CAPÍTULO XXXVI

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El ascenso de la princesa oscura

Sargiel se recupera de la impresión. A pesar de la daga oscura clavada en su hombro, sonríe. A diferencia del Coro, su belleza es cruel, letal. No hay nada hermoso en ésta.

-Pero si han llegado los perros de la princesa oscura.

-Uff. Sigues dando pena en los insultos, Sargiel-es como si no estuviéramos en medio de un lío, sino en una extraña y tétrica reunión familiar.

-Galadriel-llevo los ojos hasta los de Zadkiel cuando me llama, parece genuinamente aliviado de verme-. Por favor. Ven.

Lo veo, sin parpadear, por más tiempo del necesario. Luego veo hacia Ali y Nath, todavía en el suelo, junto al cadáver de un hombre al que amé como a un padre. Mi pecho se contrae. No me muevo. Él parece comprender mi negativa.

-¿Qué crees que estás haciendo Sargiel? ¿A qué se debe esta insubordinación?-inquiere hacia el Essential a mi lado.

-Solo hago lo que tú no te atreviste a hacer-escupe, casi como si las palabras fuesen ácido-. Esto pudo acabar hace mucho tiempo, si hubieses llevado al híbrido ante Padre, como se te ordenó-pasea la furiosa mirada por el resto del grupo-. Ahora estás aquí, lejos de casa, rodeado de traidores, de escoria. Ya no mereces ser el líder de los serafines. Eres una vergüenza para el Ejército Celestial.

-¿Más vergüenza que confabular junto a brujas y torturar a inocentes para propósitos egoístas?-interviene Raamiel, en apariencia divertido. Excepto que la dureza en la oscuridad de sus ojos indica todo lo contrario.

-No pretendo darle explicaciones a un vil infernal-replica Sargiel con una superioridad que me produce escozor en la nuca-. Cuando Él comprenda por qué lo hice, verá que fue lo mejor. Que ustedes nunca se merecieron los dones que se les otorgaron.

Otra risa viaja por el claro, esta vez de Dalkiel, ubicado a la izquierda de Raamiel.

-¿Comprensión? ¿Desde cuándo en la Ciudad Etérea saben de comprensión?-la mirada que le da a Sargiel es suficiente para que éste gruña por lo bajo, más furioso que antes si es posible.

-¿Seguiremos perdiendo el tiempo con el imbécil?-interviene Olivier dos pasos por detrás de Raamiel-¿Puedo matarlo ya?

Por el rabillo del ojo creo ver cómo los hombros de Sargiel se tensan.

-Nada de asesinatos-repone Adriel. Su voz como nunca la he escuchado: fría y distante-. Debe presentarse ante el tribunal de Tronos. Nosotros nos encargaremos de su castigo.

Olivier bufa, fastidiado, antes de agregar.

-Bien. ¿Pero lo necesitas entero? Porque puedo enviarlo sin ciertas partes del cuerpo. Quizás no pueda seguir en el ejército... ya encontrarán algo para un mutilado.

En cuanto Olivier da un paso adelante, la orden de Sargiel retumba entre los árboles. Solo es un nombre y todo se vuelve un caos.

-¡Nilsa!

Ante mi mirada estupefacta, el Coro en pleno cae al suelo, gruñendo maldiciones. Los mismos grilletes que hieren las muñecas de Nath aparecen en ellos, y más; gruesas cadenas de lava negra rodean gran parte de sus torsos e incluso el cuello. Las que apresan a los caídos están mezcladas con algún tipo de material; a simple vista parece cristal. Los efectos aparecen de inmediato: quemaduras al rojo vivo que empeoran con cada movimiento que hacen, en un intento por liberarse.

Y mientras observo con incredulidad la caída del Coro, Sargiel aparta la gamuza de La mano de Deus y la eleva con la mano izquierda, aquella que no está herida.

Empíreo. ✔. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora