CAPÍTULO XXIX

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 Samhain

‹‹Debí salir de la cocina sin pronunciar palabra››, pienso por... ¿quinta vez? Ya el día venía extraño —lo que es mucho decir a estas alturas—, así que no debí tentar mi suerte, en especial con el idiota. Ni siquiera quiero pensar en lo que realmente me está molestando de la situación.

Pensé que el té ayudaría; no lo hizo. Así que decidí darme una ducha helada —la casa es lo suficientemente grande como para no tener que compartir mi espacio personal con nadie—; pero tampoco está funcionando. Llevo más de diez minutos bajo el agua y la rabia sigue correteándome por la epidermis.

Hasta ahora creí que era buena ocultando las emociones o manteniéndolas bajo un control mínimamente decente. Ellos se han encargado de lanzar cualquier creencia tonta que tuve alguna vez por el abismo de lo que no sé.

Suspiro como si llevara el peso del mundo encima y cierro la llave; no puedo seguir malgastando el agua, no va a cambiar nada si me congelo aquí, aunque lo cierto es que no percibo ningún cambio significativo. Lo único bueno que he sacado de la ducha es que estoy impoluta.

Salgo del baño envuelta en una bata. Me paralizo en el marco de la puerta cuando noto la presencia de alguien frente a la ventana, en el fondo de la habitación. El corazón se detiene por más de un segundo debido a la impresión.

Se supone que debería prevenir estas situaciones, estar siempre alerta, pero... por un momento pienso que es Raamiel, excepto que éste no tiene el cabello oscuro.

—¿Qué haces aquí?—inquiero tan cortante como el agua que corría por mi cuerpo hace pocos minutos. No logro alcanzar los modales con tanta rabia irracional.

Aparta la vista de la ventana; la miel de sus ojos se ven realzados gracias a que va todo de negro, sin mencionar que hay muy poca luz solar afuera. Durante unos segundos no dice nada, solo me observa con una intensidad que me resulta desconcertante. ‹‹Sin duda está actuando raro››.

Elevo una ceja esperando en señal de impaciencia.

—Toqué, pero no respondías.

Aprieto los labios mientras entorno los ojos.

—Ajá. ¿Y decidiste que era buena idea entrar porque...?—dejo la pregunta abierta esperando su explicación.

Zadkiel ladea la cabeza; la curiosidad asoma en sus ojos.

—¿Por qué estás molesta?—como no respondo, agrega—: De pronto el cielo se cubrió de nubarrones y tu esencia es como una llama olímpica que se mantiene encendida por una ira pura y abrasadora. ¿Qué pasó?

‹‹Siempre tan específicos››, pienso con mordacidad.

—La vida, eso es lo que me pasa—replico con desdén y amargura—antes de que pueda decir algo, me adelanto—. Di lo que viniste a decir; quiero estar sola. Por favor.

Parece tener un debate interno unos segundos. Finalmente dice:

—Es samhain, y queremos que lo celebres con nosotros.

Mi entrecejo se frunce no comprendiendo del todo aquella información.

—¿Celebran Halloween?—inquiero; escepticismo e incredulidad mezclándose en la pregunta.

Zadkiel se lo toma como una broma. Su risa viaja por la habitación como una brisa primaveral arrancando melodías de un prado lleno de flores.

Samhain es diferente—corrige todavía sonriendo—: es el único día del año en el que podemos ir de un reino a otro sin restricciones. No hay conflicto este día; es una especie de tregua, en donde disfrutamos lo bueno de cada reino sin preocuparnos por ser heridos o asesinados.

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