CAPÍTULO IX

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Raro. Muy raro

Alanna creyó que alejándome del edificio, y respirando aire fresco, podría calmar la furia que hervía bajo mi piel. Fue una buena idea, pero no tan afectiva como se esperaba.

El viento chocaba contra el mundo como si reflejara la emoción que me consumía desde dentro. Los árboles y flores estaban quedando desnudos, los pobres. Y ni hablar de los papeles y prendas que salían volando ante la fuerza de éste.

Hice mi mayor esfuerzo para dejar de pensar en lo sucedido en clase. Pero aquella mirada oscura y sonrisa maliciosa no dejaban de asomar en mi mente; una burla, una verdadera provocación. Eso era.

Para la última clase del día: Dibujo y pintura. Ya no me escocía la piel, pero no podía decir que tenía el control absoluto de mí. Así que no me molesté en ver a mi alrededor; deje de escuchar y prestar atención. De ese modo nada se convertiría en un detonante para volver a explotar.

Mamá suele bromear con que usaron un fuego altamente inflamable para forjarme. Yo siempre he creído que más que fuego, usaron hielo, uno mucho más peligroso que cualquier fuego conocido.

Al menos podré despejar la mente en la clase de dibujo, sacar esta rabia que me envenena.

En cuanto entramos al aula 130, lo primero que recibo es el intenso olor a pintura fresca, curada, y un sutil aroma a madera y tela. Lo segundo es la luz, entrando sin obstáculos desde la pared sur, la cual está hecha completamente de vidrio. La vista del bosque que rodea el campus es magnífica.

A diferencia de las otras aulas, ésta no tiene escaleras, es una estancia amplia con mesas rectangulares dispuestas en forma de U al fondo de la misma; mientras los caballetes abarcan la mayor parte del espacio restante, distribuidos de cualquier forma. También hay mesas con docenas de pinturas; en tubos o frascos, de oleo o aceite. También hay colores de madera, pinceles, tablas para mezclar, lápiz de carboncillo... Siento la calma entrando a mi sistema de inmediato. Pocas cosas logran este efecto en mí.

Frente a la pared de vidrio, hay cinco chicos, ocultos en gran parte por los caballetes. Están tan concentrados en sus trabajos, que la presencia de cuatro chicos, explorando el aula como si estuviesen en un museo, les pasa desapercibida. Puedo entenderlos, también suelo abstraerme.

La Srta. Emerson, la profesora de arte, no tarda en presentarse en la sala. Lo primero que noto es lo joven que se ve; la sencillez de sus prendas y las manchas de pintura en sus dedos no hace más que acentuar la impresión de juventud.

—¡Buenas tardes!—Exclama con entusiasmo. La sonrisa que esboza ilumina su rostro; pequeñas líneas asoman en la comisura de sus ojos— Para los nuevos: mi nombre es Sarah Emerson. Bienvenidos a la clase más colorida del campus—abre los brazos a los lados y gira sobre su eje. Es una persona muy alegre.

Alanna me da una mirada de complicidad. ‹‹Es una Sarah››. Sonrío; ella hace lo mismo. Era un juego que teníamos: ¿Cuántas personas con ese nombre serían igual que Sarah Collins?

—Como somos pocos...—continúa la Srta. Emerson.

—Si seguimos así, terminaremos viendo una clase sólo nosotras dos—murmura Alanna, inclinándose para que solo yo escuche. Reprimo las ganas de reír.

Mamá y la tía Anne nos advirtieron de esto. Las facultades que más tienen demanda son las de Administración, Economía, Política y Derecho. Aquellas que tienen que ver con estudios sociales o arte son menos concurridas. Un punto más a nuestro favor, si me lo preguntan. Al menos así tenemos más oportunidades de entablar una buena relación con los profesores, y aprender todo lo que podamos de sus clases. Sacando al profesor Patterson; no estoy segura de que siquiera tenga amigos.

Empíreo. ✔. Where stories live. Discover now