CAPÍTULO XXXIII

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Las réplicas siguen en el tiempo

Tenía que salir de ahí. La casa se me hizo claustrofóbica en un parpadeo; la cacofonía que llegaba de todas partes comenzaba a punzar en mi cerebelo, el crepitar de la energía en el aire estaba creando demasiada estática; estar en sus presencias me estaba ahogando.

‹‹¿Por qué no te centras en encontrar la espada y asumir el título de una vez por todas?››

De alguna forma se siente mucho más presente, lo que resulta un tanto abrumador.

‹‹¿Por qué carajos iba a querer eso cuando todo se derrumba?››

‹‹El poder que vienen con eso es mejor que huir al bosque porque no puedes lidiar con tus propias emociones››

Un golpe bajo que ya no me sorprende.

Sí, hui de la casa y me interné en el bosque, porque prefiero la densa esencia de éste a la congoja, pena, arrepentimiento y rabia que se condensaba en la cocina; y solo eran sus emociones. Si seguía allí la energía que constantemente pugna por ser liberada iba a conseguir su objetivo. Al menos fueron lo suficientemente conscientes como para no seguirme.

Gracias a la historia de Gilda no he podido dejar de pensar en el único marco fotográfico que se conserva en el estudio: un marco doble, que enmarca dos fotografías. En una se observa a un hombre sosteniendo un pequeño bulto envuelto en una manta celeste; éste mira hacia el bulto, de donde surge una diminuta mano nívea, la cual sostiene entre los dedos del mismo tono que la criatura. En la otra carga sobre sus hombros a una niña de unos dos años, en la terraza frente a la fachada de la casa, mientras ambos sonríen a la cámara como si nunca hubiesen conocido otra cosa que no fuese la felicidad absoluta.

Era la primera vez que veía una fotografía suya; mamá no conserva ninguna en casa, al menos ninguna que nos haya mostrado.

No sé qué me molestó más: si comprobar que lo que ella de cuando en cuando afirmaba era cierto, o ver la desbordante alegría de éste en aquellas imágenes sin poder recordar nada de eso.

‹‹Una noche que cuando deja caer el velo deslumbra con todos sus colores y belleza. En eso te pareces a él››, es lo que ella solía decir antes de que se diera cuenta que no soportaba ninguna mención suya.

Y sí, podía ver mucho de mí en él —aunque también me recordó un poco a mi príncipe celestial—, pero me recordó mucho más al Coro, con aquella apariencia atemporal y arrasadora; una ensoñación de nieve y oscuridad. Jamás habría creído que alguien así pudiera tener una sonrisa como aquella: capaz de iluminar hasta la noche más cerrada.

—¿Alguna vez te has arrepentido de haberlo dejado entrar a tu vida?—pregunto sin poder evitarlo. Porque no logro apartar la vista de aquel marco.

El silencio de mamá indica que está sorprendida que sea yo quien lo traiga a colación. Carraspea, y finalmente dice:

—Dudo que alguna vez lo haga. Conocerlo representó un antes y un después. Además, sin él no los habría tenido a ustedes.

Trago el nudo en la garganta. Afortunadamente no puede verme.

—¿No habrías preferido evitar el dolor?—insisto.

La escucho suspirar.

—Se pueden evitar muchas cosas, elfa. Pero no puedes evitar la posibilidad de salir lastimado cuando decides entregar tu corazón... Creo que nunca tuve oportunidad.

‹‹Nunca tuvo oportunidad...›› Comienzo a odiar esas palabras. ¿Acaso no se puede tomar un camino diferente?

La idea de no tener que depender de sentimiento o emociones resulta tentadora en estos momentos. Ellos tienen esa ventaja, entonces ¿por qué permiten que éstas los arrastren a sus pozos interminables?

Empíreo. ✔. Where stories live. Discover now