Apéndice: describiendo ángeles

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Nota: Esto continua justo cuando Galadriel decide observar a el Coro, en el jardín de los cerezos. No quería hacer el capítulo tan largo así que decidí subirlo a parte.


El primero en caer en mi escrutinio tiene un aire de chico intelectual y tranquilo, sin embargo... viéndolo bien. Quizás es su postura, o la forma en la que brillan sus ojos castaños, o quizás es esa mueca inquisidora y quisquillosa que asoma en la comisura de sus labios. La cosa es que parece el tipo de chico con el que no quieres tener un problema.

Aun así sigue siendo insoportablemente guapo —el adjetivo es por usar uno. Porque este grupo está lejos de encajar en alguno—. Tiene una linda piel cremosa, a juego con un sedoso cabello rubio cobrizo. Sus ojos castaño oscuro son grandes y expresivos; los ojos de alguien que lo evalúa todo. Los anteojos que usa no hacen más que resaltar esta característica. Las líneas de su rostro son angulosas y simétricas, de una forma delicada que no debería ser posible. Viste con un estilo casual bohemio que suaviza la mueca en los labios.

‹‹Es hermoso››; del mismo modo que lo es un cuadro impresionista que busca recrear la mítica belleza de los ángeles.

El siguiente... es un sueño asiático, un hermoso sueño tallado en blanco y negro. Su cabello es un velo de oscuridad, en la que viajan hilos de luz, que caen en las cascadas ondulantes que tiene por pestañas, las mismas que protegen unos lindos ojos rasgados; en estos se asientan las oscuras aguas de las pestañas. Su piel parece estar hecha de jade blanco, de una delicadeza que resulta chocante, porque seguro que si la tocas corres el riesgo de dañarla. Su estilo me recuerda mucho a Ali; siempre preocupada por cada detalle.

A continuación está el de los ojos verde oliva. Mi primer pensamiento al verlo es: ‹‹Parece un gato››: sus movimientos tienen la precisión, sensualidad y fascinación de los felinos. Sus pestañas parecen delicadas pinceladas arrancadas de la noche. A diferencia de los otros dos, los rasgos de éste son un poco más toscos, más... humanos. Claro que eso no disminuye lo inverosímil de su belleza. Lleva los rizos oscuros en un desorden natural que enmarca las líneas varoniles del rostro. También me recuerda a Ali, pero por el tono de su piel. Porque su elección de prendas es descuidada; supongo que cuando tu armario está lleno de ropa hecha a medida, lo demás no importa mucho.

Y así llegamos a los tres últimos. Los seis son verdaderos ángeles de Murillo, sin embargo, estos tres... no puedo pensar en un adjetivo que los describa a cabalidad. Están más allá de las palabras. Sin mencionar la insistente punzada que nace en las profundidades de mi memoria y se extiende por todo mi cuerpo, como si quisiera alcanzar algo que se le ha sido arrebatado. Me deshago de la sensación y sigo mi análisis.

El que está sentado al lado del moreno, el que es como un gato; tiene la apariencia de alguien terriblemente aburrido. Su piel da la impresión de nunca haber sido tocada por el sol o cualquier tipo de luz; que vaya por completo de negro no ayuda a desmentir la idea. Es como ver un espectro, uno excesivamente atractivo. Incluso sus rizos parecen haber sido sometidos a la absoluta oscuridad, y no por ser negros, sino por ser de un rubio casi platinado, como si le hubiesen absorbido toda la luz del cuerpo.

Pero lo que más llama la atención del chico trabajado en el mármol más puro, son los inescrutables ojos negros que destellan cual llamas del inframundo en un rostro frío y pétreo. Al igual que mi ojo izquierdo, los suyos son tan oscuros que carecen de pupilas. El peligro es palpable en esa mirada, no obstante, es como esas plantas carnívoras que atraen a las presas con la belleza que las cubre.

Un cosquilleo paralizante me recorre el cuerpo cuando aquel peligro oscuro encuentra su camino hasta mí —la punzada de antes golpea con fuerzas renovadas, robándome el aliento—. No le permito enraizar, aparto la mirada, más por la vergüenza de ser descubierta que por miedo a la extraña sensación que hace vibrar mi cuerpo.

