando comprendo que solo es un mensaje en el celular.

*Alanna: ¿Dónde estás?, ¿ya estás en el dormitorio?

Yo: Sí, estoy subiendo.

Alanna: Bien, ya voy para allá*

Ni siquiera ha regresado. ¿Qué tanto estaría haciendo afuera?

Alanna es más que mi compañera, o una amiga. Ella es la hermana que no tuve.

Crecí de acuerdo a como me definían: solitaria, fría, extraña. No quisieron darme la oportunidad de demostrar que era más de lo que veían en el exterior, y yo no me molesté en demostrar lo contrario; ¿por qué tenía que ser la que se esforzara por ser aceptada cuando no hacía nada para no serlo? Incluso en el Jardín de Niños, iba, me ubicada en el lugar más tranquilo para trabajar, cerca de los libros o los juegos didácticos y mis horas educativas estaban hechas.

Creen que los niños son todo inocencia y buenas intenciones, pero pueden llegar a ser tan crueles como lo deseen; en especial si tiene en sus padres el ejemplo de la ignorancia y el prejuicio.

No obstante, a los ocho años, creí que era momento de ser más abierta. Quise esforzarme por ser aceptada. Y apareció Sarah Collins, como caída del cielo; a sus ocho años era un esplendor dorado, de avellana pura, dulce sonrisa, voz cordial, inteligente, amigable. Esa era la impresión que te llevabas al principio, cuando no la conocías realmente.

Llevaba tres años en el colegio, lo que significaba que llevábamos tres años siendo compañeras, pero no fue hasta que ambas participamos en un concurso de poesía infantil del distrito escolar, en el cual yo gané, que ella notó mi presencia. Así, de la nada, se paró frente a mi mesa, mostrando todos sus dientes en una encantadora sonrisa y dijo:

—Galadriel, ¿quieres almorzar con nosotras?

Debí sospechar de esa repentina invitación, pero como dije: Quería esforzarme por ser aceptada, no solo por mí, sino por mamá, y por él. Así que esa fue la primera vez, en toda mi vida estudiantil, que almorcé en compañía de otros niños, el grupo de Sarah, que era un gran logro por sí solo.

El juego duró tres meses, hasta el cumpleaños número nueve de Sarah, quien invitó a casi todo el curso a una fiesta en la piscina de su casa. Todo iba muy bien; era la primera fiesta a la que me invitaban, lo estaba disfrutando, ya no estaba siendo dejada a un lado, muchos niños se me acercaban y hablaban conmigo, sin miedo ni prejuicios.

¿Por qué todo acabó? Porque llamé demasiado la atención de Julián Álvarez, el interés amoroso de más de la mitad del colegio — una estupidez, si me preguntan. No porque Julián no se lo mereciera, sino porque éramos un montón de mocosos de primaria ¡Qué íbamos a saber del amor! —.

Julián era el típico niño popular: bueno en deportes, en los estudios, en relaciones sociales, educado. Y todo esto sin la carga de ser ególatra u odioso, lo que lo hacía mucho más encantador. Su oscuro cabello rizado, su piel morena y sus grandes y expresivos ojos castaños no eran más que un plus en todo lo demás.

Sarah solía hablar de él como si fuese un juguete que estaba a punto de adquirir, por lo que debí predecir lo que se avecinaba cuando él se acercó a mí en medio del frívolo soliloquio de Sarah y me preguntó:

—¿Quieres terminar esa partida de ajedrez, Gala? — Era de los pocos que entonces me llamaban de esa forma.

Dentro de mi inocencia no le vi problema en decirle que sí, desde que comencé a estar en el grupo de Sarah había interactuado más con el resto de los niños, y de todos el que más me agradaba era Julián; él parecía ver más allá de mi apariencia extraña.

Antes creía que había cometido un error, luego comprendí que no fui yo quien actuó mal, solo estaba jugando con un amigo, como lo haría con cualquier otro, disfrutando de algo que a ambos nos gustaba. Pero no todos pensaron así.

El lunes, en el colegio, me enteré de mi supuesta traición. Haber acaparado la atención de Julián en la fiesta de Sarah ¡Qué descaro! ¿Cómo me atreví a tanto? ¿Acaso no tenía sentido de lealtad, no era ‹‹agradecida››? Nueve años y ya eran unos completos idiotas.

Poco a poco comenzaron a dejarme de lado, nuevamente, volví a ser ‹‹la rara››; jamás había dejado de serlo, lo comprendí después. Sarah solo se acercó porque vio en mí una amenaza para su perfecto reinado de ser la niña modelo, la mejor. Como si me interesara ser el centro de atención.

El único que siguió acercándose, para molestia de Sarah, fue Julián; seguimos jugando ajedrez, hablando de libros, películas y cómics. Pero parece que nada en mi vida dura para tanto, no tengo derecho a conservar lo bueno que se me da, porque al final de ese año escolar sus padres se lo llevaron lejos.

—Podemos seguir en contacto, y si comienzan a molestarte me puedes decir y encontraré la forma de hacerles pagar — esa fue la última vez que lo vi. Quería hacerme reír; no quería perder al único amigo que tenía. De pronto se inclinó y susurro cerca de mi oído — Si regreso, ¿aceptarías ser mi novia, Galadriel?

No dejó que le respondiera — aunque tampoco sabía qué decir, estaba completamente sorprendida —, salió corriendo hacia el auto de su papá, quien lo esperaba en el estacionamiento del colegio. Agitó su mano por encima de la cabeza con una sonrisa que le arrancaba protagonismo al sol, antes de desaparecer dentro del auto. Yo sentía la cara y las orejas calientes.

Julián, con nueve años, me enseñó que el mundo es más que etiquetas estúpidas, que sin importar que otros digan que eres ‹‹extraña... fría... incomprensible... perturbadora...››, siempre habrá alguien que vea más allá de la armadura que has tenido que construir para no ser lastimada. Porque nadie está realmente solo.

Creí que él sería esa persona. No fue así. Ella no llegaría sino hasta la secundaria.

Mi pequeño huracán. Mi Alanna. Mi soulmate.    

Empíreo. ✔. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora