CAPÍTULO XVII

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Lucas

‹‹¿Acaso sigo dentro de la pesadilla?››

Es imposible que él esté aquí, mucho menos ahí, bajo la lluvia, en medio de la noche. ¿Por qué iba a...?

‹‹¿Crees que esa es la verdadera pregunta que debes hacer?››

Aprieto los dientes al mismo tiempo que clavo las uñas en la palma que todavía sostiene la cortina, buscando un punto racional.

‹‹Él no puede estar aquí. Es imposible››.

‹‹Así es››

Quizás sigo soñando y ha venido a atormentarme, porque ya es catorce de octubre, el peor día del año. Mi propia mente me castiga de la forma más cruel y ruin.

Pienso en ir corriendo a la habitación de Alanna, aunque sea un sueño, para comprobar que ella también lo ve; si es así, entonces estoy en una pesadilla, porque Ali jamás me mentiría, mucho menos con él.

Pero parece que la lógica ha sido consumida por la oscuridad imperante. Porque los pies no me dirigen ni con Ali ni a mi habitación, van hacia la puerta principal del apartamento. Antes de comprender lo que estoy haciendo, corro por las escaleras, al final del pasillo, sin preocuparme por la posibilidad de tropezar y romperme el cuello. Aquí la oscuridad es casi absoluta. Sin embargo, logro llegar al recibidor de la residencia. Me detengo, con una mano en el pomo de la hoja izquierda, cuando el bramido de mi conciencia abarca toda mi mente.

‹‹¡¿Quieres que nos maten?! ¡No salgas, Galadriel!››

Se escucha furiosa más que aterrada. El momento de duda pasa cuando un nuevo latigazo de luz llega y vuelvo a ver su pequeña y familiar figura al otro lado de la calle. No se ha movido. Salgo a la tormenta que ha consume a la noche. Un pensamiento cruza mi mente con la misma velocidad de los relámpagos: ‹‹¿Esa puerta no debería estar cerrada con llave?››

En cuanto piso el último escalón que me lleva a la acera del edificio, estoy completamente empapada; el cabello se pega a los costados de mi rostro, hombros, espalda. Sé que debería sentir el cortante frío o la fuerza de las gotas que chocan contra mí, pero mi mente solo está en llegar a él.

‹‹Es Lucas››

‹‹No. No lo es. Lucas está...››

Levanto un muro de pura y cruda oscuridad para no tener que escucharla más. No la necesito ladrando cosas que ya sé. Es solo... mi príncipe celestial... él... La siento arañando contra la pared de obsidiana, furiosa.

Llego hasta él. Sigue en la misma posición, ni siquiera levanta la vista cuando estoy a escasos centímetros de su posición, como si no fuese más que una ilusión de lluvia y tormenta. La urgencia de cubrirlo y protegerlo con mi cuerpo escuece por cada recoveco del cuerpo. Debe estar calado hasta los huesos.

El cabello azabache se le pega al rostro como una segunda piel, las largas pestañas, igual de oscuras, crean una cortina de agua en sus preciosos ojos de alba. Sus mejillas y labios son dos puntos de color en la piel nívea —‹‹¿Cómo es que no está tiritando o con la piel azulada?... No era bueno con el frío››—. Es... es como si se hubiese congelado en sus diez años.

—¿Lucas?—Mi voz es apenas un susurro estrangulado. La mano que llevo hasta su rostro parece ser la única que experimenta el inclemente clima. Dejo ir todo el aire de mis pulmones cuando la suavidad y calidez de su piel me dice que esto es real. ‹‹Él, de alguna forma, está aquí››.

Los relámpagos comienzan a parpadear con más frecuencia, lo que me permite captar el momento en el que sus labios se curvan en una sonrisa, mientras eleva su lindo rostro y me mira. Un tirón en las costillas casi hace que me doble.

Empíreo. ✔. Where stories live. Discover now