Paso al siguiente ángel, porque la curiosidad puede más que la vergüenza.

Aunque éste parece más un dios o guerrero romano que un ángel. Irradia una cantidad absurda de sensualidad, picardía, y peligro. Su piel tiene un sutil tono bronceado, lo que realza la idea que tuve antes: que eran como esculturas de Luo Li Rong. Las ondas de su cabello son el resultado de una matización cobriza, contrastando con las cejas y pestañas oscuras. A pesar de tener ángulos muy marcados, es evidente que le gusta sonreír, lo que suaviza la dureza que pueda tener en las líneas del rostro. Al mismo tiempo, es dueño de unos vivaces ojos negros; a diferencia del anterior, del espectro, los de éste son extrañamente cálidos.

Una característica que podría ser su sello, es el hecho de que lleva tatuajes, estos se observan en brazos, y el trozo de pecho que deja ver la camisa que lleva con algunos botones sueltos. Adora la atención, eso está claro.

‹‹¿A qué sabrá?››. Me hago la desentendida, pero ella sigue. ‹‹Definitivamente podría pasar mi lengua por ese pecho y averiguarlo››.

Frunzo el ceño casi imperceptiblemente. Mi conciencia necesita medicación. Urgente. Me preocupa la facilidad con la que se cuela en mi raciocinio. ¿De dónde demonios surgen esos...? La línea de pensamiento es interrumpida cuando nuevamente soy atrapada en la oscuridad.

Su mirada, en apariencia insondable, está cargada de diversión y picardía. No puedo hacer más que parpadear como tonta cuando sus labios se curvan, reflejando las emociones de sus oscuros ojos.

No soy de las que se deja intimidar, pero aquí estoy, apartando la mirada de nuevo. Durante un segundo de locura estoy segura que ha escuchado las barbaridades de mi conciencia.

Respiro hondo, llenando los pulmones de aire fresco, antes de volver a levantar la vista. La curiosidad me está causando problemas, pero no puedo y no quiero parar. Falta uno.

Mi corazón se detiene a mitad de dar un latido cuando lo veo, como si estuviera conteniendo el aliento. Debo recordarme seguir respirando. Una vez pasada la primera impresión, el corazón comienza una carrera mortal dentro de mi pecho, llevando dolor a mi esternón.

Está al lado del sueño asiático; la conversación que sostienen es suficiente para que deje afuera todo lo demás. Lo que le da rienda suelta a mi escrutinio.

Tan irreal como el resto. Excepto que todo el vaho místico que los rodea, en él parece magnificarse; es atracción en su estado más puro. Un sol dando vida en el universo. Y esto resulta contradictorio, porque más que luz, es oscuridad. Una preciosa oscuridad.

Los rizos, las cejas, las pestañas y una muy cuidada barba, son el reflejo de la noche cósmica; contrastando con una piel cremosa que parece irradiar la luz que ha adsorbido la oscuridad. Como el guerrero romano, los tatuajes dibujan la piel de éste; y solo puedo suponer qué tanto, porque solo son visibles líneas oscuras en el cuello y el dorso de las manos. Sin embargo, su sello son los anillos que lleva en varios dedos, la pequeña argolla de la nariz, y larga cadena plateada que lleva al cuello, de la cual cuelga una peculiar piedra violácea. Por un momento creo ver un destello palpitante en el medio de dicha piedra, pero de inmediato asumo que ha sido una ilusión óptica.

Es dueño de los ojos más impresionantes que he visto en mi vida —lo que es mucho decir, porque he visto ojos como los de Ali, mamá y él...—: mezclan el café y la miel de una manera magistral, y al mismo tiempo, es como si el agua y el polvo se evaporaran en su iris para dar vida a un cálido amanecer. Energía, fuego, vida; eso es su mirada.

Si el espectro parece peligroso, y el guerrero romano es la lujuria andante, éste... éste es un enigma, uno de esos mensajes encriptados en códices antiguos, y... a mí me fascinan los misterios.


Empíreo. ✔. Where stories live. Discover now